Apenas duermo un poco en toda la noche. Pero cuando el sol se pone, decido no quedarme en la habitación. Me siento mejor y los medicamentos están haciendo lo suyo. Así que, después de una rápida parada en el baño, me detengo frente al vestidor debatiéndome en qué escoger. Al final escojo un vestido recto en color verde y me voy a la sección de zapatos. Busco algunas bailarinas y las tomo para cambiarme y alistarme para el día. Hoy necesito empezar a buscar respuesta, saber cómo era mi vida entre estas paredes.
Una vez lista salgo de la habitación y voy a la planta baja cuando Lucia aparece en mi encuentro.
—Buenos días, señora. ¿Si gusta la puedo acompañar al comedor? El desayuno ya está servido.
—Buenos días, Lucía —le doy una sonrisa amable. — ¿Puedo hacerle una pregunta? Bueno, ¿dos? —espeto, en cambio, y sé que no se lo esperaba por la forma en que la veo que titubea antes de asentir.
—Por supuesto.
—¿Tiene mucho tiempo trabajando aquí?
—Eh… sí. Unos cuatro años. —O sea que ya estaba aquí cuando me case con Raphael. Interesante, Lucia debe saber muchas cosas.
—¿Puedes decirme que hago por lo general en mi día? —pregunto, tragándome la vergüenza que siento al hacer la pregunta. Ella sobre los ojos ante la misma.
—Bueno, señora. Dependía del día… pero por lo general iba a gimnasio del piso superior y después bajaba a desayunar. El resto dependía de sus planes para el día.
—Lucia…
—Si tienes alguna duda puedes corroborarla conmigo —aparece Raphael en lo alto de las escaleras llevando un impoluto traje a medida de tres piezas color gis.
Su mirada me recorre sin vergüenza, haciéndome recordar el episodio de ayer cuando Salí de la bañera completamente desnuda. Pude ver cómo sus ojos se oscurecían de deseo y al mismo tiempo capté cómo una chispa de rabia atravesaba los mismos. Me aclaro la garganta, dándome cuenta de que me he quedado, viéndolo como estúpida.
—Me parece justo —replico sin prestar atención a su oscura mirada. Lucia prácticamente corre lejos de nosotros. Y yo voy en búsqueda del comedor, Raphael me alcanza y señala la dirección con un ligero gesto de su mano. La mesa ya está servida y tomo asiento. —Así que, por lo que me dijo Lucia quiere decir que deje la cocina. —No es una pregunta.
—Efectivamente, unos meses después de casarnos decidiste apoyarme en mis cosas personales, ya que necesitaba de mi esposa para algunos asuntos.
—Imagino que pueden ser dichos asuntos —murmuro. Lucía deja frente a mí un bol con fruta y es cuando me doy cuenta de que la mesa tiene un aspecto bonito y surtido. —La mesa está perfecta, Lucía. Gracias —digo antes de que me dé cuenta. Raphael y Lucía se quedan quietos y me miran. La primera en salir de su letargo es Lucía, que solo murmura gracias antes de retirarse.
—¿Has recordado algo? —Inquiere Raphael y niego.
—No, solo quise darle un cumplido porque realmente se esforzó.
—Si bueno, tú te encargaste de supervisar que la mesa se viera así, antes de casarnos no acostumbraba a desayunar en casa y solo tomaba una taza de café antes de irme… —comenta antes de callarse unos segundos y negar. —Mejor dime, ¿cómo pasaste la noche?
Realmente quería indagar más, pero su expresión me dice que no obtendré más de lo que ya dijo. Así que, por ahora lo dejo pasar.
—Descanse un poco. —Confieso de forma escueta. —Por cierto, entre mis cosas encontré una pequeña caja fuerte, ¿por casualidad tienes el código para abrirla?
Me mira con el ceño fruncido y algo de confusión.
—¿Una caja fuerte? —Mierda! «¿Acaso le ocultaba la existencia de ella?» Trago grueso.
—Sí, entre mis cosas en el armario encontré la misma… por cierto, ¿qué pasa con toda esa ropa tan… Lejos del estilo que recuerdo?
—No lo sé, tu estilo ha cambiado con los años. —Se encoge de hombros. —En cuanto a la caja de seguridad. No sabía que tenías una —su tono es serio mientras se pone de pie cuando su móvil suena. —Debo ir a responder esto, permiso.
Con eso se va dejándome sola, aún frustrada y llena de dudas. Lucía sale de la cocina y se dirige a la entrada principal, segundos después aparecen Regina y Declan.
«Perfecto, lo que me faltaba».
—Buenos días, querida. Espero que hayas descansado como se debe… aunque por tus ojeras y aspecto veo que no es así.
—Buenos días, señora. —Murmuro apenas de mala gana. A su lado, Declan me da una mirada más afable que la de ayer y es quien se acerca un poco más en su silla.
—¿Estás bien? Parece que no fue buena noche.
—Tenía mucho que pensar, —confieso, y pongo una media sonrisa. —Pero estoy bien, gracias por preguntar —él asiente no muy convencido, pero sabiamente no pregunta más.
—Lamento mi comportamiento ayer. Solo que estaba algo choqueado por todo lo que está pasando, pero quiero que sepas que en mí tienes un amigo, siempre hemos congeniado.
Le miro unos segundos y veo sinceridad en su expresión.
—Declan, ¿no tienes que ir a la oficina? —Espeta Raphael haciendo su aparición. —Tenemos una reunión en media hora. —Mira a Regina. —Hola, mamá, no te esperaba por aquí a esta hora.
—¡Oh! No le riñas a tu hermano, solo me ha traído a petición mía. Ya ves, mi nuera necesita de una ayuda —me barre con un gesto que deja claro que mi elección de atuendo no le parece. Sonríe cuando nota que la miro fijamente. —Además, esta tarde tengo mi juego de póker y no voy a poder venir a ver como esta Keira.
—Bien, como desees. Tengo que ir a la oficina y atender algunas cosas. Volveré para el almuerzo —anuncia en tono plano.
Declan me da una pequeña sonrisa antes de alejarse en su silla de ruedas eléctrica, dejándome a solas con Regina.
—Bien, no te quedes ahí. Hay que organizar la cena de mañana en la noche y debes escoger el atuendo adecuado. —Anuncia dando un par de palmadas y con tono severo.
—¿Mañana en la noche?
—Sí, hay que preparar el menú, supervisar que la platería esté reluciente al igual que el salón…
—Yo veo todo muy bien, señora.
Ella junta sus manos al frente y mira alrededor.
—Podría verde mejor. Lucía —llama y la mujer aparece—. Llama al equipo de limpieza, por favor. Que el jardinero repase los arbustos que no se ven proporcionados… —Ella empieza a dar órdenes como un general, y Lucía no se inmuta ante sus demandas, lo que me dice que está acostumbrada.
A partir de ese momento la casa se vuelve un hervidero. Regina habla y ordena, organiza y me repite que debo aprender de nuevo mis obligaciones. La mujer está cansándome y mi paciencia pende de un hilo.
—A tu edad ya manejaba toda la casa y la agenda social de mi marido, además ya tenía a Raphael. —Espeta en tono de superioridad. —Sabía que eras algo débil para esta familia y, aunque no lo creas, te di el beneficio de la duda. Te acoplaste a lo que mi hijo necesitaba y espero que vuelvas a hacerlo. Es lo menos que puedes hacer por él.
—¿Cómo dice?
—Olvídalo. —Hace un gesto con sus manos para restarle importancia al comentario y continúa —Raphael tiene mucho trabajo, pero para eso estas tú, para aliviar sus cargas.
Cansada de su actitud de porquería y a punto de explotar, decido que lo mejor es alejarme. No tengo tiempo para esto. Me levanto del sofá donde hay un folder con algunos menús para la cena y avanzo unos pasos cuando escucho a Regina seguirme.
—¿A dónde crees que vas? Tienes mucho trabajo aquí.
—Lo siento, pero necesito encontrar respuestas de mi vida, no organizar una cena…
—Esta es tu vida —me corta con gesto serio y mirada brillante. —Ahora, sube a cambiarte por algo más apropiado, péinate acorde al papel que representas y sube tus pies a unos tacones decentes. —Continúa en tono frío antes de fulminarme con sus ojos oscuros, muy parecidos a los de Raphael. Y, sonríe—, querida, eres la esposa de un Sullivan y todos solo esperan lo mejor de ti… aunque parezcas una recién vestida.
Con eso se aleja, dejándome fría y sin palabras en mi lugar.
«¡Dios! ¡Qué mujer tan desesperante!». Me alejo y deambulo por el lugar, intentando calamar mi genio ahora mismo. Camino por un pasillo y encuentro una oficina. Así que decido entrar, es claro que la oficina es de Raphael. Todo es de color blanco y n***o. Con curiosidad me acerco a la pared donde hay algunos reconocimientos de la ciudad, y descubro que la empresa de Raphael es una empresa importante empresa petrolera dedicada a la exploración y explotación de petróleo crudo y gas natural en todo el mundo. Lo que me hace recordar sus palabras en el auto de camino hacia acá. Del otro lado hay varias fotografías, puedo ver a Regina, Declan de pie junto a su hermano, y eso me dice que el accidente fue hace algunos años. Los tres posan junto a un hombre de aspecto severo. Lo curioso es que hay un par de espacios vacíos donde evidentemente había fotografías.
Echo un vistazo y deparo en el computador. Avanzo hasta, me siento en la mullida silla frente al computador que, para mi sorpresa, está encendido. Muevo el mouse y la pantalla se ilumina. Así que, rápidamente, entro al buscador y tecleo en busca de información sobre la amnesia. Entro a algunas páginas, pero todas dicen lo mismo que el doctor me indicó, pero en mi búsqueda decido encontrar ayuda profesional. Tomo un pequeño bloc de notas autoadhesivas y escribo el teléfono y dirección de una profesional en la salud. Lo que me recuerda que debo tener mi móvil o conseguir uno nuevo.
—¿Qué demonios haces en mi oficina? —La pregunta me hace dar un respingo, arranco la hoja del bloc y dejo caer el bolígrafo
—Me has asustado —murmuro poniéndome de pie. Raphael está rojo de ira y sus ojos me escudriñan hasta poner los mismos sobre mi mano que sostiene el trozo de papel.
—Repito, ¿qué haces en mi oficina? No tienes autorización de revisar mis cosas —da un paso al interior mientras rodeó el escritorio con mirada extrañada por su actitud.
—No entiendo, solo deambulaba… Pero ya me voy. —Camino a su lado, pero él me retiene de la mano.
—¿Qué tienes ahí? —Sisea sin perder su expresión y no estoy entendido de qué va el asunto.
—Nada importante… ¡me estás lastimando! —me quejó y él aligera la presión. —No tengo porqué decirte que busco, ¿soy una prisionera y no lo sé? —Lucho contra su agarre, pero él me sostiene de ambos brazos cuando levanto mi mano libre. — ¿Raphael?
—Dime la verdad. ¿Qué buscabas? Vamos, Keira, ¡habla! —Me libera uno de los brazos y me arranca la nota.
—¡¿Qué crees que buscaba?! —Exclamo zafándome de su agarre. —Solo estaba investigando sobre mi amnesia —sus ojos van de la nota hacia mí y veo que su expresión se aligera solo un poco, pero su mirada se mantiene dura. — ¡Dime! ¿De qué me acusas? Creo que tengo derecho a saberlo. —No responde, solo veo como las fosas nasales de su nariz se expanden y me sostiene la mirada. — ¿Sabes qué? Vete al carajo —siseo antes de salir como una hidra de su oficina.
—¡Keira!
—¡Jódete! —Grito sin un ápice de culpa, me encuentro con la mirada de censura de Regina, pero la ignoro y camino hacia el jardín en busca de aire fresco y lejos de ese desesperante hombre.