CAPÍTULO 2.

1870 Words
Al llegar afuera, nos espera un auto y un conductor. Subo en la parte trasera y él hace lo mismo antes de que el conductor tome el volante y se aleje del lugar. —Dime algo, ¿pagan bien por un hígado? —Inquiero con sorna cuando el elegante auto toma la autopista. «No quiero admitirlo, pero estoy empezando a encontrar que me gusta molestar a este hombre tan serio». Oculto una sonrisa divertida cuando Raphael me da una mirada brillante. —Me dedico principalmente a la explotación de recursos, no soy un traficante —comenta como si nada. —Tengo otros negocios que son secundarios —se encoge de hombros como si hablara del clima o del tráfico. —Vivimos cómodamente y no es algo que antes te molestara. No respondo. En cambio, miro a través de la ventana y me concentro en el tráfico. No se cómo manejarme frente a él. «Desconozco cómo era nuestra vida. Si éramos felices… todo es tan extraño, yo misma me siento como una extraña. Todo es muy confuso». No me sorprende cuando entramos a River Oaks un hermoso y cotizado vecindario, y un malestar se planta en la boca del estómago. Es evidente que Raphael tiene dinero, pero al ver cómo las puertas dobles de un portal se abren dejando a la vista una majestuosa y elegante mansión estilo francés, me doy cuenta de que es asquerosamente rico. El auto sube el sendero hasta detenerse frente a la puerta principal. Raphael me tiende su mano que a regañadientes tomó antes de bajar y seguirlo al interior de la casa. Que posee techos altos y grandes ventanales, dando a la estancia la luminosidad adecuada para dejar sin aliento a cualquiera que entre. Un movimiento llama mi atención y me doy cuenta de que no estamos solos. A un lado hay una mujer de mediana edad vistiendo un elegante vestido, blanco de corte recto, escote cuadrado de mangas cortas. A su lado, un hombre joven en silla de ruedas que ronda los treinta años. Detrás de estos está una segunda mujer llevando falda por debajo de las rodillas y una camisa blanca manga larga. Su cabello está en un severo moño y mantiene una expresión serena. A ninguno reconozco. —Bienvenida, querida —anuncia la mujer de vestido blanco dando un paso al frente con una sonrisa forzada. —Qué bueno, estás bien, —murmura antes de dejar un frío beso en mi mejilla y después ver a su hijo con una expresión que no descifro. —Gracias —murmuro llamando su atención. Sé que ella puede ver el esfuerzo que hago por recordarla. —Lo siento, soy Regina Sullivan. La madre de Raphael. —Insistió en venir a verte —interviene Raphael con una mirada de advertencia que no me pasa desapercibida antes de hacer un gesto al hombre en la silla de ruedas. —Él es Declan, mi hermano. —El hombre me da un saludo algo pardo. —Y ella —continúa Raphael. —Ella es Lucía, la persona encargada de manejar al personal. —Asiento hacia Lucía con una sonrisa amable. —Por lo general organizas todo con ella. —¿Todo? —Frunzo el ceño hacia Raphael, —pero es Regina la que entrelaza nuestros brazos y avanzamos un poco por el lugar. —Te encargabas de manejar los eventos de la empresa. Por supuesto, con mi ayuda. Pero tú te encargas de las reuniones que se realizan en casa. —Niega con media sonrisa. —No te preocupes, que será como volver a enseñarte todo lo que ya habías aprendido. Digo, no eres muy diestra, pero lo haces decentemente. «¿Eso fue sarcasmo? ¡Claro que lo fue!» —Mamá, voy a llevar a Keira arriba a descansar. —¿Has hablado con mi madre? —Increpo llamando la atención de Regina, que parece haberse comido un limón. —Le dejé un mensaje. Como no obtuve respuesta, envié a mi conductor por ella; sin embargo, su vecina le dijo que había salido de viaje a visitar a su hermana. Pero, ¿por qué no subimos? Asiento no muy convencido. Aunque no es descabellado, ya que mamá al menos dos veces al año visita a la tía Alba en Texas. —¿Por qué no le haces caso a Raphael? La recomendación médica es que descanses, ya escuchaste a mi hijo. —Eso, escucha a mi madre. Ella siempre sabe cómo manejarse en estas situaciones tan curiosas. —Se mofa con sorna Declan desde su lugar que guarda silencio cuando Raphael lo fulmina con la mirada. Me deshago del agarre de Regina y avanzo con Raphael hasta las escaleras. Posa su mano en mi espalda baja, haciéndome saltar en mi lugar cuando subo el primer escalón de las escaleras. —Tranquila, solo cuido de que llegues bien arriba —susurra en mi oído haciendo que su aliento me roce el cuello. Me aclaro la garganta, pero me mantengo en silencio y continuo mi camino. Una vez arriba, me guía por el pasillo hasta las puertas dobles de una de las habitaciones. —Espero que aquí estés cómoda —espeta a mi espalda mientras miro alrededor. —No te preocupes, yo me quedaré en la habitación de invitados. —Gracias —miro alrededor y me acerco al vanity en color blanco. Una parte de mí quiere revolver este lugar y tratar de hacer conexión con algún recuerdo. —Te dejo para que te pongas cómoda. Si necesitas, estaré abajo. —Tu madre y hermano. ¿Ellos se quedan con nosotros? —No. —Su expresión es impasible. —Ellos tienen su propio lugar, viven en la casa familiar que compartíamos con mi padre, que falleció hace un poco de tres años. —Así que no lo conocí. Digo, ¿a tu padre? —Nos conocimos poco después de que él falleciera —da un paso al frente y señala una puerta. —Por ahí está el baño y el vestidor. —Cambia el tema, lo que quiere decir que no le gusta hablar mucho sobre el asunto. —Puedes pedir a Lucía lo que necesites. Sin esperar a que responda o diga algo, sale de la habitación, no sin antes verlo titubear un poco. Una vez a solas, miro alrededor y dejo escapar el aire. Aprovecho la privacidad para revisar los cajones del tocador y solo encuentro algo de maquillaje, toallas desmaquillantes y… una caja de cigarrillos junto a un pequeño encendedor y cenicero. Tomo la caja y la abro, viendo que está a la mitad. «Yo no fumo. O al menos no lo hacía». Cierro de un golpe el cajón y me acerco a las puertas dobles, dejando a la vista un vestidor de gran tamaño, pero solo el lado derecho está lleno de ropa femenina y zapatos alineados. Es el sueño de cualquier amante de la moda. Miro las perchas y, mientras lo hago, me doy cuenta de que todo está muy lejos de lo que yo usaría por lo general. Hay vestidos de día de diferentes colores y escotes alineados, más adelante conjuntos de pantalones, faldas y chaquetas con los que evidentemente se pueden jugar, seguido de camisas en seda y satén. Por último, encuentro un poco de ropa informal, pero no es mucha, solo unos pocos jeans y camisetas que también puedo combinar con las chaquetas americanas para darle un mejor aspecto. Definitivamente, no es mi estilo. Me gusta la moda, pero esto es como si lo hubiese escogido alguien más, y no fuera mi obra. También me doy cuenta de que hay prendas que aún mantienen sus etiquetas, lo que me dice que no las he estrenado. Aunque debo admitir que los zapatos y sandalias son hermosos. Avanzo un poco más para encontrar un lugar para los bolsos y accesorios colocados en perfecto orden. Abro uno de los compartimientos para encontrar joyas. Mis ojos se abren como platos ante la imagen adicional, a estos hay varios estuches de gamuza. No necesito abrirlos para saber que son joyas. Estoy por ir al baño cuando algo llama mi atención. Una caja fuerte. Resoplo. —Perfecto, ¿acaso puedo tener más suerte? —Farfullo. Pruebo con mi fecha de nacimiento, algunas claves que durante mi vida he usado o combinado para crear nuevas, pero ninguna activa el panel de la pequeña caja. —Maldita sea —siseo enojada. Pero sin nada que pueda hacer por ahora. Decido ir al baño de gran tamaño, la bañera de buen tamaño y decido tomar un baño de burbujas para quitarme el olor a hospital y relajarme un poco antes de recostarme un rato. Mientras la bañera se llena, Reviso los armarios y cajones donde encuentro productos femeninos, pero también hay algunas cosas de uso personal que, supongo, son de Raphael. «¿Una prueba de que compartíamos espacio, quizás?» Una vez que la bañera está llena, vierto un poco de jabón y un poco de aceite esencial con olor a melocotón. Me desnudo, y ato mi cabello en un moño desordenado y entro con cuidado. Mi cuerpo protesta, pero suspiro de alivio cuando mis músculos empiezan a relajarse. Cierro los ojos y me dejo llevar por el silencio en la estancia. Me concentro en mis recuerdos y así poder descubrir si llega algo que haga clic en mi cabeza. El doctor recomendó alguna terapia, hacer actividad física, aunque lo que quisiera es tener mis recuerdos ahora mismos. No sé cuánto tiempo he estado en la bañera cuando escucho pasos que me hacen poner en alerta. La puerta se abre de un tirón y hundo la mayor parte de mi cuerpo bajo el agua cuando Raphael entra. —¡¿Acaso no sabes tocar?! —Gruño en voz alta. —No respondías y pensé que te pudo haber sucedido algo —replica, viéndome con atención. —Bien, ahora has visto que estoy genial. Puedes dar media vuelta e irte. —Solo vine a dejarte los medicamentos para el dolor que te receto el doctor. —Arquea la ceja y me hundo más por inercia haciéndolo bufar. —Oh, vamos. No es nada que ya no haya visto. Sus palabras me enojan y me hacen hervir la sangre por su tono petulante y su actitud de superioridad. Así que con toda la chulería que siento tomo aire y emerjo de la bañera, dejando que el agua se deslice por bajo la atenta mirada de este. Veo cómo Raphael se tensa y aprieta la mandíbula. Manteniendo mi cabeza alta y una expresión despreocupada, salgo de la bañera posicionándome sobre la alfombra anti resbalante, tomo una toalla y me seco un poco antes de envolverme con ella ajustándola a la altura de mis pechos. Avanzo hasta él y me detengo a su lado. —Interesante espectáculo —murmura cuando le quito la bolsa de papel de la farmacia. Sus ojos oscuros me atraviesan con hambre. —Pero no deberías tentar al diablo si le temes al fuego. —No sabes el miedo que tengo ahora mismo. —Me mofo antes de alejarme. Toma todo de mí, mantenerme firme y no sonrojarme ante mi descaro. Pero quería marcar un precedente de que se cómo devolvérsela.
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