Capítulo 1

1379 Words
1 Zoran Reykill apartó el cuerpo del guardia muerto para quitárselo de encima, haciendo una pausa para tomar aire bruscamente cuando el dolor le recorrió todo el cuerpo. Había pasado un mes siendo prisionero, y no había parte de su ser que hubiera salido ilesa de los numerosos cortes y moratones, fruto de las palizas y torturas que había tenido que soportar. Se obligó a darle la vuelta al cuerpo del guardia para poder quitarle la ropa. Le habían arrebatado la suya poco después de traerle a aquel infierno al que llamaban celda; era la primera oportunidad que había tenido de huir. Había estado observando y esperando a que sus captores cometieran un error, y por fin lo habían hecho, creyendo que estaba demasiado malherido para resistirse. El guardia al que había matado había entrado a su celda para jugar, con el maravilloso plan de aliviar el aburrimiento que conllevaba vigilar a un prisionero encadenado dándole unos cuantos golpes más. Pero en lugar de eso había encontrado a Zoran colgando de la pared, inerte, sujeto únicamente por las cadenas que le rodeaban muñecas y tobillos. En cuanto le había liberado las manos, Zoran se había lanzado a por él, rompiéndole el cuello al instante para que no pudiera pelear ni pedir auxilio. Zoran sabía bien que no hubiese sobrevivido si la lucha se hubiese prolongado; estaba demasiado débil para ello. Le hizo falta reunir todas sus fuerzas para quitarse el cuerpo del guardia de encima y accionar el mecanismo que le inmovilizaba los tobillos. Rebuscó entre la ropa del guardia, encontrando una pistola y una cuchilla láser, ambas completamente cargadas. Lo siguiente fue arrancarle el pase de seguridad del cuello. Era tarde, y no habría muchos guardias merodeando por la zona a aquellas horas de la noche, por lo que cerró la sólida puerta tras de sí y avanzó por el pasillo oscurecido. Cambió de forma para pasar a la visión nocturna y la falta de luz dejó de ser un problema. A su gente se la conocía por su capacidad de adaptarse a la oscuridad. Como cambiaformas dragón, podía sentir cómo la bestia de su interior forcejaba por emerger a la superficie. No se había atrevido a cambiar de forma durante su cautiverio; se habría sentido demasiado vulnerable sin su simbiótico como ayuda escudándolo. Luchó por controlar a su yo interior mientras avanzaba por el laberinto que conformaba la prisión. Aun a pesar de haber estado solo semiinconsciente cuando lo habían llevado a aquel lugar, había repasado mentalmente el camino tantas veces durante el último mes que podía recitarlo de memoria. E incluso si no hubiera estado consciente, habría podido oler el aire nocturno llamándolo. Era Zoran Reykill, el líder de los valdier. Era el más poderoso entre los suyos, igualado únicamente por sus hermanos. Había estado disfrutando de su estancia en un planeta alejado, ubicado en el círculo exterior de su sistema solar, cazando y gozando de los favores de las mujeres que se habían llevado allí precisamente para aquel fin. Normalmente habría ignorado el placer, pero en aquel entonces había pasado ya dos meses lejos de su mundo en una misión diplomática. Había pasado dos días cazando por los densos bosques del planeta antes de dirigirse al complejo que conformaba la ciudad. No había sospechado nada hasta después de la comida, cuando había empezado a sentirse terriblemente letárgico. Solo había tenido tiempo de enviar un mensaje a su simbiótico de que estaba en peligro. Cuando se despertó, lo hizo encadenado en una nave curizana, y aquello había sido hacía ya un mes. Los curizanos habían esperado conseguir un rescate después de obtener información sobre la relación simbiótica de la que disfrutaba su gente con los organismos de metal vivo, capaces de cambiar de forma y poseedores de un enorme poder. Esa relación le permitía a su gente disfrutar de muchos atributos, incluida una gran longevidad, la capacidad de sanar más rápido y el don de viajar por el espacio, por imposible que pudiera parecer. A Zoran le había preocupado que su simbiótico pudiera acabar siendo también capturado, y se había asegurado de mantenerlo escondido hasta que pudieran huir. Había sabido muy bien que le haría falta cuando llegase el momento. Los valdier vivían en el círculo externo del grupo de planetas Zion, y su relación con los sistemas estelares cercanos había empezado hacía tan solo trescientos años. Al principio, los valdier habían tenido mucho cuidado con a quién se permitía visitar. Protegían mucho la relación que tenía su especie con los simbióticos, y no había sido hasta que otra r**a había intentado capturar y usar por sí misma al dorado organismo metálico, consiguiendo solamente que el simbiótico los atacara y matara por haberlo intentado, que los valdier se habían sentido más cómodos interactuando con las demás especies. Aquello suponía un problema, ya que en Valdier no abundaban las mujeres, y los simbióticos no mostraban mucha tolerancia con las hembras de las demás especies. Muchos hombres se habían visto forzados a limitar el tiempo que pasaban con mujeres que no proviniesen de su propio planeta. Zoran no había encontrado todavía a su compañera, aunque en el palacio contaba con muchas mujeres que podrían ofrecerle placer si así lo deseaba. Los simbióticos podían vivir una vida completamente separada de su huésped durante breves periodos de tiempo, después de todo. Su propio simbiótico se había dividido de tal manera que una pequeña parte de él había podido encontrarlo en la celda, sanándolo y dándole fuerzas suficientes para sobrevivir a las palizas y la tortura, volviendo después con la parte principal de su masa para llenarla con la esencia de Zoran. De no haberlo hecho, ambos habrían fallecido. Y ahora podía sentir cómo lo llamaba su fuerza. Giró una esquina cerca de la entrada; estaba protegida por dos guardias curizanos que en aquel momento hablaban tranquilamente en su lengua natal. Zoran sacó la pistola láser y se ocupó rápidamente de ambos. Solo esperaba que no hubiera más guardias al otro lado de la puerta. Pegó el brazo contra las costillas intentando contener el ardor que sentía, pasó la tarjeta del guardia sobre el escáner y se apartó para permitir que se abriera la puerta. Asomó la cabeza por el marco, avanzando entre las sombras que reinaban en la zona de aterrizaje. Su simbiótico lo esperaba allí bajo la forma de una nave de combate. Le había dado a la superficie de la nave una calidad reflectora, tornándola invisible para todo lo que la rodeaba; lo único que le decía a Zoran dónde estaba era la conexión que compartían. Al cabo de un momento estuvo entrando en la cabina de la nave valdier. Hizo una señal con la mano y unas bandas doradas le cubrieron los antebrazos, deslizándose bajo la piel hasta que pasó a ser uno con la criatura dorada. ―Sácanos de aquí ―murmuró en voz baja, intentando aferrarse a la conciencia. Estaba mucho más malherido de lo que había creído al principio; casi podía sentir cómo las costillas se rozaban entre ellas. El simbiótico brilló con una luz dorada antes de empezar a elevarse sobre la base. Se oyeron gritos y siseos en cuanto perdió su capa de invisibilidad, pero la nave de combate dorada no se detuvo, ganando altura y alejándose de la base militar con una velocidad cegadora. Zoran sabía que necesitaba permanecer consciente hasta que pudiera encontrar un lugar seguro en el cual aterrizar y permitir que su cuerpo sanase. Sonaron alarmas de alerta en su mente ante el intento de persecución de las naves de guerra curizanas, pero Zoran no se preocupó. Sabía que muy pronto alcanzarían la órbita exterior del planeta y, una vez allí, su simbiótico pasaría a moverse más rápido que la velocidad de la luz. Se concentró en usar movimientos defensivos para librarse de las naves que iban tras él, y le ordenó al simbiótico que trazase una ruta por un cuadrante de la galaxia desconocido para los curizanos. Nunca conseguiría llegar a su propio mundo en el estado en el que estaba. Envío un mensaje a sus hermanos, esperando que lo recibieran antes de que cayera inconsciente, y después dio una última orden para saltar tan pronto como la atmósfera del planeta dejara de rodearles. Fue lo último que recordaba haber hecho.
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