—Es una buena pintura—le dijo Adán a Santiago, uno de los niños del orfanato. No había dominado del todo el arte de saber quién se llamaba qué. Si era honesto consigo mismo, no estaba seguro si era bueno con los niños, pero tenía cinco de ellos alrededor de la mesa con él. Habían pasado tres días. También había una pequeña parte delgada de él que comenzaba a adorar a los niños y disfrutar de su compañía. Nunca pensó que disfrutaría lidiar con un montón de mocosos gritones, pero lo hizo. Fue muy divertido estar con ellos. Al crecer, nunca tuvo el lujo de sentarse allí y colorear imágenes o dibujar. Sin embargo, a la madura edad de treinta y cinco años, finalmente tenía la oportunidad de hacerlo. Lo que no estaba haciendo era dibujar lo que sabía. Los niños no necesitaban ver muerte, sang