Una vez más, Irma no tuvo más remedio que alejar a su Luna, y los guardianes ayudaron con Emilio, pero Adán vio el dolor en los ojos de Luna al dejar al niño. No, no solo el niño, sino todo el lugar. Los niños pusieron cara de valientes, pero él vio cuánto la amaban. De vuelta en el auto, Luna miró por la ventana, observando el edificio durante mucho tiempo. Irma tomó su mano. —Quizas podemos regresar mañana— dijo Irma. Luna no dijo nada. Sostuvo la mano de Irma como si fuera un salvavidas, y en ese momento supuso que era exactamente eso. Nadie habló. Adán había escuchado a Luna y Emilio cuando llegaron por primera vez al orfanato. Cuando la vio dirigirse a la casa principal, sus sospechas habían aumentado, pero luego la había observado. El niño había estado aterrorizado, aferrándose a