LUCAS
Horas antes
—¿Puedes dejar de golpear los baches de la carretera?— me regañó mi mujer mientras intentaba pintarse los labios.
Puse los ojos en blanco mientras agarraba el volante con más fuerza.
—Pues no hagas eso en el coche—. Apreté los dientes mientras reducía la velocidad hasta detener el coche en el semáforo en rojo.
Resopló antes de darse por vencida. Se echó hacia atrás en el coche, tiró el pintalabios a un lado y frunció los labios.
—¿No crees que la niñera es simpática?— Preguntó tratando de llenar el incómodo silencio.
—Sí, es estupenda—. Le contesté.
Addyson. Mi niña ya había tomado un parecido con ella, así que debe estar bien supongo. Ciertamente es una belleza.
—Parecía que podía ser modelo. Es tan joven...— Se interrumpió, mirándome.
Sé lo que estaba buscando.
—Un polvo.
—¡¿Perdón?!— Ella resopló, colocando dramáticamente su mano sobre sus tetas de plástico.
—¿Estás buscando un polvo? Porque yo no tengo ninguno para dar—. Me burlé. Mirando a la derecha vi la oficina de asesoramiento matrimonial. Gracias a Dios.
—¿La estás mirando? ¿Te gusta o algo?
Juro que si me vieras ahora verías vapor saliendo de mis orejas.
—Por el amor de Dios, mujer, ¿cuántos años tiene? ¿18? Es prácticamente una maldita niña.
—Lo que sea, vámonos.— Salió del coche y se dirigió a la entrada de la oficina... sin mí.
Malditos Objetivos Matrimoniales.
Yo también salí de mi auto y me dirigí a la entrada donde mi esposa esperaba con nuestro consejero.
—Dr. Gutiérrez, encantado de volver a verle—, sonreí mientras le estrechaba la mano. —Pero desearía que estuviéramos en otros términos.
Pasó por alto el comentario y me estrechó la mano antes de volverse hacia Selena.
—¿Empezamos?— Preguntó mientras nos conducía a su despacho.
Vinimos de noche porque no había nadie más, lo que significaba que nadie se enteraría de nuestro matrimonio de mierda.
—¿Cómo has estado desde nuestra última visita?— Preguntó, chasqueando su bolígrafo, lo pasó sobre el portapapeles cubierto de papel.
—Jodidamente terrible.— Respondí ganándome una mirada fulminante del doctor Gutiérrez y un agudo grito ahogado de Selena.
—Lucas—, empezó. —Usemos palabras más bonitas y mucho más apropiadas.
Puse los ojos en blanco y me volví a sentar en la silla esperando a escuchar la respuesta de mi atrevida esposa.
—Doctor, sigue siendo difícil. Ni siquiera quiere dormir en la misma cama que yo—. Ella soltó un falso resoplido.
—Oh, mierda—, murmuré. —Esas lágrimas y esos mocos son una mierda. No duermo en esa cama contigo porque es la misma cama en la que Mateo y tú follasteis.
—Señor Rodriguez, cuide ese lenguaje en mi despacho, estamos aquí para arreglar sus problemas, no para causar más—. Me fulminó con la mirada antes de mirar a Selena con ojos empáticos.
No me extrañaría que se estuviera tirando al consejero matrimonial.
—¿Has practicado la comunicación? Hablar de lo que sientes—. Cuestionó, mirándome directamente.
Supongo que mis ojos le dieron la respuesta porque negó con la cabeza suspirando.
—Giraos el uno hacia el otro.
Enarqué una ceja ante su petición, pero cedí cuando me lanzó otra mirada gélida.
Resoplando, me volví hacia Selena, que tenía la cara roja.
Zorra.
—Ahora, Selena dile a Lucas cómo te sientes—. Sonrió y esperó a oír lo que ella tenía que decir.
Ella suspiró antes de limpiarse una lágrima falsa del ojo.
Muy dramática.
—Siento... siento que Lucas no me quiere como antes. Solíamos hacer el amor, abrazarnos y hablar todo el tiempo, pero con los años se ha distanciado. No me habla a menos que sea sobre Esme. Ojalá pudiéramos volver a ser los mismos—. Soltó un resoplido al final y esta vez, dejó caer una lágrima de su ojo a su mejilla.
El Dr. Gutiérrez terminó de escribir en su portapapeles antes de volverse hacia mí.
—Parece que hay un problema de comunicación. No nos abrimos lo suficiente los unos a los otros.
—Lucas, ¿cómo te sientes?
—Me siento como en un infierno. Estoy viviendo literalmente con el diablo. Solo me quedo porque Esmeralda necesita no tener una familia incompleta, aunque su madre sea la caminante diurna y nocturna más famosa de Florida.
Todo lo que hago es por mi pequeña. Ella es mi todo. Esmeralda tiene todo mi amor. Es mi niña y no podría tenerla de otra manera.
—Esmeralda, ¿dónde está ahora? Pensé que ya no te sentías cómodo con tu hermano cuidándola—. Terminó de escribir de mi despotricar y me miró una vez más.
—Está con su nueva niñera—, respondió Selena. —La que Lucas ya está pensando en follarse.
—Oh aquí vamos de nuevo. Ya repasé esta mierda en el coche, tiene 18 malditos años. ¡¿Soy lo suficientemente mayor para ser mi maldita hija?!— Gruñí mientras me movía en mi asiento para alejarme más de ella.
—¿Su nombre?— Preguntó Gutiérrez.
—Addyson. Addyson Sánchez—. Selena respondió. —Es toda una muñeca. Pelo increíble, chica bajita. Ella tiene algunas curvas, — Ella me miró. —¿No es cierto Lucas?
Vete a la mierda, maldita sea.
—No. Tiene 18 putos años, j***r—, negué con la cabeza y me levanté. —Sabes qué, vámonos, nos vamos—. Murmuré mientras me dirigía al coche.
Una vez sentado en el asiento del conductor, no pude evitar imaginarme a Addyson. Era guapa, no, j***r, parezco un niño de primaria. Ella es jodidamente impresionante. Su cuerpo no era grande, pero tenía curvas, y su culito respingón se notaba en la falda que llevaba hoy.
Gemí y me pasé las manos por mi espeso y resbaladizo pelo. Ahora estoy pensando en ella, Mierda.
—¿Podemos irnos ya?— preguntó Selena mientras se deslizaba en su asiento. Llevaba el pelo revuelto y los labios manchados de carmín donde no debía.
Ya estaba harto de esta mierda.
—¿Sabes?—, empecé mientras salíamos del aparcamiento. —Si vas a ser infiel, hazlo cuando yo no esté, no hace falta que me restriegues en la cara que tengo una esposa de mierda.
Ella resopló y puso los ojos en blanco mientras empezaba a arreglarse el maquillaje y el pelo en el espejo.
El viaje fue silencioso, lo que era bueno, es decir, sin discusiones, porque me dolía la puta cabeza y quería pasar el rato con mi niña.
Una vez que llegamos a la casa vi el coche de Mateo aparcado en la entrada y sentí que mi ira se desbordaba.
—Ese cabrón—. Murmuré en voz baja.
Rápidamente, me dirigí a la puerta principal con Selena detrás, tratando frenéticamente de abrir la puerta. Entré furioso y lo encontré besándola en el salón. Sus manos le tocaban el culo, apretándoselo a través de la falda.
Carraspeé intentando llamar su atención y cuando lo hice, Addyson estaba sonrojada y Mateo tenía una sonrisa de satisfacción en los labios.
—¿¡Qué coño está pasando aquí!? Mateo, ¿Qué coño haces en mi maldita casa gilipollas?—. Bramé, con las cejas fruncidas y la cara acalorada por la ira.
—Oh hermano, solo vine a ver cómo estaba la familia,— se volvió hacia Addyson que seguía sonrojada por la vergüenza. —Entonces me encontré con esta preciosa belleza—. Sonrió y rodeó con la mano su esbelta cintura.
La cintura que quería sostener mientras ella cabalgaba mi puta polla. La cintura que quería mantener en su lugar mientras la penetraba. Solo yo sé que destrozaría ese culo si fuera mío.
—Suéltala, está a punto de irse, verdad Addyson.— Selena se burló.
Sabía que estaba celosa porque Mateo y ella se habían estado acostando y supongo que pensaba que era algo entre ella y él. Mateo no quiere a una mujer, las quiere a todas.
—Sí, tienes razón Selena, lo siento mucho...
—Es la Sra. Rodriguez, cariño—. Dijo dándole a la pobre chica una sonrisa de labios apretados.
Addyson asintió y salió.
—dios, eres un c*****o—. Murmuré mientras sacaba mi teléfono del bolsillo y marcaba el número de mi amigo.
—¿Hola?— Contestó la voz de Martín.
Me reí entre dientes y salí de la habitación, dejando a Selena y Mateo solos.
—¿Dónde estás?
—¡Mierda, amigo!— Oí la voz de Sebastián cantar de fondo.
—Hey Lucas ¿Quién era ese buen pedazo de culo joven que acaba de salir de tu casa?— Murmuró chasqueando los dientes a través del teléfono.
—Es la Niñera, manos fuera. ¿Y estás en mi casa?— pregunté mientras entraba en la cueva privada que había hecho para mí y los chicos.
—Mis sentidos arácnidos hormigueaban y supe que necesitabas ayuda—. Sebastián se rió haciéndome poner los ojos en blanco.
—Ya sabéis dónde ir, chicos—. Murmuré antes de colgar y suspirar.
Cogí la botella de whisky y me serví un vaso. Al oír el sonido familiar de unos pies pequeños, sonreí y levanté la vista para encontrarme a mi pequeña dormilona en la puerta del estudio.
—¿Papi? —exclamó.
Sonreí aún más y senté el vaso.
—¿Sí, calabaza?
—¿Por qué mamá se va a la cama con el tío Mateo?— Murmuró con su voz soñolienta.
—Porque tu madre es una calabaza—. Oí que Sebastián le respondía a Esme.
Ella se dio la vuelta para ver a Sebastián y Martín detrás de ella. Chillando, se acercó a Martín, que la cogió en brazos y le besó la cara riendo.
Martín se la pasó a Sebastián que le dio un fuerte abrazo y le besó la frente.
—Hola, cariño—. Murmuró contra su frente.
Me reí entre dientes y me bebí la copa de un trago antes de dejarla de nuevo en la mesa.
—Muy bien, ¿puedo quedarme con mi hija?—. Me reí y la bajaron.
Me agaché con una sonrisa y los brazos abiertos para que viniera corriendo.
—¡Papi!— Ella chilló mientras yo salpicaba su carita con besos por todas partes.
—¿Qué haces arriba calabaza?— Dije mientras la apoyaba en mi cadera, caminando hacia el sofá, Sebastián y Martín unidos.
—Quería esperarte—. Me sonrió.
Me reí y le revolví el pelo.
—¿Te has portado bien?— pregunté cogiendo el mando a distancia.
—¡Sí! Me gusta mucho Addy, es muy simpática. Y súper guapa.
—Sí, lo es...— Me interrumpí al ver que los chicos me miraban con cara de “quieres follarla”
—¿Así que calabaza, dibujos animados con papá y el tío Sebastián y Martín?
Ella asintió con la cabeza y se acurrucó en mi pecho, girándose hacia la gran pantalla plana.
—¿Peppa pig o Bob Esponja?—. Le pregunté con una sonrisa.
—No puedes aprender una mierda de Bob Esponja así que Peppa pig—. Comentó Sauce mientras echaba la cabeza hacia atrás en el sofá.
Mis ojos se abrieron de par en par ante su elección de palabras y estuve a punto de pegarle, pero Martín se me adelantó.
—¡Cuidado con lo que dices cerca de mi hija idiota!—. Gruñí tapándole los oídos a Esme.
—Papá, ¿qué significa mierda?—. Preguntó mirándome con sus grandes ojos de cierva.
Le tapé la boca y negué con la cabeza.
—No digas eso calabaza, es una mala palabra.
Ella asintió con la cabeza en señal de comprensión y se volvió hacia la televisión donde Peppa pig jugó en la pantalla y todos nos sentamos allí viendo la televisión juntos.
Mi mente; pensaba en Addyson.