CAPÍTULO I: 1819-2

2002 Words
—Como usted sabe— le había dicho el asistente—, nuestro pueblo es una mezcla de griegos, húngaros y albanos. Los húngaros son los que ocupan los lugares más prominentes en la sociedad, pero hemos adquirido los gustos y las características de los tres países. —En lo que a comida se refiere— había agregado sonriendo—, tal vez fueron los griegos quienes influyeron más en nuestra cocina. Como tenemos muchas costas, contamos con buena provisión de pescados y mariscos. Y aunque las mujeres fallen en otros aspectos culinarios, nos ofrecen excelentes guisos de todo lo que sacamos del mar. No había la menor duda de que el pescado que Vesta devoraba en esos momentos era exquisito en extremo Después, le sirvieron cordero, joven, y tierno, cocinado en un pincho largo, con tomates y un vegetal de color verde que ella no reconoció, pero que le hizo recordar al pimiento. El cordero estaba aderezado con yerbas y Vesta se dijo que, apenas llegara a la capital, debía aprender más sobre la vegetación del país. Había descubierto, de hecho, que ni el asistente, ni el propio Primer Ministro, habían podido responder a la mitad de las preguntas que ella les formuló. El posadero le trajo para beber un vino blanco y ligero, y aunque ella sólo había pedido agua, lo probó, descubriendo que tenía un sabor muy. agradable. Hubiera querido preguntar si era de fabricación local, pero le resultaba imposible por lo limitado de su vocabulario. No sólo le costaba mucho trabajo entender lo que le decía el posadero, pues tenía un acento distinto al del Primer Ministro y su asistente, sino que apenas lograba hacerse comprender a medias por él. Cuando terminó de almorzar, se percató de que debía ser cerca de la una. Los habitantes del pequeño puerto dormirían la siesta en breve, sin duda. Al asomarse a la ventana vio a varios ancianos, que se habían instalado en sus sillas o en los escalones de las puertas y empezaban a cabecear con los ojos cerrados, para protegerse de los brillantes reflejos del sol. «¿Qué haré», se preguntó de pronto, «si a nadie se le ocurre venir a buscarme nunca?» Aquel pensamiento la llenaba de temor. ¿Se habrían olvidado de ella? ¿La dejarían sentada allí, días tras días, mes tras mes? y, ¿qué haría cuando se le acabara el dinero y no tuviera para pagar siquiera su comida? Era posible que tuviera que trabajar para subsistir, Pero, ¿qué podría hacer? ¿Trabajar en los olivares, ayudar en la posada? Se obligó a una pequeña sacudida mental Aquél era el tipo de ensueño por el que su madre solía reprenderla con frecuencia. —Tienes demasiada imaginación, Vesta— solía decirle—, debes aprender a ser más práctica, más realista. ¡No tiene objeto vivir en un mundo de cuento de hadas! Ese era, se dijo Vesta con severidad, su mayor defecto. Sin embargo, se resistía a abandonar aquel hábito que en ocasiones le deparaba mágicas experiencias. Recordaba una conversación, hacía dos o tres años, cuando sus padres pensaron que ella no los escuchaba. —Me preocupa Vesta— había dicho la Duquesa. —¿Por qué?— había inquirido el Duque. —Es demasiado introspectiva, muy distinta a las otras chicas. Vive en un mundo muy suyo, de fantasía, y la mitad del tiempo no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor. —Tal vez eso sea mejor para ella— repuso sonriendo el Duque. —!Nada de eso!— había protestado la Duquesa con brusquedad—. Vesta espera demasiado de la gente. Siempre piensa que se comportará de acuerdo a los ideales que se ha hecho de ella. —Entonces, va a sufrir muchas desilusiones— predijo el Duque. —La lastimarán y se sentirá infeliz— había insistido la Duquesa—, porque cuando uno espera tanto de los demás, sufre profundos desencantos. La Duquesa, entonces, había suspirado. —Vesta es demasiado sensitiva; muy introspectiva, imaginativa en exceso. —Cambiará con el tiempo, ya verás— había respondido el Duque con firmeza. Pero Vesta comprendía que no había cambiado. En realidad, su imaginación parecía haber aumentado con el tiempo. No obstante al salir de Inglaterra, se propuso comportarse con mucha circunspección y sensatez, sin sorprenderse por nada, a pesar de lo extraño o inexplicable que pudiera parecerle. «No debo esperar demasiado de nadie» se repetía, comprendiendo que pensaba en una persona en particular. Cruzó el salón inquieto, llena aún de temor. ¿Debía dar una vuelta por el malecón, o quedarse allí, esperando a que alguien llegara a buscarla? Para calmar su ansiedad, se obligó a sentarse en un sillón. No había fuego en la gran chimenea, que debía albergar sin duda un gran leño encendido en el invierno. Ello producía una extraña sensación de vacío y Vesta no pudo evitar sentirse deprimida Entonces, escuchó voces afuera, en el pasillo. Una fuerte voz masculina se alzaba en tono autoritario y, sin lugar a dudas, con acento de persona culta. No podía comprender qué decía, pero dedujo que al fin había llegado el comité que le daría la bienvenida Instintivamente, se puso rígida y se sentó más erguida en la silla. La Duquesa le había dicho al partir: —Recuerda ser siempre digna, Vesta. Tienes suficientes motivos para sentirte orgullosa de tu origen y de la importancia de tu padre Y sobre todo, eres, inglesa Mantén la cabeza en alto y recuerda: pase lo que pase, no debes demostrar tus emociones —Lo tendré en cuenta— había respondido Vesta con humildad. Ahora, en el momento en que se abría la puerta y un hombre entraba en la habitación, trató de que su rostro se viera inexpresivo, pero, a pesar de sus buenos propósitos no pudo evitar mostrarse sorprendida al reparar en la apariencia del caballero Tenía espeso cabello n***o, y una esbelta figura de anchos hombros y angostas caderas. Y, al mirarlo con detenimiento, Vesta se dijo que jamás había visto a ningún hombre con un rostro tan impresionante. De facciones muy bien definidas, tenía una aristocrática nariz y ojos oscuros y penetrantes, que la miraron con tanta intensidad que se sintió turbada. «¡Su actitud es impertinente!» pensó. Notó, con asombro, que traía la ropa cubierta de polvo y opacas las botas y que, en lugar de llevar una corbata, tenía la camisa abierta, revelando la piel del cuello y del pecho, tostada por el sol. —¡Me dicen que llegó usted sola!— dijo él y su voz pareció retumbar en toda la habitación— ¿En dónde está el Primer Ministro ? Había algo imperativo en su forma de hablar y Vesta adoptó una actitud aún más rígida. Por primera vez desde que llegó a Katona, se sintió molesta Al principio, le alarmó que nadie hubiera acudido a recibirla, pero ahora se sentía resentida por la forma como se dirigía a ella aquel desconocido. —Como es evidente, señor; que sabe usted quien soy— dijo con lentitud, escogiendo cuidadosamente las palabras— creo que, por elemental cortesía debe presentarse antes de hacerme preguntas. El caballero la miró fijamente por un instante, como sí le sorprendiera su respuesta. Entonces, cerró la puerta tras él y avanzó un poco más dentro de la pequeña habitación. Parecía ser un hombre muy dominante y cuando sus ojos, casi negros, ^se clavaron en los azules ojos de Vesta, ella pensó para sí: “¡Parece un águila!” —Me llamo— dijo el desconocido—, Czakó… Conde Miklos Czakó y tengo un mensaje .de gran importancia para el Primer Ministro. Su inglés era excelente, casi sin acento, con sólo una ligera entonación que revelaba que no se trataba de su lengua nativa. —Entonces mucho me temo que tendrá que hacer un largo recorrido para entregárselo a su excelencia— contestó Vesta. —¿Qué diablos quiere decir con eso?— preguntó el Conde con violencia. Entonces, al ver la escandalizada sorpresa que reflejó el rostro de ella, se apresuró a añadir: —¡Perdone, milady! ¡No debí haber hablado de ese modo! Pero traigo instrucciones del Príncipe para su excelencia. mlady—¿Viene de parte de Su Alteza Real? —Sí. La respuesta no podía haber sido más breve. —Me imagino que debe haber habido algún error o alguna confusión acerca de la fecha de mi llegada— repuso Vesta lentamente—, su excelencia, el Primer Ministro, esperaba que fuera el Barón Milovan quien nos recibiera. —¿En dónde está el Primer Ministro?— preguntó de nuevo el X-Conde. Ella se dio cuenta, por el tono de su voz, que le había irritado que no hubiera contestado a su pregunta desde el principio —Su excelencia está en un hospital de Nápoles. —¿En un hospital? —Tuvimos un tiempo terrible al, cruzar la Bahía de Vizcaya— contestó Vesta—, pero no fue nada, comparado con la-tormenta que nos encontramos al entrar en el Mediterráneo bn realidad, hubo momentos en que el capitán pensó que nos hundiríamos irremediablemente —¿Y el Primer Ministro resultó herido? ¿Y—Se rompió una pierna Fue una fractura terrible y los doctores en el hospital de Nápoles, le prohibieron viajar, por lo menos en dos semanas más Fue su excelencia quien insistió en que yo continuara el viaje —¿Sola?— preguntó el Conde— ¿En dónde está el resto de la gente que debía acompañarla? "Vesta no pudo evitar que aparecieran dos hoyuelos a cada lado de su boca, al sonreír Se dio perfecta cuenta de que el caballero que estaba frente a ella parecía muy asombrado de lo que le decía Y como él la había alterado con sus modales, le divirtió poder desconcertarlo. —Después de que salimos de Nápoles— continuó diciendo—, cuando ya estábamos todos ansiosos de llegar ajeno, enfermaron vanos miembros de la tripulación Esto sucedió doce días después de salir y, desde entonces, todos a bordo fueron cayendo en cama, uno por uno, cubiertos de manchas tan profusas y tan alarmantes que al principio temimos que se tratara de viruela — j Viruela— exclamó el Conde —Afortunadamente, nuestros temores resultaron infundados En realidad, fue una forma muy desagradable y virulenta de sarampión —Pero seguramente sus acompañantes —Mi dama de compañía y el asistente de su excelencia enfermaron ayer, y esta mañana ambos tenían temperaturas muy elevadas El asistente de su excelencia tenía una fiebre de cuarenta grados En esas condiciones, era imposible que desembarcaran —Santo cielo1 No cabía la menor duda de que el caballero de las ropas polvorientas había quedado muy impresionado por las noticias que le comunicó Vesta Se quedó de pie un momento, mirándola Los ojos azules de ella brillaban con cierta malicia, divertida con el asombro de él Su cabello, muy rubio, contrastaba con el respaldo oscuro del sillón Entonces el hombre dijo con brusquedad. —Como el Primer Ministro no está aquí, debo explicarle a usted, por lo tanto, lo que ha sucedido La razón de que no se le haya dado la bienvenida a Katona, Lady Vesta, es que. ha estallado una revolución aquí1 Lady—!Una revolución1— fue ahora Vesta quien se mostró sorprendida. El Conde asintió con la cabeza. —Se inició hace una semana, aproximadamente, y el Príncipe, por ese motivo, ha decidido que sería mejor para usted que regresara a casa Ese era el mensaje que debía darle al Primer Ministro. Vesta se quedó silenciosa por un momento Entonces, casi sin reconocer su propia voz, respondió. —¿Habla en serio al sugerir que debo regresar a Inglaterra? —Sería lo mejor. —¿Después de haber llegado hasta aquí? Ha sido un… viaje largo y difícil —Lo comprendo, pero una revolución puede ser peligrosa y uno nunca puede estar seguro de cómo acabará
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