Capítulo 43

1347 Words
Kane La bodega en la que estábamos era un lugar que olía a moho y a tierra mojada. El aire frío y húmedo se adhería a la piel como una segunda capa, y cada respiración dejaba un rastro de vapor frente a mis labios. Estaba impaciente, contando los minutos para poder ver a Maeve. Sin embargo, los asuntos urgentes requerían mi atención aquí, en este oscuro rincón subterráneo que parecía tragarse cada chispa de calor. Justo cuando la espera comenzaba a ser insoportable, la voz de Ada cortó el silencio, haciéndome volver a la cruda realidad. —Están en camino, —anunció con seriedad. Fue entonces cuando noté que no estábamos solos. Otra presencia, casi imperceptible, se había deslizado entre las sombras. Giré bruscamente, mis ojos acostumbrándose a la penumbra, y la ira hervía dentro de mí al identificar al intruso. —¡Qué demonios haces aquí! —rugí hacia Ada, aunque no era ella quien me había sorprendido. —¿Qué? —exclamó, como si estuviera completamente desconcertada por mi reacción, llevándose una mano al pecho. Fue Luca quien rompió el tenso silencio que siguió, su voz resonando con una calma que contrastaba agudamente con mi furia. —No sé cómo lo haces, —dijo con un deje de admiración y una sonrisa que no alcanzaba a ocultar. —Fui muy silencioso. Le prometí a Maeve que no lo mataría, un mantra que repetía en mi mente mientras enfrentaba al hombre que no dejaba de acechar a mi mujer. Con cada latido de mi corazón, la promesa se hacía más difícil de mantener. —Tú no deberías estar aquí, —le dije a Luca, bajando mi voz en un intento de controlar el tumulto de emociones que me asaltaban. Luca me miró fijamente, cruzándose de brazos con una seguridad que no tenía derecho a poseer. —Sabes que ellos están llegando aquí. Esto me involucra tanto como a ti, —respondió con firmeza, desafiante. Entre dientes, apenas conteniendo la ira que se agitaba dentro de mí como una tormenta, le espeté: —Esto no es de tu incumbencia. Cada palabra era un gruñido, cada sílaba un esfuerzo por no dejar que la ira se desbordara. El frío de la bodega ya no me afectaba; en cambio, un calor ardiente recorría mis venas, alimentado por la furia y la frustración de tener que lidiar con Luca en un momento tan crítico. Luca rompió el silencio con una advertencia que hizo que mi piel se erizara. —Sabes que si la descubren estará en problemas. Lo miré con tal intensidad que hubiera jurado que podría incinerarlo en el acto. —Sigo sin ver el punto en que eso sea tú problema, —le dije, avanzando un paso hacia él, cada músculo de mi cuerpo tenso. Luca no se amilanó, su mandíbula se tensó mientras mantenía mi mirada. —Ella me importa, eso lo hace mi problema, —declaró, la voz firme a pesar del evidente riesgo que corría enfrentándome. En un impulso, cerré la distancia entre nosotros hasta quedar frente a frente. La ira y la posesividad me consumían, y no pude contenerme. —¡Maeve es mía! ¡Mía para preocuparme y mía para proteger! —gruñí, dejando que mis colmillos se mostraran en una clara advertencia, una exhibición de mi celos y de mi territorio. —Lo sé, —respondió él, encogiéndose de hombros con una calma que no se reflejaba en sus ojos preocupados. —Eso no cambia el hecho de que también me preocupo por ella. —Vete niño, este no es asunto tuyo, —me giré para evitar chocar mi puño en su cara. —Sabes que si la encuentran la matarán. —esa afirmación se grabó en mi mente, dejándome inmóvil en el lugar. Sus palabras cayeron como un balde de agua fría sobre mí. En ese momento, el calor de mi ira se apagó, reemplazado por un frío temor. Sabía que tenía razón; joder, que si lo sabía. Maeve no era solo una humana, su sangre olía a ancestral, algo tan poderoso y misterioso que ni siquiera yo, con todos mis años y conocimientos, podía determinar qué criatura era. Y eso no importaría a los cazadores ni a otros vampiros; para ellos, ella era un misterio que debía ser exterminado primero y resuelto después. —Yo la protegeré, sabes que no puedes estar siempre con ella, —dijo, y en sus ojos vi una verdad indiscutible que desafiaba mi furia. No quería admitirlo, pero una parte de mí reconocía la lógica en sus palabras. Aún así, el instinto posesivo y protector que dominaba cada fibra de mi ser exigía establecer límites claros. —¿Entiendes que si te vuelves a acercar a ella de forma inapropiada tendré que matarte? ¿O tal vez sacarte hueso por hueso, dejándote vivo en el proceso, para luego hacerlos un delicioso batido y hacértelo tomar? —mis palabras brotaron con una sonrisa sádica, disfrutando del escalofrío que veía formarse en él. Luca tragó saliva, sus ojos dilatándose ligeramente mientras un brillo de miedo cruzaba su mirada. La satisfacción burbujeaba dentro de mí al ver su reacción. Así es niño, deberías temerme, pensé, sintiendo una cruel complacencia en su miedo evidente. Fue entonces cuando Ada intervino, acercándose a nosotros con esa calma perturbadora que siempre la caracterizaba en momentos como este. Su mirada era seria, casi sombría, mientras sus palabras resonaban con una frialdad que cortaba el aire. —Realmente lo haría, —su voz no era más que un susurro. —Lo he visto hacer cosas peores. Luca me miró de nuevo, evaluando mis palabras y la confirmación de Ada, y supe que había entendido el mensaje. No era solo una amenaza vacía. —Eso que sientes por ella, esa forma de reaccionar por su seguridad, eso será la razón por la que Maeve termine muerta, —dijo, y sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y se marchó, dejando un rastro de frío a su paso. Sus palabras se clavaron en mi mente como dagas de hielo, resonando en un eco que no parecía querer silenciarse. Me quedé allí, paralizado por un momento, sintiendo cómo el silencio tras su partida se hacía más pesado, como si absorbiera todo el oxígeno del lugar. El aire se volvía denso, casi irrespirable, y una opresión se instalaba en mi pecho. —El niño tiene razón, —afirmó Ada con una seriedad mezclada con preocupación. —Si sigues así, serás el responsable de que esa moco... Maeve termine mue... —¡Cállate! —le grité, interrumpiéndola con una ferocidad que me sorprendió a mí mismo. Comencé a caminar de un lado a otro en el reducido espacio, intentando calmar la tormenta que Luca había desatado dentro de mí. Mierda, mierda, esto no puede ser, pensé, mientras mis pasos resonaban en el suelo de piedra. La posibilidad de que mi protección pudiera convertirse en la causa de su destrucción era un pensamiento que no podía, que no quería aceptar. Cada paso era un intento de alejar la voz de Luca de mi mente, pero sus palabras seguían ahí, marcadas a fuego, recordándome que cada acción, cada decisión tomada en el nombre del amor y la protección por mi mujer, podría tener consecuencias fatales. El miedo a perder a Maeve, a ser la causa de su posible dolor o muerte, comenzaba a consumirme, dejándome con una decisión imposible entre la espada y la pared. —No puedo alejarme de ella... —murmuré mirando a la nada. —Eso es evidente, —comentó Ada, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la pared, —estás hasta el cuello por esa chiquilla. En medio de mi tormento interno, la puerta se abrió con un chirrido que cortó abruptamente el ciclo de mis pensamientos. Levanté la vista, preparándome para disimular el desorden emocional que me consumía. —Mi señor, —saludó el recién llegado con una inclinación de cabeza, manteniendo la distancia adecuada como si se diera cuenta que no debería acercarse más. —Hasta que nos volvemos a ver...
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