Kane La bodega en la que estábamos era un lugar que olía a moho y a tierra mojada. El aire frío y húmedo se adhería a la piel como una segunda capa, y cada respiración dejaba un rastro de vapor frente a mis labios. Estaba impaciente, contando los minutos para poder ver a Maeve. Sin embargo, los asuntos urgentes requerían mi atención aquí, en este oscuro rincón subterráneo que parecía tragarse cada chispa de calor. Justo cuando la espera comenzaba a ser insoportable, la voz de Ada cortó el silencio, haciéndome volver a la cruda realidad. —Están en camino, —anunció con seriedad. Fue entonces cuando noté que no estábamos solos. Otra presencia, casi imperceptible, se había deslizado entre las sombras. Giré bruscamente, mis ojos acostumbrándose a la penumbra, y la ira hervía dentro de