Capítulo 45

1525 Words
Kane —Bueno, —suspiró Ada a mi lado con una mezcla de alivio y sarcasmo, —eso salió bien. Me levanté de la silla en la que estábamos sentados, estirando los músculos tensos por la larga reunión. A pesar del tono ligero de Ada, yo sabía el peso que llevaba sobre mis hombros. Sí, la reunión había salido bien en términos generales; teníamos bajo control la situación con los media sangre recién convertidos, al menos por ahora. Todos se habían ido; solo quedábamos Ada y yo en la sala. Miré mi teléfono por inercia, y la pantalla iluminada mostraba un mensaje no leído de Maeve. Ángel: "¿Estás bien?" El mensaje había sido enviado hace un par de horas. Esa simple pregunta, tan cargada de preocupación, hizo que una sonrisa amarga se escurriera por mis labios. "De seguro está durmiendo ahora," pensé, tratando de convencerme de que todo estaba bien, que tal vez su madre estaba con ella... Sin embargo, una parte de mí quería verla, asegurarme personalmente de que estaba a salvo. "Podría colarme en su habitación, solo para verla, solo para confirmarlo..." Sonreí ante la idea, la imagen de Maeve durmiendo tranquila, ajena a los oscuros matices de mi vida, alimentando mi decisión. Sí. Eso haré. Ada, notando mi distracción y mis movimientos para irme, intervino con una ligera inclinación de cabeza hacia las botellas aún en la mesa. —¿Ya te vas? ¿No te quedarás para una copa? Sacudí la cabeza, mi mente ya en otro lugar, un lugar donde solo Maeve existía. —No, —respondí, moviéndome hacia la puerta con pasos decididos. —Si ocurre algo importante, muy, muy importante, me llamas. No quería distracciones, no quería interrupciones. No cuando cada segundo hasta llegar a Maeve se contaba como una eternidad, no cuando la posibilidad de verla, de asegurarme de que estaba segura, consumía cada pensamiento. La noche se había vuelto más oscura y silenciosa a medida que me acercaba al apartamento de Maeve. Al llegar frente a su puerta, una inquietante calma flotaba en el aire; no se escuchaba ningún sonido desde el interior. Preocupado, saqué mi teléfono y marqué su número, esperando escuchar el tono de llamada al otro lado de la puerta. Pero no hubo sonido alguno desde el interior, y en mi teléfono tampoco hubo respuesta. Algo en mi interior se retorció, una premonición que no quise reconocer. Decidido y cada vez más inquieto, saqué mi llave y abrí la puerta. El interior estaba en penumbras, apenas iluminado por la luz que se filtraba desde el pasillo. Cerré la puerta tras de mí y caminé hacia su cuarto, mis pasos pesados resonando en el silencio. Cuando llegué a la puerta de su habitación, mi corazón se detuvo por un segundo. Empujé la puerta y lo que vi me dejó helado. Ella no estaba allí. Pero el cuarto... el cuarto estaba hecho un caos total. Las sábanas estaban arrancadas de la cama y tiradas por el suelo, y había... manchas de sangre en ellas. "Ay no, esto no puede estar pasando," susurré para mí mismo, una mezcla de miedo y furia comenzando a hervir dentro de mí. Alguien se la había llevado. Mil y una imágenes se proyectaron en mi mente, cada una más oscura y temible que la anterior. Sin perder un segundo, comencé a buscar alguna pista, cualquier indicio que pudiera haber sido dejado atrás. El miedo se clavó en mi pecho como una estaca de hielo mientras empezaba a hacer llamadas, movilizando a todos los que podían ayudar. No había tiempo que perder; tenía que encontrarla, y rápido. La desesperación y la ira bullían dentro de mí al salir del apartamento de Maeve. Al llegar a la calle, saqué el teléfono con manos temblorosas y marqué rápidamente el número de Ada. —Ada, —dije con una voz que apenas reconocía como la mía, ronca y tensa, —necesito que consigas las imágenes de las cámaras de vigilancia de mi edificio. Ahora. Hubo un suspiro al otro lado de la línea. Imaginé a Ada levantándose de su cama, arrastrándose hacia su computadora en plena noche, molesta por la interrupción. —Bien, —suspiró, el sonido de teclas siendo golpeadas resonó a través del teléfono. —¿Se te ha vuelto a escapar? El sarcasmo en su tono me molestó más de lo esperado, alimentando la tormenta de emociones que ya era difícil de contener. —Se la han llevado... —logré decir entre dientes, deteniéndome un segundo en las escaleras del edificio para intentar calmarme. "Necesito pensar," me dije a mí mismo, la furia estaba ganando terreno y si no me detenía un momento, haría arder la maldita ciudad. —Lo siento, —respondió, su tono ahora un poco más serio, aunque sus palabras no tenían peso para mí en ese momento. Lo único que necesitaba era ver las imágenes, encontrar alguna pista que me llevara a ella. —Oh no... Ahí te envié las imágenes, no te va a gustar... Corté la llamada sin más y abrí los vídeos que Ada acababa de enviar. Las imágenes de las cámaras de seguridad mostraban a Maeve siendo sacada a rastras del edificio. Mi corazón se detuvo al verla; no estaba luchando, estaba inconsciente, su cuerpo flácido mientras dos figuras la subían a un auto. Mis dientes se apretaron con la furia que sentía. Reconocí sus siluetas inmediatamente, la manera en que se movían, una mezcla de prisa y nerviosismo. El puto Jonas y su amigo. Un segundo después, mi teléfono vibró con un nuevo mensaje. Abriéndolo, encontré imágenes del auto y una dirección. "Están en un motel a unas calles de ahí," escribió. No lo pensé dos veces. Salí disparado hacia la dirección, cada fibra de mi ser concentrada en una sola cosa: encontrar a Maeve. Cuando llegué al motel, mi cuerpo ya estaba impregnado de un frío letal. Con un rápido interrogatorio al recepcionista tembloroso me dio la información que necesitaba: la habitación donde se encontraban. Entré en la habitación, la ira alimentaba cada célula de mi cuerpo, convirtiéndome en un instrumento de venganza pura. Lo que vi en aquel lugar me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Maeve estaba en la cama, casi desnuda, su piel marcada con moretones y cortes, su labio partido sangrando. Sophia estaba al pie de la cama, su teléfono en mano, capturando cada momento de la humillación de Maeve, mientras Jonas y su compañero la tocaban y se reían con una crueldad que hacía hervir mi sangre. Por un segundo, el tiempo se detuvo. Cada latido de mi corazón retumbaba en mis oídos, cada respiración era un silbido de vapor en el aire frío. Esa imagen, encendió un fuego abrasador en mi pecho, una furia que no conocía límites ni piedad. Entonces, dejé que mi naturaleza vampírica tomara el control. Un gruñido totalmente animal escapó de mis labios, marcando el preludio de la carnicería que estaba a punto de comenzar. Avancé hacia ellos con una velocidad borrosa, mis movimientos un borrón para cualquier ojo humano. El primero en caer fue el amigo de Jonas. Lo agarré por la camisa y lo lancé contra la pared con tal fuerza que se agrietó. Mientras intentaba recuperarse, me abalancé sobre él, mis manos encontraron su cuello y apreté. Sus intentos de liberarse fueron inútiles; con un giro brutal, desgarré su garganta, y la sangre brotó en un arco violento, salpicando las paredes y el suelo. Jonas, aterrorizado, sacó un cuchillo en un vano intento de defensa. Con un movimiento rápido, arrebaté el arma de sus manos y, con un rugido de furia, lo clavé repetidamente en su abdomen. Cada puñalada era un golpe, una descarga de la furia y el dolor acumulados. La sangre salpicaba cada vez que el cuchillo se hundía en su carne, cubriendo mis manos y el suelo con un carmesí brillante. Cuando finalmente dejé caer su cuerpo sin vida, me giré hacia Sophia, que estaba paralizada por el miedo. Su terror se reflejaba en sus ojos, una mezcla de incredulidad y pavor mientras retrocedía hacia la esquina de la habitación. Avancé hacia ella, mis pasos manchados con la sangre de sus amigos. Me acerqué, mi rostro a centímetros del suyo, y con un susurro que era tanto una promesa como una maldición, le dije: —Te veo en el infierno. La agarré por el cabello y tiré hacia atrás, exponiendo su cuello. Sin un momento de vacilación, hundí mis dientes en su yugular, arrancando de cuajo la piel y la carne. La sangre fluyó libremente, cálida y metálica en mi boca, mientras su cuerpo se convulsionaba en mis brazos. Cuando el último aliento de vida escapó de Sophia, la dejé caer, un montón desechado en el suelo. Me volví hacia Maeve, y la recogí con cuidado, su cuerpo frágil y lastimado en mis brazos. Al sostenerla en mis brazos, su cabeza se apoyó débilmente en mi hombro, su aliento era ligero y entrecortado, signos de su sufrimiento y agotamiento. "No estaba allí cuando más me necesitaba. No estuve allí para detener el dolor, para evitar que ésto ocurriera."
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