Capítulo 24

1457 Words
Kane Maeve había salido por la puerta hace apenas unos minutos y ya sentía un vacío. Estaba feliz de que la sorpresa que le había dado, a parte del desayuno, la hiciera tan feliz. Cuando le entregué una copia de la llave de mi apartamento, chilló como una niña y su sonrisa iluminó mi mundo. Además, el hecho de que hoy no tuviera que ir a dar clases en la universidad parecía irrelevante ahora; había decidido que después de nuestra conversación de esta noche, dejaría todo para estar con ella. Realmente, no necesitaba ese trabajo. Era simplemente una cobertura para infiltrarme en la universidad que, se suponía, me daría pistas para mi misión. El sonido insistente de mi teléfono en la cocina rompió el hilo de mis pensamientos. Me arrastré desde el balcón, sintiendo cada paso como si llevara plomo en los pies, y con un suspiro pesado, atendí la llamada. —Hemos encontrado algo —la voz de Ada sonaba urgente y llena de una energía que ahora me resultaba ajena. —Están operando en un pub clandestino. Iremos esta noche... —No —corté tajante. No estaba dispuesto a arruinar la noche que había planeado con Maeve. —Pero, Kane, ellos ya saben que estás aquí... —Ada intentó persuadirme, su voz cargada de frustración. —Ya dije que no. No esta noche —insistí con firmeza, y sin darle oportunidad de replicar, colgué el teléfono. Miré el dispositivo un momento más, sintiendo cómo la rabia hervía dentro de mí. Malditos cazadores y sus juegos interminables. Estaba cansado de todo eso. Quería algo más, algo mejor, y Maeve era la promesa de eso. Un suspiro de resignación se me escapó mientras dejaba el teléfono sobre la encimera y me dirigía de nuevo al balcón. Esa noche no iba a permitir que nada la estropeara. Estaba completamente decidido a darle lo mejor de mí a Maeve, mi reina, así que salí decidido a dejar todo listo. Caminé por la ciudad hasta encontrar el restaurante perfecto. Era ese tipo de lugar elegante pero acogedor, donde cada mesa parecía tener su propio mundo aparte, perfecto para una noche juntos. Luego, entré en una florería y elegí un gran ramo de rosas blancas y rojas; un gesto demasiado romántico para lo que solía ser yo, pero Maeve había cambiado eso. Después de asegurarme que todo estuviera en orden en casa, Ada intentó detenerme en la puerta para discutir. Su tono de desprecio hacia Maeve hizo que se encendiera una furia que no conocía. —No puedo creer que dejes la mejor oportunidad que tenemos de sorprenderlos por una mocosa... —empezó a decir, pero no le permití terminar. Con un movimiento rápido, la agarré por el cuello y la empujé contra la pared. Mi rostro estaba tan cerca del suyo que podía sentir su respiración entrecortada. —Si vuelves siquiera a insinuar algo así sobre mi reina... —le susurré con los dientes apretados. —¿Tu qué? —intentó desafiarme, pero el miedo vibraba en su voz. —Ya me escuchaste. Sabes lo que quiero decir. Así que ubícate —dije y la solté, viéndola caer al suelo. —¡Esto no tiene sentido! —exclamó desde el suelo mientras yo me alejaba.—¡Ella solo te está distrayendo! —¡Pues por primera vez en cuatrocientos años estoy eligiendo distraerme! —grité, girándome brevemente para enseñarle mis colmillos en una muestra de advertencia. —¿Qué te ha metido en la cabeza? —su voz era una mezcla de temor y confusión. —Solo me ha mostrado lo que realmente vale la pena —afirmé con una certeza que calmaba cualquier tempestad dentro de mí. Regresé a mi apartamento para vestirme para la cena. Justo cuando estaba revisando los últimos detalles, mi teléfono vibró con un mensaje de Maeve que automáticamente me sacó una sonrisa. Ángel: "¿Ya sabes dónde cenaremos?" Yo: "Sí, te espero a las ocho en el Royale." Ángel: "¿Y por qué no pasas por mí? Literalmente vivimos a dos metros de distancia." Yo: "Bueno, tienes un punto. Pero no quiero arruinar la sorpresa que tengo para ti." Ángel: "¿Sorpresa? Ya estoy emocionada..." Bloqueé el teléfono con una sonrisa, sabiendo que ella también sonreía. Esta noche, nada más importaba que nosotros. La emoción me recorría mientras me preparaba para la cena con Maeve, esa anticipación agridulce de una noche que prometía ser inolvidable. Me puse mi camisa favorita, la de botones oscuros que sabía que a Maeve le gustaba. Mientras la abotonaba frente al espejo, ensayaba en mi cabeza cómo sería la noche, cómo la sorprendería con cada detalle que había planeado, y especialmente cómo terminaríamos la noche. De repente, un ruido agudo, el cristal rompiéndose, cortó a través del silencio de mi apartamento como un cuchillo. Mi corazón se paró un segundo, luego aceleró. Me escondí rápidamente detrás de la puerta de la habitación, mis sentidos se agudizaron al máximo mientras escuchaba. Los pasos eran claros, decididos y múltiples. Calculé por lo menos diez intrusos, una cifra que en otras circunstancias me habría hecho reír por el exceso, pero no esta noche. Con cautela, me deslicé hacia la sala, preparado para terminar con esto. Al llegar, me encontré con una escena que parecía sacada de una película oscura: varios hombres y mujeres vestidos de n***o, con cuero ajustado y armado hasta los dientes. Me paré en el centro de la sala, con una sonrisa burlona dibujada en mi rostro. —¿Tantos para uno solo? —pregunté, mi tono cargado de desdén. Uno de ellos, un tipo alto y corpulento con una cicatriz que le cruzaba la cara, dio un paso adelante. Su voz era grave, cargada de una amenaza que no necesitaba ser explicada. —Tus días han llegado a su fin, Kane Knight, es hora de que veas a tus padres. Mis músculos se tensaron, la adrenalina se disparó por mi sistema. Estos no eran simples ladrones; conocían mi historia, mi legado. En mi mente, las imágenes de Maeve, su sonrisa, sus ojos, todo lo que significaba para mí, se mezclaban con la inminente amenaza frente a mí. Decidí en ese momento que nada me apartaría de ella, no esta noche, no nunca. Si estos intrusos pensaban que podrían quitarme mi futuro, estaban equivocados. —¡Oh, vamos! Terminemos con esto, estoy seguro de que a mis padres les gustará la compañía de unos cuantos cazadores... —dije sonriendo. Antes de que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, dejé que la bestia dentro de mí tomara el control. Mi sonrisa se ensanchó, revelando mis colmillos, ahora largos y afilados como cuchillas. No era solo una amenaza; era una promesa de peligro, un depredador entre presas. En un destello de movimiento, me abalancé hacia el más cercano, un cazador robusto que apenas levantaba su arma. Mi fuerza superaba la suya en una magnitud tal que, antes de que pudiera disparar, mis dientes encontraron su cuello. El crujido de su yugular bajo mi mordida resonó en el silencio momentáneo que el shock había creado. La vida se drenó de él en segundos, y su cuerpo cayó pesadamente al suelo. Giré sobre mis talones, enfrentando al siguiente. Dos cazadores más se adelantaron, con armas en mano, creyendo que podrían ser más rápidos o más astutos. Mi risa, un sonido bajo y siniestro, fue lo último que escucharon antes de que mi velocidad vampírica me llevara directamente hacia ellos. Mis manos rodearon el cuello de uno, rompiéndolo como si fuera una rama de un árbol seco, algo tan insignificante que ya no merecía vivir. El otro logró llegar hasta mí, cortando mi brazo con un cuchillo de caza, un gruñido bajo escapó de entre mis dientes. Clavé mi mano en su pecho arrancando su corazón de un solo tirón. Mientras los otros cazadores se reorganizaban, retrocediendo instintivamente, utilicé mi agilidad sobrenatural para moverme entre ellos como una sombra. Mis ataques eran precisos y letales, cada movimiento calculado para matar. Un cazador tras otro, sus cuerpos comenzaban a llenar el espacio, un recordatorio macabro de lo que significaba enfrentarse a un vampiro antiguo en su plenitud. La última cazadora de pie, ágil y experimentada, logró esquivar mi ataque inicial y contraatacó con una serie de movimientos que mostraban años de entrenamiento. Nos enfrentamos en un baile mortal, sus armas contra mi velocidad inhumana. —Este es el fin para ti, cazadora —susurré en su oído antes de dejar que mis colmillos bajaran a su yugular. Pero antes de terminar con su vida, un dolor se apoderó de mi pecho. En el momento que la dejé caer sin vida a mis pies, mi cuerpo cayó también.
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