Capítulo 23

1326 Words
Kane Me desperté temprano, justo cuando los primeros rayos del sol empezaban a entrar por la ventana. Maeve seguía dormida, acurrucada entre las sábanas, y la verdad es que me costó decidirme a salir de la cama. Suspiré antes de levantarme, y le dejé un beso en la mejilla, su piel estaba suave y fresca. Me quedé un momento parado al pie de la cama, observándola. Se veía tan tranquila y hermosa que me hubiera gustado quedarme ahí mirándola todo el día, pero sabía que tenía cosas que hacer. Con un poco de desgana, me vestí rápido con lo primero que encontré y me fui directo a la cocina. Encontré mi teléfono y vi que Ada había mandado un mensaje diciendo que ya había arreglado lo de anoche, le respondí con un simple "ok". Dejé el teléfono a un lado y me puse a hacer café. Quería hacer algo especial para Maeve, algo que le sacara una sonrisa cuando se despertara. Me decidí por preparar unos panqueques. Empecé a batir la mezcla mientras el olor a café llenaba la cocina. Mientras la mezcla de los panqueques burbujeaba en la sartén, no pude evitar reflexionar sobre el cambio que mi vida había sufrido desde que Maeve entró en ella. Si alguien me hubiese dicho hace años que me encontraría preparando desayuno en la mañana para alguien, probablemente me habría reído con desdén. Y si hubiesen insistido, es probable que esa risa se convirtiera en furia, con un trágico desenlace para la otra persona. Pero Maeve... ella era diferente. Desde el momento en que la vi, supe que había algo en ella destinado para mí. Su aroma, su esencia, todo en ella resonaba con algo profundo dentro de mí. El verdadero cambio vino con ese pacto de sangre inesperado. Nunca imaginé que ella me mordería esa primera vez, ni que nuestra sangre mezclada forjaría un lazo tan profundo. Fue un momento de intensidad pura, una reclamación mutua nacida del deseo y del reconocimiento instintivo del otro. Algo en esa unión había sellado algo más que un compromiso físico; había entrelazado nuestras almas de una manera que parecía tan inevitable como natural. Al voltear los panqueques en la sartén, sonreí ante la ironía de todo. Aquí estaba, el ser más temido de la noche, que había vivido más años de los que la mayoría podría contar, encontrando una frescura nueva en la vida gracias a Maeve. Ella había despertado partes de mí que pensé que estaban muertas. Y a pesar de las complicaciones que nuestro vínculo podría traer, no había arrepentimiento en mi corazón, solo una sensación de certeza y un deseo de proteger lo que ambos habíamos encontrado. "Lo que tenemos es raro, ángel," pensé mientras ponía los panqueques en un plato y preparaba la bandeja. "Y haré todo lo que esté en mi poder para protegerlo, para protegerte." Con la bandeja equilibrada cuidadosamente en una mano, abrí silenciosamente la puerta de la habitación. La luz suave del amanecer todavía se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en un resplandor cálido y tranquilo. Maeve todavía dormía pacíficamente, su cabello esparcido sobre la almohada como un halo dorado. Coloqué la bandeja sobre la mesa de noche, asegurándome de no hacer ruido que pudiera despertarla de golpe. Luego, me incliné sobre ella, observando por un momento la serenidad de su rostro. Sentía una mezcla de admiración y una profunda gratitud por tenerla en mi vida, una sensación que se intensificaba cada día más. Con suavidad, dejé un beso en su frente, luego otro en su nariz, y finalmente uno en sus labios. Me detuve un instante, esperando a ver si despertaba. Los suaves besos hicieron que se moviera ligeramente, y sus párpados comenzaron a parpadear lentamente, ajustándose a la luz del día. —Buenos días, ángel —susurré, con una sonrisa ante la visión de sus ojos abriéndose lentamente. Maeve parpadeó, confundida por unos segundos, antes de enfocar su mirada en mí y sonreír suavemente. —¿Qué? ¿Qué hora es? —su voz era ronca por el sueño. —Aún temprano, —respondí, mi mano acariciando su mejilla. —Pero pensé que podríamos comenzar el día con algo especial. Se enderezó, apoyándose en los codos, y notó la bandeja de desayuno. —¿Hiciste todo esto? —preguntó, su sorpresa evidente en su voz y en sus ojos ahora completamente abiertos. —Sí, espero que te guste —dije, ayudándola a sentarse en la cama para que pudiera comer cómodamente. Maeve miró los panqueques y luego a mí, su expresión suavizándose con una emoción que parecía mezclar amor y una pizca de asombro. —¿Planes para hoy? Aparte de nuestra cena, claro está —pregunté, colocando la bandeja entre los dos. —Después de las clases tengo baile, pero para las ocho estaré lista —respondió ella, sirviéndose con cuidado y encontrando mi mirada con una sonrisa. —Perfecto, haré una reserva en un restaurante y luego te pasaré la ubicación —dije, devolviéndole la sonrisa. —Suena misterioso... me gusta —comentó Maeve, saboreando un trozo de panqueque y limpiándose los labios con la servilleta. Su mirada se llenó de una chispa traviesa. —¿Y qué tipo de restaurante será? —Es una sorpresa, algo que creo que ambos disfrutaremos —le aseguré, sintiendo cómo la expectativa crecía entre nosotros. Una vez que terminamos, Maeve recogió los platos y los llevó a la cocina. Volvió a mí con una propuesta que me hizo alzar una ceja en sorpresa. —¿Qué te parece si compartimos una ducha? —sugirió con un tono juguetón, tomándome de la mano y guiándome hacia el baño. Entramos juntos en la ducha, y el agua caliente nos envolvió mientras nuestras manos exploraban el cuerpo del otro. La apreté contra la pared mientras la besaba con urgencia, como si no pudiera tener suficiente de ella. Mordí su labio, necesitando también ese extra que su sangre me daba, ese sabor tan único e irresistible que me volvía loco. Ella era una pequeña salvaje que anhelaba que le hiciera todo sin reservas y yo era su esclavo que le daría todas las malditas cosas que me pidiera. Pasó sus manos sobre mí como si no estuviera lista para abandonar este pequeño mundo que habíamos creado para nosotros dos, la dejé explorar cada centímetro de mi piel antes de perderme en el calor de su cuerpo. Nunca antes había sentido una duda tan profunda en toda mi existencia. Maeve tenía ese efecto en mí, me hacía replantearme todo. La idea de dejar de lado mi venganza para simplemente disfrutar de la vida a su lado era tentadora. La vida humana era tan efímera, y aunque todavía no habíamos tocado el tema de mi verdadera naturaleza, no me atreví a pensar en transformarla... todavía. Y si ella decidiera que no quiere pasar la eternidad conmigo, que no quiere cambiar, me destrozaría, pero tendría que aceptarlo. Aún así, me preguntaba, ¿qué daño podría hacerle a mi venganza esperar algunas décadas más? He perseguido este objetivo por siglos, pero Maeve... Maeve podría ser una razón suficiente para cambiar eso. Ella había cambiado la perspectiva desde la cual veía este mundo. Ella había traído color y significado a mi existencia que, hasta su llegada, había sido dominada por tonos de gris y rojo sangre. Si mi padre pudiera verme ahora, probablemente se revolcaría en su tumba al ver a su único hijo considerando abandonar su venganza por amor. Sin embargo, estoy seguro de que mi madre, si estuviera aquí, estaría más que feliz. Ella siempre quiso que encontrara algo más en la vida que el frío camino de nuestra especie. Encontrar a Maeve, mi ángel, mi amor, mi reina, es algo que nunca esperé pero ahora que lo tenía, lo valoraba más que a mi propia inmortalidad. Aunque eso significara dejar mi venganza de lado y aniquilar a cualquiera que cuestione mi decisión.
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