Capítulo 27

1482 Words
Maeve Al escuchar su voz, quebrada y débil, un escalofrío recorrió mi espalda. La luz del pasillo apenas iluminaba la habitación, creando sombras que danzaban por las paredes en un macabro espectáculo. Mi corazón latía con fuerza, amenazando con salirse de mi pecho mientras examinaba su estado. Kane estaba pálido, más de lo normal, y su piel tenía un tinte grisáceo que me llenaba de terror. —No, no voy a dejarte, —le dije con voz firme, aunque por dentro estaba desmoronándome. Mis manos temblaban mientras trataba de evaluar sus heridas. Había sangre, mucha sangre, que manchaba su ropa y se extendía alrededor de su cuerpo en un charco oscuro. —Por favor, Maeve, es peligroso, —sus palabras eran un susurro, y el esfuerzo por hablar parecía consumirle las pocas fuerzas que le quedaban. Ignoré sus advertencias, rasgando parte de mi vestido para intentar detener el sangrado de una herida en su pecho. El tacto de su piel bajo mis dedos era frío, y cada momento que pasaba sin que pudiera hacer algo aumentaba mi desesperación. —Voy a llamar a una ambulancia, —anuncié, sacando mi móvil con manos que no parecían querer obedecerme. —No... no funcionará. No para mí, —murmuró, y su mirada encontró la mía, un destello de algo profundo y doloroso brillando en sus ojos oscuros. Me quedé congelada, el teléfono a medio camino de mi oído, incapaz de procesar sus palabras completamente. Pero entonces, algo en la forma en que me miró, una mezcla de súplica y resignación, me hizo cortar la llamada. Reuní toda mi fuerza para levantarlo con cuidado, apoyando su cabeza en mi regazo, mientras unas lágrimas inesperadas comenzaban a caer por mis mejillas. No podía dejarlo allí, no podía permitir que se rindiera. —No te voy a perder, Kane, no ahora, —le aseguré, presionando mi mano contra su pecho, sintiendo cada latido débil. —Por favor, ángel... vete... —su voz era un susurro roto, lleno de agonía. Se apartó, evitando mi mirada, como si el solo hecho de verme le causara dolor. —No quiero hacerte daño. No podía comprender sus palabras. ¿Daño? ¿Kane? Todo lo que habíamos compartido me decía que él nunca podría lastimarme. Me incliné hacia él, ignorando su súplica. —Kane, yo te a... Te quiero y no voy a perderte... —mis palabras salieron temblorosas, cargadas de un miedo que no quería admitir. Al oírlas, algo cambió en él. Sus ojos, antes de una mezcla entre verde y gris, ahora ardían con un rojo intenso, sus pupilas dilatadas. Mis sospechas, aquellos temores nocturnos que había tratado de no prestarle atención, se confirmaron en ese instante. Kane era un vampiro. No era solo la transformación de sus ojos, sino también la de sus dientes, que ahora mostraban colmillos afilados y peligrosos. Él se levantó con una rapidez sobrenatural, y antes de que pudiera retroceder, me atrapó entre sus brazos. Su abrazo, que tantas veces me había sabido a seguridad, ahora se sentía como una prisión. Sus colmillos encontraron la suave piel de mi cuello, y la mordida que siguió fue todo menos placentera. Un dolor agudo y penetrante se disparó por todo mi cuerpo, como miles de agujas clavándose profundamente en mi carne. Grité, un sonido desgarrador que llenó la habitación, tratando de empujarlo, de liberarme de su agarre. Pero Kane, o lo que quedaba de hombre en él, me sujetó con más fuerza. Mis piernas comenzaron a fallar, mi visión se nublaba, y mientras el dolor me consumía, la oscuridad me envolvió, robándome la conciencia y dejándome a merced del monstruo que Kane había desatado. *** La habitación era un susurro de voces preocupadas y murmullos que apenas entendía, flotando en una bruma que parecía espesarse con cada segundo que pasaba. —Fue una suerte, mi señor, que se haya detenido a tiempo, —una voz desconocida, su tono lleno de respeto. —Y una mierda, casi la maté... —la voz de Kane estaba teñida de un dolor que nunca había escuchado en él, distante y, sin embargo, tan cercana a mi corazón desgarrado. —Dígame que va a estar bien, por favor. —Ya se lo dije, mi señor, ella estará bien, —respondió la misma voz desconocida, tratando de brindarle algo de calma en la tempestad que Kane había desatado. —Todo listo aquí, Kane, —la voz de Ada cortó a través de la niebla, una voz que aunque familiar, en ese momento parecía venir de otro mundo. Luché contra el peso de mis párpados, que se sentían como si estuvieran sellados con plomo. Un pequeño movimiento de mis ojos debió alertar a Kane, porque en un instante, estaba a mi lado. —¿Ángel? Mi reina, ¿cómo te sientes? —su voz estaba cargada de una preocupación que me envolvía como una manta, su mano tierna corriendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja antes de ponerla sobre mi mejilla. —Yo... necesito... —intenté hablar, mi voz no más que un hilo débil y roto. —Dime, mi amor, qué necesitas, —instó Kane, su mirada fija en la mía, un rastro de pánico en sus ojos oscuros. —Agua... —logré murmurar, mi garganta ardiendo por el esfuerzo. Sin perder un segundo, una mano apareció detrás de él, extendiendo un vaso lleno de agua. Con cuidado, Kane me ayudó a incorporarme, apoyando mi espalda con su brazo mientras me alcanzaba el vaso. Su tacto era gentil pero firme, asegurándose de que no me derrumbara de nuevo mientras bebía lentamente, cada sorbo un alivio fresco que se esparcía por mi garganta y calmaba el ardor que había sentido antes. Dejó el vaso vacío sobre la mesa de noche y se volvió hacia la puerta. Su expresión era severa, comandante. —Necesitamos un momento, —dijo con voz firme pero tranquila. Ada, con un suspiro de resignación y una mirada final cargada de palabras no dichas, se alejó con pasos silenciosos. El hombre que había estado al fondo de la habitación, hasta ahora una presencia silenciosa y misteriosa, se enderezó al escuchar la orden de Kane. —Sí, mi señor, —respondió con una pequeña reverencia. Sus movimientos eran fluidos y respetuosos, y aunque su voz llevaba un timbre de seguridad, era evidente su respeto hacia Kane. Se retiró, cerrando la puerta con un clic suave. El silencio que siguió fue espeso, lleno de palabras no dichas y emociones apenas contenidas. Kane se volvió hacia mí, una sombra de una sonrisa triste adornando sus labios. —¿Cómo estás? —preguntó. Yo intenté sonreír, pero la memoria de lo sucedido me golpeó como un relámpago. De repente, las imágenes del ataque, él en el suelo lleno de sangre, moribundo, el miedo, el dolor agudo y la sensación de los colmillos de Kane en mi cuello volvieron a mí con una claridad brutal. Mi cuerpo se tensó involuntariamente, un escalofrío recorriendo mi columna. —Yo... —comencé, mi voz temblorosa mientras luchaba por controlar el pánico que amenazaba con desbordarse. —Yo tendría que preguntarte eso. Kane se echó a reír, pero el sonido fue hueco, sin alegría. —Pero mira, aquí estoy, preocupándome por ti, cuando tú eres la que casi... Se detuvo, incapaz de terminar la frase, y la habitación pareció encogerse alrededor de nosotros. Cogió mi mano entre las suyas, buscando en mis ojos algo que quizás ni yo misma podía entender. —Ángel, lo siento tanto, —susurró finalmente, su voz quebrada por la pena. —Nunca quise que nada de esto pasara. Te prometí protegerte, y fallé. Las palabras salían de él tan sinceras y cargadas de dolor que cualquier rastro de miedo hacia él comenzó a disiparse dentro de mí. A pesar del terror y el dolor, una parte de mí sabía que lo que había sucedido no había sido a propósito, sino un accidente en medio de un caos que ni él había podido controlar completamente. Él miró a un lado, evitando mi mirada, como si temiera que el mero hecho de enfrentarse a mis ojos pudiera hacerle más daño del que ya sentía. —Kane, —susurré, llevando una mano a su mejilla para que me mirara, —ambos sabemos que no tenías el control, tú... Vi cómo su mandíbula se tensaba, cómo luchaba por mantenerse compuesto mientras las sombras de su naturaleza danzaban en sus ojos. —No, eso no importa ahora, —continuó con voz ronca, casi un susurro, como si las palabras le quemaran la garganta al salir. —Lo que hice... No puedo borrarlo, ángel. Esto es lo que soy, y entiendo si quieres hacerte a un lado... —Dímelo, por favor, dime qué eres... —Soy un vampiro, Maeve. —Su voz se quebró con la admisión, un susurro de aire frío que parecía congelar el espacio entre nosotros.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD