Maeve Al escuchar su voz, quebrada y débil, un escalofrío recorrió mi espalda. La luz del pasillo apenas iluminaba la habitación, creando sombras que danzaban por las paredes en un macabro espectáculo. Mi corazón latía con fuerza, amenazando con salirse de mi pecho mientras examinaba su estado. Kane estaba pálido, más de lo normal, y su piel tenía un tinte grisáceo que me llenaba de terror. —No, no voy a dejarte, —le dije con voz firme, aunque por dentro estaba desmoronándome. Mis manos temblaban mientras trataba de evaluar sus heridas. Había sangre, mucha sangre, que manchaba su ropa y se extendía alrededor de su cuerpo en un charco oscuro. —Por favor, Maeve, es peligroso, —sus palabras eran un susurro, y el esfuerzo por hablar parecía consumirle las pocas fuerzas que le quedaban.