Capítulo 21

1490 Words
Kane Maeve repitió las reglas del juego con una mezcla de seriedad y un brillo travieso en sus ojos. Mientras se alejaba ligeramente, su peso se apoyó en sus brazos, y luego, con un movimiento sensual y rápido, se incorporó sobre mi regazo, haciéndome consciente de cada punto de contacto entre nuestros cuerpos. —Regla uno, no puedes soltarte, —murmuró, su voz un susurro bajo y seductor. Pero su expresión cambió ligeramente, un pensamiento cruzando su mente. —O sea, si sé que puedes hacerlo, solo te pido que no lo hagas, ¿sí? —Lo prometo, ángel. —Asentí, mi garganta seca, mientras me comprometía a quedarme atado con la precaria corbata. Maeve, al ver mi acuerdo, sonrió satisfecha y se reacomodó sobre mí. Su abrigo aún la cubría, pero la forma en que comenzó a bajar lentamente el cierre, me hacía arrepentirme de la promesa que le había hecho. —Regla dos, —continuó, mientras su mano seguía bajando el cierre, cada movimiento deliberado y tentadoramente lento, —debes responder con total honestidad. Asentí como un idiota, cautivado por la transformación de la dulce Maeve en esta mujer segura y seductora que se sentaba sobre mí. Mi pulso se aceleraba, cada latido resonando como un tambor en mis oídos, mientras me esforzaba por mantener la compostura y no romper la promesa que ella me había pedido. —Y la tercera, —añadió, ahora completamente sin abrigo, —puedes preguntar a cambio cuando respondas todas mis preguntas. La expresión de incredulidad en mi rostro debió ser tan evidente como mis emociones en ese momento, al ver a Maeve ahora sin su abrigo, revelando que debajo solo llevaba ropa interior. Sus prendas eran de un encaje rojo delicado que apenas insinuaba más de lo que ocultaban, y cada curva de su cuerpo estaba perfectamente destacada bajo la tenue luz de la habitación. —¿Todo este tiempo estabas... así debajo de tu abrigo? —mi voz salió más ronca de lo que pretendía. Ella sonrió, con una sonrisa llena de confianza y arrogancia, y asintió ligeramente. —El juego comienza, —declaró, su voz un suave susurro que parecía bailar con las sombras de la habitación. Antes de que pudiera reaccionar, Maeve se inclinó hacia adelante una vez más. Sus manos encontraron mi cara, llevándola suavemente hacia la suya, y sus labios capturaron los míos en un beso tierno. Pronto, el beso se profundizó, alimentado por la pasión que nos consumía cada vez que estábamos juntos y la expectativa que este juego traía para ambos. Se apartó solo lo suficiente para mirarme, pero mantuvo sus labios a escasos centímetros de los míos. —Primera pregunta, —susurró, y su voz hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Sus dedos trazaron lentamente un camino por mi pecho, cada caricia era como una promesa o una amenaza, igualmente poderosa. —¿Eres peligroso? La pregunta tan frontal y directa me tomó por sorpresa, posiblemente otra chica me hubiera preguntado, no sé... ¿mi color favorito? Pero Maeve no era otra chica. Ella ya intuía cosas. —Sí, —admití con un jadeo. Ella me estudió por un momento, sus ojos no revelaron nada de lo que pudiera estar pensando. Luego, con una lentitud tortuosa, besó la comisura de mi boca, sus labios dejando un rastro ardiente a lo largo de mi mandíbula hasta llegar a mi cuello. —¿Me harías daño? —volvió a preguntar, su voz ahora un susurro vibrante contra mi piel. —Jamás, no, —respondí rápidamente, el dolor en mi voz era evidente. La sola idea de que ella pensara eso me destrozaba por dentro. Sabía a lo que se refería, y el pensar que pudiera verme como una amenaza era más doloroso de lo que esperaba. De golpe, ella se sentó, su mirada fija en la mía, buscando algo más que simplemente una respuesta verbal. —¿Es Ada más que solo tu ayudante? —interrogó con firmeza, su ceja arqueada revelando un rastro de celos. El asombro y la ofensa se mezclaron en mi respuesta. —¿Qué? No, claro que no, —me apresuré a corregir cualquier malentendido. Ada era muchas cosas, pero no había lugar para ella en mi corazón de la manera que Maeve parecía temer. —¿Seguro? —volvió a preguntar acomodándose sobre mí, sus manos apoyadas ahora en mi pecho. —¿Realmente vas a gastar una de tus preguntas así? —le inquirí levantando una ceja para enfatizar mi punto. —Ella es solo una persona que conozco desde hace mucho tiempo, nada más. Maeve me miraba como intentando, deseando creerme. Sus dedos comenzaron a moverse por mi piel, bajando con una lentitud tortuosa, dejando líneas de fuego vivo en mi cuerpo. Ella se movió hasta quedar entre mis piernas, y con agilidad retiró la toalla que aún estaba envuelta en mis caderas. —No vamos a necesitar esto, —sonrió humedeciendo sus labios con su lengua antes de morderse el labio inferior. Con una mano tomó mi m*****o y me acarició suavemente, haciendo que mis músculos se tensaran y un gemido escapara de mis labios. Antes de poder pedirle o rogarle por un poco mas, bajó la cabeza sin apartar sus ojos de los míos. Sacó su lengua y lamió desde la base hasta la punta, dejándome desesperado, necesitado por más. Moví mis caderas exigiendo que me lo diera todo, ella sonrió segundos antes de llevárselo a la boca, cerrando sus labios alrededor de mi eje y bajando hasta la base. Maldije entre gemidos, cerrando los ojos al sentir su boca caliente, su lengua suave mientras me masturbaba, intentando recordar por qué le había prometido quedarme atado en primer lugar. Estaba a punto de romper mi promesa cuando ella se alejó de mí con un chupetón que resonó en la habitación mezclándose con mis gemidos. —¿Has matado a alguien antes? —siguió, su tono serio, pero su mano seguía aferrada a mi m*****o, bombeando cada vez más lento, esperando mi respuesta. —Sí, —aparté la mirada de su mano y busqué en sus ojos algún rastro de miedo o repulsión, pero ella era impresionantemente buena escondiendo sus pensamientos. Besando mi muslo primero, comenzó a subir dejando un camino por mi cuerpo de besos y lamidas que me llevaron a otro nivel de excitación. Volvió a sentarse sobre mi, colocando una rodilla a cada lado de mis caderas, frotándose contra mi eje, provocándome, probando si realmente sería capaz de cumplir mi promesa. Maldita promesa. Maeve continuó con sus movimientos de caderas sobre mí, moviendo sus manos para desprender su sujetador, liberando sus pechos frente a mí. Mi respiración estaba estancada, verla así, tan perfecta para mí, tan hermosa, tan... meine. —¿Me protegerías incluso si eso significa poner en riesgo tu propia vida? —su voz apenas audible mezclada con el deseo que teníamos de terminar el interrogatorio. —Sí, —dije sin pensarlo. Muchos se enojarían conmigo por hacerlo, por poner en riesgo mi vida por una humana, pero eso no iba a impedir que diera todo lo que tenía en mi poder por mantenerla a salvo. Ella asintió lentamente, y pude ver el alivio mezclado con una chispa de preocupación en sus ojos. Inclinándose hacia adelante mientras se apoyaba en un brazo, usó su otra mano para sacarse las bragas y tirarlas a un lado. —Son mis favoritas, —dijo sonriendo, —no quiero que las rompas. Me reí por la importancia que le estaba dando a eso en este momento, mi mente ya planeaba qué hacerle en cuanto ella permitiera soltarme, y nada tenía que ver con sus bragas. —¿Me has mordido, literalmente, alguna vez? —preguntó, con una pequeña sonrisa juguetona que no ocultaba completamente la seriedad de la pregunta. —Sí, —respondí, —y tengo la intención de hacerlo muchas más veces, a menos que tú me pidas que no lo haga. La vi morderse el labio inferior con tanta fuerza que comenzó a sangrar, mis dientes vibraban con la necesidad de salir. Acortó la distancia que nos separaba y se detuvo a un suspiro de mis labios. Su mano bajó, tomando mi m*****o entre nuestros cuerpos, enfrentándolo a su entrada. Sentí el calor y la humedad de su sexo mojando mi eje y jadeé deseando estar enterrado en ella. —Última pregunta... por ahora, ¿me quieres? —su voz era suave, vulnerable. —Más de lo que las palabras pueden expresar, —respondí sin dudarlo, y esta vez fui yo quien redujo la distancia entre nosotros, capturando sus labios en un beso, saboreando la sangre que me estaba ofreciendo. —¿Puedo soltarme ya? —gemí, haciendo la única pregunta que me importaba su respuesta en este momento. Ella asintió, con facilidad rompí la corbata y mis manos se aferraron a sus caderas para bajarla y enterrarme por completo en ella.
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