Capítulo 30

1457 Words
Maeve Me desperté sintiéndome revitalizada. La luz del sol se entraba entre las cortinas, picándome los ojos con sus brillantes destellos. Intenté estirarme para alejarme del incómodo brillo, pero un peso sólido y reconfortante me detuvo. El brazo de Kane estaba firmemente envuelto alrededor de mi cintura, manteniéndome pegada a su pecho —¿Dormiste bien? —pregunté, acomodándome en su abrazo, sintiendo cada músculo de su pecho y abdomen contra el mío. —Como un niño, —respondió él, su voz ronca por el sueño. Su aliento cálido rozó mi cuello, enviando un cosquilleo a través de mi piel. —Tener a mi reina en mis brazos es la mejor cura para el insomnio que he encontrado. Su risa, baja y ronca, vibró contra mi pecho cuando me estrechó aún más contra él. —Deberíamos levantarnos, —murmuré, aunque no tenía ningun apuro por salir de la cama. —Solo cinco minutos más, —dijo, su voz suave como una caricia. —No hay nada más importante en este momento que esto. Sus labios encontraron los míos, en un beso que empezó tierno y se fue intensificando poco a poco. La sensación de sus dedos deslizándose por mi espalda bajo la camiseta era relajante y electrizante. Con un suspiro de resignación, nos separamos. Él apoyó su frente contra la mía, y ambos respiramos el mismo aire, compartiendo un momento de calma antes de enfrentar el día, o mejor dicho la tarde. El timbre del teléfono me hizo sobresaltar y cortó nuestros cinco minutos de manera abrupta. Kane se estiró, su cuerpo sobre el mío, para alcanzar el teléfono que no paraba de sonar. Con una sonrisa traviesa, mordí su pecho, jugando a provocarlo mientras intentaba responder la llamada. Se rió de mi atrevimiento, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y deseo. Con rapidez sujetó mis manos y las fijó sobre mi cabeza, su rostro se transformó, mostrando sus colmillos alargados. Me sonrió, una sonrisa pecaminosa que subió la temperatura del cuarto varios grados. Sentí sus dientes presionar suavemente contra la piel de mi cuello, y el mundo se redujo a la sensación de él, los latidos de mi corazón, y la electricidad que recorría mi cuerpo. Estaba atrapada en un torbellino de sensaciones que me dejaban sin aliento, flotando en una nube de placer y éxtasis. Aún así, él atendió el teléfono, escuchando sin retirar sus colmillos de mi piel. Su cuerpo se tensó sobre mí, y sentí el cambio en el aire. Cuando retiró su boca de mi cuello, su expresión había perdido toda su lujuria. —Voy en camino, —respondió con seriedad, colgando la instante. El cambio repentino de la pasión al deber fue desorientador. Bajó las manos, liberándome, pero el peso de lo que sea que esa llamada significaba lo mantenía distante. Se sentó en la cama con su mirada fija en algún punto lejano, un ceño fruncido adornando su frente usualmente serena. —Lo siento, ángel, —dijo, su voz apenas un susurro. —Pero tengo que irme. —Si, está bien, —me acomodé mejor en la cama, mi corazón sintiendo cada segundo de la distancia que se iba creando entre nosotros, mientras lo observaba vestirse rápidamente. Sus movimientos eran metódicos, pero su mirada me decía que también estaba luchando con la idea de dejarme. —Yo... —comenzó, su voz un poco más grave de lo normal, mientras se abotonaba la camisa con manos que temblaban ligeramente. —Puede que esté uno o dos días fuera. Me levanté de la cama, casi sin pensar, y caminé hacia él. Al sentir mis brazos rodeándolo, él me devolvió el abrazo con fuerza. —¿Tantos días? —la tristeza teñía cada palabra. —Volveré cuanto antes, lo prometo. Pero necesito terminar con esta amenaza, ángel... —aunque su voz era suave, sus palabras eran determinadas, sus labios rozaron mi frente en un gesto tan protector que mi corazón se apretó en mi pecho. —Está bien, —susurré, colocando mis manos sobre su pecho. —Pero cuando vuelvas tendrás que volver a hacer ese truquito con tus colmillos... Levanté la mirada hacia él, mis ojos buscando los suyos, intentando imprimir en mi memoria la forma en que me miraba en ese momento. Sabía que esa mirada era mi arma secreta, la que derretía cualquier barrera que pudiera tener. —Cuenta con eso, —sus palabras mezcladas con una sonrisa sensual, y el beso que siguió fue uno de esos que sellan promesas, profundo, apasionado y desesperado. Y en menos de un suspiro, se había ido, y el eco de la puerta cerrándose tras él fue como un pinchazo a nuestra pequeña burbuja de paz. Me quedé allí de pie, sola en su apartamento que aún conservaba el calor de su presencia. Suspiré, sintiendo la soledad caer sobre mí como un manto pesado. Con un último vistazo al espacio ahora vacío, recogí mis cosas y me dirigí de vuelta a mi casa. Al abrir la puerta de mi apartamento, los sonidos de la risa inundaron mis oídos, mezclados con la voz profunda de un hombre que resonaba familiar, aunque no podía ubicarlo de inmediato. Me acerqué a ellos hasta que lo vi. —¿Tú? —la palabra se escapó de mis labios en un murmullo de sorpresa mientras me detenía en seco intentando recordar su nombre. Él se giró hacia mí con una sonrisa fácil y relajada, sus ojos chispeantes de reconocimiento. —Hola, Maeve. ¿Qué haces aquí? —su tono era ligero, pero sus palabras me dejaron confundida. —Yo debería preguntar eso, esta es mi casa... —mi voz se alzó ligeramente, señalando el espacio a mi alrededor mientras buscaba la mirada de mis amigas para alguna explicación. Sarah se apresuró a su lado, su expresión era una mezcla de emoción y nerviosismo, mientras colocaba un brazo alrededor de sus hombros. —Eve, él es mi primo Luca, —explicó, tratando de sonar casual. —Pero tú no tienes ni siquiera tíos... —mi ceja se arqueó en señal de duda, mi mente intentando conectar los puntos. —Soy su primo segundo por parte de padre, —su voz era suave, pero algo en su mirada no me convencía del todo. Era verdad que nunca habíamos conocido al papá de Sarah, y mucho menos a su familia extendida. La situación, aunque posiblemente real, me dejaba una sensación extraña en el estómago, como si faltaran piezas en el rompecabezas. —Luca se quedará unos días en la ciudad, y pensamos pasar tiempo juntos, —explicó, claramente emocionada. Yo asentí, aunque por dentro me sentía un poco incómoda con la idea de un extraño en mi espacio personal. —Eso suena genial, pero no podrá quedarse aquí en mi apartamento, —dije con firmeza, cruzando los brazos. No era una decisión fácil, pero mi hogar era mi santuario. Luca sonrió y asintió con comprensión. —No te preocupes, Maeve, ya tengo una habitación reservada en un hotel a unas pocas calles de aquí, —aseguró con un tono tranquilo y confiado. —Bien, eso me tranquiliza, —respondí con un suspiro aliviado. Me di vuelta para ir a mi habitación, —Voy a cambiarme, denme un segundo. Entré en mi dormitorio, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. Dejé mis cosas sobre la cama cuando la puerta se abrió con un suave clic. Giré bruscamente para encontrarme con Luca parado en el umbral, una expresión difícil de descifrar adornaba su rostro. —¡Luca! No deberías estar aquí, —exclamé, sintiéndome un cosquilleo de pánico extenderse por mi cuerpo. —Haces como si no estuviera aquí, —dijo con una sonrisa tranquila, apoyándose en el marco de la puerta. —Definitivamente no me voy a desnudar delante de ti, —respondí rápidamente, cruzando los brazos sobre mi pecho. Soltó una risa ligera, casi musical, pero había un brillo peculiar en sus ojos que no dejaba de inquietarme. —He estado pensando mucho en lo que dijiste anoche, sobre que merezco a alguien mejor que me ame, —comenzó, su voz bajando un tono más serio. —No me refería a mí, —lo corté de inmediato, sintiendo cómo el ambiente se tensaba entre nosotros. La sonrisa de Luca se desvaneció, y sus ojos adquirieron una tristeza repentina. —Entonces, por lo menos déjame probarte, hueles muy bien, —dijo, dando un paso adelante. Me quedé inmóvil, mi corazón latiendo desbocado al darme cuenta de quién era él en realidad, o mejor dicho, qué era. —Eres un vampiro, —dije, la voz apenas un susurro. Él sonrió ampliamente y, para mi horror, sus colmillos se alargaron de una manera que no dejaba lugar a dudas sobre su naturaleza.
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