Capítulo 3

1452 Words
Maeve Mis manos se movieron instintivamente hacia sus hombros para sostenerme, podía sentir el calor de su piel a través de la tela de su camisa. Una sonrisa tímida en sus labios me hizo suspirar. Lentamente colocó una mano en mi rodilla y con movimientos firmes avanzó a lo largo de mi muslo, casi debajo de mí vestido, mientras se inclinaba hacia mí. —¿Estás buscando problemas, ángel? —susurró en mi oído, su aliento cálido haciendo destrozos de mi sistema nervioso. En un segundo recordé por qué estaba ahí. Reuniendo toda la valentía que podía tomé su rostro entre mis manos y lo besé. Sus labios suaves y tan extrañamente reconfortantes me recibieron enviando una descarga eléctrica por todo mi ser. Dejé escapar un jadeo cuando me separé. Con su rostro sujeto entre mis manos me atreví a ver sus ojos. Brillaban con una emoción que no supe distinguir... ¿Enfado? ¿Anhelo? ¿Deseo? No me quedé para averiguarlo. Me levanté rápidamente y corrí en dirección a mis amigas. Las chicas estaban mirándome como si me hubiera salido otra cabeza. —¡Hecho! —dije con una sonrisa arrogante en mi rostro. Sarah se atragantó con su trago, mientras Dani y Clau intercambiaban miradas incrédulas. —¿Qué? ¿Qué has hecho? —preguntó Sarah, poniéndose seria de repente. —Besé al chico que me pediste que besara —respondí, disfrutando el impacto en sus caras. Dani soltó una carcajada. —¡No me digas que realmente lo hiciste! ¡Eres una loca! —exclamó, entre sorprendida y admirada. Clau se inclinó hacia adelante, con los ojos entrecerrados. —Y ¿cómo fue? —preguntó con curiosidad, como si estuviera evaluando la calidad de mi hazaña. —Fue... interesante —contesté sonriendo, sintiendo aún el zumbido del beso en mis labios. Las chicas se rieron a carcajadas, con una mezcla de incredulidad y diversión en sus ojos. —Te vimos caerte —dijeron entre risas, casi ahogándose por la diversión, —por eso no sé si interesante sería la palabra correcta. Sentí el rubor subiendo por mis mejillas. El alcohol nublaba mis pensamientos, pero aún así, sentí un poco de vergüenza. —Y mucho menos fue... —continuó Sarah, pero se detuvo abruptamente, moviendo la cabeza para señalarme algo detrás de mí. Me giré lentamente, sintiendo un nudo formarse en mi estómago. Allí, parado detrás de mí, estaba el chico que había besado. Su presencia era imponente, su figura alta dominaba el espacio. Sus ojos, esos ojos que me habían atrapado antes, me miraban con una intensidad que me dejó sin aliento. —Hola de nuevo, ángel —dijo con una voz que parecía acariciar cada nervio de mi cuerpo. Las chicas se quedaron en silencio, observando la escena con asombro y curiosidad. Sentí mis mejillas enrojecer bajo su escrutinio. —Hola... —respondí, intentando mantener la compostura, pero sintiendo que mis piernas temblaban ligeramente. Él dio un paso adelante, cerrando la distancia entre nosotros. Podía oler su colonia, una mezcla de sándalo y especias que me embriagaba. —No puedes simplemente besarme... —dijo sonriendo con picardía, —y salir corriendo. —Bueno, fue solo un juego —intenté explicar, mi voz temblando un poco. —¿Un juego? —repitió, arqueando una ceja. —Entonces, juguemos. Antes de que pudiera responder, tomó mi mano y me guió hacia la pista de baile. La música pulsaba a nuestro alrededor, una melodía vibrante que se sentía como un latido compartido. Me atrajo hacia él, sus manos firmes en mi cintura, y comenzamos a movernos al ritmo de la música. Su mirada no se apartaba de la mía, y el mundo alrededor se desvanecía, dejándonos a los dos en una burbuja compartida que parecía contener todas las respuestas y ninguna al mismo tiempo. Mi corazón latía desbocado, y la tensión en el aire era casi tangible. —Así que, ¿qué hacemos ahora? —preguntó, su voz tan baja que apenas la oí por encima del latido de mi corazón. No sabía qué decir. Parte de mí quería volver con mis amigas y olvidar que todo esto había pasado, pero otra parte, la más atrevida, quería quedarse aquí con él, descubrir qué había detrás de esa mirada intensa y esa sonrisa enigmática. Antes de que pudiera responder, una risa estridente rompió el hechizo. Me giré y vi a Clau y las chicas mirándonos con curiosidad desde la mesa, obviamente disfrutando del espectáculo. —¿Tus amigas? —preguntó él, siguiendo mi mirada. Asentí, sintiendo un poco de vergüenza y diversión a partes iguales. Él sonrió de nuevo, pero esta vez fue una sonrisa más contenida, sus ojos fríos evaluando a las chicas. —¿Vienes? —le pregunté, intentando no mostrar cuánto me importaba su respuesta. —No, gracias —dijo él, su tono ahora cortante y distante. —Prefiero no unirme a... eso. Su rechazo me dejó un poco desconcertada, pero antes de que pudiera responder, él dio un paso más cerca, acortando la distancia entre nosotros. Su mano rozó la mía, enviando una descarga de electricidad por mi piel. —Pero... no estoy preparado para dejarte ir —susurró en mi oído. —Estás demasiado borracha para quedarte aquí. Déjame llevarte a casa. Sus palabras se hicieron eco en mi mente, y me encontré asintiendo, intrigada por la confianza innata que sentía hacia este desconocido. Saqué mi teléfono y envié un mensaje rápido al grupo de mis amigas: "Me voy con él. No se preocupen. Hablamos mañana." Nos alejamos del Craver tomados de la mano, su agarre firme y cálido. Al salir a la calle, el aire fresco de la noche me despejó un poco la mente, pero todavía sentía el mareo del alcohol. Me guió hacia su auto, un coche oscuro y elegante que reflejaba la luz de las farolas. —Sube —dijo con suavidad, abriéndome la puerta del pasajero. Me acomodé en el asiento, sintiendo el cuero fresco bajo mis piernas desnudas. Él se sentó en el asiento del conductor y encendió el motor, la música suave llenando el silencio entre nosotros. —Dime tu dirección —pidió, mirándome con esos ojos intensos que ahora parecían más cálidos. Balbuceé algo, intentando recordar mi dirección exacta. Él se rió, un sonido bajo y dulce que me hizo sonreír a pesar de mi estado. —Está bien, vamos a hacer esto de la manera fácil —dijo, tomando mi teléfono y buscando mi dirección en la aplicación de mapas. Cuando la encontró, la ingresó en su teléfono y comenzó a conducir. Durante el viaje, intenté mantener mis ojos abiertos, pero el movimiento suave del auto y la música relajante me arrullaban. Sentía su mirada sobre mí de vez en cuando, y cada vez que lo hacía, me sentía más segura y protegida. —Gracias por hacer esto —murmuré, mis palabras apenas audibles. —No tienes que agradecerme, Maeve —respondió, su tono suave y dulce. —Quiero asegurarme de que llegues a casa a salvo. Llegamos a mi edificio y él apagó el motor. Se bajó del auto y caminó hacia mi lado, abriendo la puerta para ayudarme a salir. Me sostuvo firmemente mientras caminábamos hacia la entrada. —¿Puedes subir sola? —preguntó, la preocupación evidente en su voz. —Sí, puedo —respondí, aunque no estaba completamente segura de mis palabras. Él me miró con escepticismo, pero finalmente asintió. Al llegar a la puerta del edificio, traté de subir los escalones, pero mis piernas temblaban demasiado. Él puso su brazo alrededor de mi cintura para apoyarme. —Está claro que no puedes subir sola —dijo con una sonrisa divertida. —Vamos, te ayudaré. Nos movimos lentamente por las escaleras, él sosteniéndome firmemente mientras yo me apoyaba en él. El calor de su cuerpo y su presencia tranquilizadora me hicieron sentir más segura. —¿Cuál es tu apartamento? —preguntó cuando llegamos al segundo piso. —El 204 —dije, señalando la puerta al final del pasillo. Nos dirigimos hacia allí y saqué las llaves de mi bolso con manos temblorosas. Él tomó las llaves suavemente de mis manos y abrió la puerta, guiándome adentro. Me ayudó a llegar hasta el sofá y me senté, sintiendo el agotamiento de la noche caer sobre mí. Se agachó frente a mí, asegurándose de que estuviera cómoda. Sus manos se movieron con cuidado hacia mis pies, y suavemente sacó mis tacones, dejándolos a un lado. El alivio inmediato que sentí al liberarme de ellos fue abrumador. —Gracias —murmuré, dejando que mi cabeza descansara en el respaldo del sofá. —Cualquier cosa por tí, ángel, —susurró mirándome con intensidad en sus ojos claros.
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