Capítulo 35

1594 Words
Kane Mi corazón seguía golpeando con fuerza contra mi pecho, cada latido resonando con el eco de lo que podría haber sido si no hubiera llegado a tiempo. Maeve se acurrucó contra mí, su calor y el sutil aroma de su shampoo actuaban como un bálsamo contra la necesidad que tenía de perseguir a ese maldito y cobrarme todo lo que había hecho. Sentí cómo su cuerpo temblaba ligeramente; el miedo aún reverberaba a través de ella, y eso me clavaba más profundo de lo que cualquier arma de cazador podría. —Lo siento, no debería haber dejado que llegara tan lejos, —murmuró, su voz un susurro que apenas cortaba el silencio. La sostuve más cerca, mis manos recorriendo su espalda en un intento de calmarla, de asegurarle, a ella y a mí, que estaba a salvo. Pero dentro de mí, la ira seguía hirviendo, una marea oscura que amenazaba con desbordarse. —No tienes que disculparte por nada, ángel. —Mis palabras salieron más duras de lo que pretendía, alimentadas por mi frustración. —Es ese maldito chico el que está jugando con fuego. Y yo... Hice una pausa, luchando por mantener el control. No quería asustarla más de lo que ya estaba, pero cada fibra de mi ser clamaba por protegerla, por eliminar cualquier amenaza que pudiera llegar a ella. —Kane, —sus manos se deslizaron hasta mi rostro, obligándome a mirarla a los ojos. —No dejes que esto nos consuma. No ahora. Asentí, permitiéndome un momento para respirar, para saborear el olor de su piel y el calor de su cuerpo contra el mío. —Tienes razón, —admití finalmente, permitiendo que una pequeña sonrisa apareciera en mis labios. —Hay cosas más importantes en las que centrarnos. Como tú y yo. Ella se alejó de mí, dando unos pasos atrás sin apartar sus ojos de los míos, una sonrisa traviesa adornando sus labios. Me apoyé contra el marco de la puerta, observándola mientras con delicadeza ella se sacaba lentamente la toalla que la envolvía. Estando completamente desnuda ante mis ojos, se me olvidó por qué había estado tan enojado los últimos minutos. Di un paso hasta acortar la distancia entre nosotros, envolviendo un brazo en su cintura. —¿Estás intentando distraerme, meine? —pregunté mientras ella ponía sus brazos en mi cuello. —¿Funciona? —enarcó una ceja mirándome con deseo en sus rasgos. Bajó sus manos por mi pecho hasta que llegó a mi entrepierna y la dejé pasar la palma de su mano por mi longitud sólida. Ninguna chica me había vuelto tan salvaje. Solo tenía que estar cerca de ella y estaba listo. Mi pequeña ángel sería mi ruina. Pero estaba demasiado involucrado para que me importara. Dejaría que me destruyera poco a poco porque, si tenía que caer, estaba más que feliz de que fuera de sus manos. —¿Busca problemas, señorita Ryder? —susurré rozando mis labios sobre los suyos. —¿Me va a castigar, profesor? —preguntó con una voz dulce e inocente, y estaba a punto de perder la cabeza por ella. Necesitaba estar dentro de ella, sintiendo su calor, su carne envolviéndose a mi alrededor. Podía sentirme cediendo a ese impulso a cada segundo. Asentí con una sonrisa lascivia, levantando su cuerpo liviano y llevándola a la cama. La acomodé, girándola para que se apoyara en sus manos y rodillas. Tiré de sus caderas hacia arriba, sentándome hacia atrás mientras llevaba su perfecto y redondo trasero a mis labios y hundía mis dientes en su carne. Ella gritó mientras la marcaba con mis colmillos y luego agarré un puño lleno de su cabello para inclinarme sobre su cuerpo. Llevé mi boca a su oído, frotando mi m*****o en su trasero mientras ella jadeaba mi nombre. —¿Estás lista para mí, ángel? —gruñí en su oído, haciendo que su piel se erizara por la anticipación. Ella asintió, mordiéndose el labio inferior, pero eso no era suficiente para mí. —Contéstame, —insistí, golpeando con fuerza mi mano contra su trasero, haciendo que jadeara sorprendida antes de frotar la marca enrojecida para calmarla. —Sí, —susurró y deslicé mi mano entre sus piernas, sintiendo la evidencia de su excitación con un gemido. Puse una mano en la base de su columna y luego empujé dos dedos dentro de ella sin previo aviso, haciendo que su espalda se arqueara, robándome sus gemidos. Los bombeé lentamente, excitándome por sus sonidos y súplicas de querer más. La llevé a un ritmo lento que fuera lo suficiente para volverla loca, pero no para empujarla al orgasmo. Ella no llegaría hasta que yo lo dijera. —¡Por favor, Kane! —gimió extasiada, pero esa no era la forma en la que quería que me llamara. —Necesito más, mi amor... Saqué mi mano y agarré sus caderas de repente, dándole la vuelta con un movimiento suave pero fluido. Me quedé allí mirándola, guardando en mi mente una imagen fotográfica de su cuerpo, de ese deseo en sus ojos que solo me correspondían a mí. Bajé hasta que mi cabeza quedó entre sus piernas y me di un festín con ella, mordisqueando, lamiendo y devorando hasta que estuvo al borde del precipicio, acercándola más y más al límite antes de ralentizar mi lengua y hacerla rogar por más. —Por favor, mi amor, por favor, —gritó sollozando, pero no iba a obtener lo que pedía, no así. Quería perderme con ella y estaba tan desesperado que sabía que iba a durar muy poco después de enterrarme en su cuerpo. Me moví sobre ella mientras me sacaba la camisa, sus movimientos y sus ojos salvajes por la necesidad. Dejé que me la pasara por la cabeza, perdiendo todo el control mientras deslizaba sus manos entre nosotros, desabrochando mis pantalones con dedos frenéticos y tomando mi eje en su mano. Colocándome entre sus piernas, ella levantó sus caderas de forma desesperada y la reclamé con un solo empujón que la hizo gemir. Agarré sus muñecas, sosteniéndolas por encima de su cabeza y chocando contra ella con la velocidad de mi naturaleza. Ella se estaba deshaciendo, apretando los puños a mi alrededor y yo estaba tan cerca, jadeando pesadamente mientras nos conducía a los dos hacia el límite. Sus labios chocaron torpemente contra los míos, mordiéndome con tanta fuerza que la sangre se mezcló con su sabor. Liberé mis colmillos para cortar su labio y dejarme llevar por la dulzura de la suya, en el mismo momento que ambos nos tensamos con nuestra liberación. Se aferró a mi espalda con sus uñas rasgando mi carne mientras me derramaba en su interior, gimiendo sin control. Una explosión de éxtasis se produjo en todas partes de mi cuerpo. Mi cabeza estaba a punto de estallar y su cuerpo se sentía como una extensión del mío, haciendo que otra ola de puro placer me atravesara. Mi frente cayó contra la de ella y el dulce aroma de su carne me devolvió a la realidad. El calor de su cuerpo contra el mío era un calmante natural para mí, sus dedos trazando perezosamente líneas sobre mi pecho, cada toque enviando electricidad a mis terminaciones nerviosas. —Te extrañé mucho, —susurró, su voz apenas audible entre los sonidos de nuestras respiraciones entrecortadas. Respondí a sus palabras con un beso suave, saboreando la dulzura de su boca como si fuera la primera vez. —Y yo a ti, meine. Necesitaba volver... a ti. —¿Todo salió bien? —preguntó, su mirada fija en la mía, buscando algo más allá de las palabras. Exhalé profundamente, mi mirada oscureciéndose un poco al recordar la intensidad de lo que habíamos tenido que hacer. —Sí, todo salió como estaba planeado. Acabamos con la guarida de los cazadores más rápido de lo esperado, pero siempre hay más... otros vendrán. —¿Eso significa que nunca estaremos seguros? —Maeve se movió, la preocupación marcada en sus rasgos mientras su mano acariciaba mi mejilla. —Significa que siempre te protegeré, —dije con firmeza, mi promesa tintada de un juramento eterno. La apreté más contra mí, sintiendo el calor de su cuerpo fundirse con el mío. Con cada exhalación, sentía cómo el peso de sus preocupaciones comenzaba a disiparse, disolviéndose en la seguridad de mi abrazo. —Nada nos separará nunca, meine... —murmuré, dejando un beso suave en la cima de su cabeza, un gesto tierno que marcaba mi devoción hacia ella. —¿Sabes? Algún día tendrás que decirme qué significa eso, meine... Y también podrías decirme por qué me llamas ángel... Sonreí, acariciando su mejilla con el dorso de mi mano, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. —Du bist meine, tú eres mía... —expliqué con una voz suave, infundiendo cada palabra con el peso de mi corazón. —Y no creo que 'ángel' necesite mucha explicación. Sus cejas se alzaron ligeramente, una sonrisa juguetona esbozándose en sus labios mientras me desafiaba a continuar. —¿Es por mi cabello? ¿O porque caí del cielo? —preguntó, su voz teñida de diversión y en sus labios una sonrisa encantadora. La risa que salió de mi pecho fue profunda y sincera, un sonido que raramente se permitía escapar. —En realidad... eres la única criatura en este mundo que podría reclamar mi muerte, —confesé, bajando mi rostro al suyo, nuestros labios rozándose, mientras acariciaba su mejilla. —Por eso, tú eres mi ángel... de la muerte.
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