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El día transcurre con normalidad, los agentes mexicanos, poco a poco, se acoplan a mi forma de trabajar, aunque sé perfectamente que no les gusta y que la razón por la que siguen mis órdenes es simplemente porque tienen la esperanza de que no estaré en el puesto durante mucho tiempo. Por lo que sé, antes de mí, estuvieron otros dos agentes americanos, pero ambos desistieron y optaron por aplicar a otro puesto que no implicara proteger algún mandatario extranjero, sobre todo los latinos. Los americanos no logran adaptarse a su forma de trabajar y prefieren irse que seguir su ritmo. Mientras pienso en esas nimiedades, mi teléfono comienza a sonar mientras nos dirigimos hacia la oficina y al sacarlo, veo el nombre de Julie en la pantalla. Cuando era mi esposa o al menos fingía ser mi esposa