Pero había una pieza mayor aún: lord Decimus Tite Barnacle en persona, en olor de Circunlocución, el mismo olor de las valijas diplomáticas. Sí, ahí estaba lord Decimus Tite Barnacle, que había ascendido a las más altas esferas del funcionariado en alas de una idea indignada, que consistía, señores, en que aún tiene alguien que explicarme cómo puede ser competencia de un ministro de esta nación libre poner límites a la filantropía, entorpecer la caridad, encadenar el espíritu público, contraer la empresa y sofocar la confianza en sí mismo del pueblo. En otras palabras, todavía había que explicarle a aquel gran hombre de Estado que era competencia del timonel del barco no hacer otra cosa que prosperar en tierra con el comercio privado de trapicheos y chalaneos cuando la tripulación podía, a