Capítulo XXX-2

2088 Words

En ese hombre, con ese bigote y esa nariz que subían y bajaban en la más malvada de las sonrisas, con esos ojos sin profundidad que parecían una prolongación de su cabello teñido y en los que la capacidad natural de reflejar la luz parecía haberse interrumpido por efecto de un proceso similar al del tinte, la naturaleza, que siempre es sincera y nunca actúa en vano, había colgado un aviso que decía: «¡Peligro!». No era culpa de ella que la advertencia fuera inútil. En esos casos, la responsabilidad no es suya. Después de terminar el ágape y limpiarse los dedos, el señor Blandois se sacó un habano del bolsillo, se recostó en el banco de la ventana y se lo fumó tranquilamente, mientras le apostrofaba al humo que salía de sus labios finos en finas volutas: —Blandois, hijo mío, vas a ajustar

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