—¡Espléndido! —exclamó la dama, abriendo el abanico con frialdad—. ¡Maravilloso! ¿Debo deducir entonces que considera usted en secreto que la educación de la muchacha está a la altura de su belleza? Clennam, tras un momento de tensión, asintió. —Eso me consuela; espero que tenga razón. Henry me ha contado que ha viajado usted con ellos. —He viajado con mi amigo el señor Meagles, con su mujer y su hija, algunos meses. (Este recuerdo no podría haber conmovido el corazón de nadie). —Me consuela de veras oírselo decir, porque debe usted de haberlos conocido a fondo. Verá, señor Clennam: esta situación no es nueva, pero no me parece que esté mejorando en nada. Por eso, la oportunidad de hablar con alguien como usted, tan bien informado supone para mí un inmenso alivio. Es una suerte. Una g