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Capítulo XXIV Artes adivinatorias Aquella misma tarde, la pequeña Dorrit recibió una visita del señor Plornish, el cual, tras insinuar que deseaba hablar con ella en privado —con una serie de tosecillas tan sonoras que confirmaban la idea de que el señor Dorrit, en lo que se refería al trabajo de costurera, era una ilustración del principio de que no hay peor ciego que el que no quiere ver—, obtuvo audiencia en la escalera común, delante de la puerta. —Hoy ha venido una señora a nuestra casa, señorita Dorrit —dijo Plornish con un gruñido—, acompañada de otra que era lo más parecido a una bruja que he visto en mi vida. ¡Dios mío, qué manera de regañar! Al principio, el amable Plornish fue incapaz de dejar de pensar en la tía del señor F. —Es que le aseguro que es la persona más avinagr