Este primer éxito, que llevó a que el maestro de baile siguiera dando clase tras quedar en libertad, animó a la pobre niña a intentarlo de nuevo. Estuvo esperando meses la aparición de una costurera. Con el tiempo, ingresó una sombrerera y la niña se fijó en ella con intención de aprovechar la oportunidad para sí misma. —Usted perdone, señora —dijo asomando tímidamente la cabeza por la puerta de la sombrerera, a la que encontró llorando en la cama—: yo nací aquí. Al parecer, todo el mundo oía hablar de ella en cuanto llegaba, ya que la sombrerera se sentó en la cama, se secó los ojos y dijo, igual que el profesor de baile: —Oh, ¿así que eres tú? —Sí, señora. —Siento no tener nada que darte —dijo la sombrerera moviendo tristemente la cabeza. —No es eso, señora. Si tiene usted la amabi