Tomás visitó la pizzería del viejo Tommy, visitaba el lugar desde niño, incluso fue en honor al buen pizzero que sus padres le habían puesto ese nombre: Cenaban ahí a diario durante todo el embarazo de su madre. El hombre estaba consternado, Foster Alms no había regresado de la última entrega, ni siquiera por su cena, y eso le preocupaba más al anciano que el hecho de que no le hubiese pagado los 6.10$ de la última pizza.
-¿Podrías darme la dirección a la que entregó?- le pidió él y el hombre se la dio en un papel, New Schimer era pequeño y todos se conocían y estaba seguro de que sus padres se molestarían mucho si no ayudaba a Tommy a encontrar al muchacho, aunque su sospecha era sobre que el chico se había enloquecido un poco y abandonado el puesto sin pagar la última pizza. Por supuesto para él que llevaba 12 años como detective, era eso lo mejor: Un final sencillo, claro y sin complicaciones. ¿Para qué le daría más vueltas al asunto? De igual forma, visitó la última dirección, para constatar.
Era la posada para gente de paso en la pequeña ciudad, en el segundo piso estaban tres puertas, 11, 12, 13, y tocó la última con un par de puños, sin esperar realmente que alguien contestara.
Malía tenía veinte minutos de haber despertado, todas las ventanas seguían cubiertas, en verdad le molestaba la luz del sol, se sentía más un vampiro que nada, aunque estaba consciente de que no era esa su maldición.
Unos toques en la puerta la hicieron fruncir el ceño, ¿Quién la buscaría ahí? Era casi imposible de que alguien lo hiciera. Pasó por el espejo completo de la pared del baño y verificó que tenía buen aspecto. Quien quiera que fuese, no tenía que verla mal, porque ella era totalmente perfecta.
Tomás se sorprendió al ver abrir la puerta envejecida de roble a una mujer, una chica, la verdad es que no podía adivinar su edad, el asunto era que sus rasgos físicos eran más que sorprendentes, más que atrayentes. Sentía gran interés por aquella mujer que usaba una larga falda de algodón color azul claro y una franelilla de tiros blanca, sin sostén debajo, él lo sabía porque sus senos se veían completamente, y aquellos botones rosados parecían tan interesados por saludarlo como él por conocerlos y mordisquearlos.
-Buenos días, señorita, soy el detective Tomás Place, quisiera hacerle algunas preguntas- dijo en tono monótono aunque daba gracias a Dios por la persona que inventó los lentes de sol, porque tras ellos se estaba devorando aquel cuerpo.
Malía no era tonta, aunque se quería azotar a sí misma por haber olvidado que al estúpido chico Foster lo buscarían del trabajo, pero también se daba cuenta de la forma en que la observaba aquel sádico polícia, debía de tener unos 48 años, y aunque no era panzón, su cabello abundante estaba teñido de canas y su camisa de vestir le quedaba un poco ajustada, sin embargo ella sabía que podía terminar más rápido de lo que esperaba si sabía jugar sus cartas.
-Por supuesto, oficial, por favor, pase- pidió en tono jovial, él lo hizo, admirando la montaña trasera de la pálida mujer, quería preguntarle si era su tono natural, pero le dio un poco de vergüenza, por lo que se limitó a ser profesional, entrando al pequeño apartamento y con los ojos puestos únicamente en aquella mujer- ¿Quiere alg de tomar?- preguntó ella y él le sonrió, claro que aceptaría todo lo que le ofreciera, sin duda a una muñeca así era imposible decirle que no.
-Sí, claro, por favor- aceptó- ¿Cuál es su nombre?
-Malía- dijo con simpleza y él levantó una ceja mientras la seguía a la pequeña cocina- ¿Jugo de naranja o café?- preguntó y él pensó un poco.
-Jugo, por favor- pidió- ¿Sólo Malía?¿Su apellido?
Ella le sonrió misteriosa mientras se acercaba a él para darle el vaso de vidrio. No decía nada mientras Tomás la observaba con curiosidad, se había sentado junto a él en la encimera del desayunador, era alto por lo que con ese incremento de altura aún la chica le llegaba a los hombros, sus ojos viajaron por la tela ajustada que cubría sus muslos gruesos.
-¿Hace mucho que trabaja como detective?- preguntó ella con falsa curiosidad, deslizaba sus dedos por sus piernas y no dejaba de ver la sombra de los ojos del hombre debajo de las gafas oscuras. Podía leer su mente, saber todas las cochinadas que imaginaba hacerle, que fantaseaba con practicarle, oía como se hacía una nota mental sobre masturbarse con su imagen cuando su turno acabara o bien, cuando tuviera un tiempo a solas en su carro.
-12 años- dijo él con tono ronco sintiéndose nervioso sin saber por qué, su cabeza cosquillaba y creyó empezar a sentir los síntomas de una inminente jaqueca- Anoche desapareció un joven, Foster Alms- recordó lo que lo había traído hasta ahí- Su pizza fue la última entrega que hizo el muchacho anoche- no podía dejar de observar la mano de la chica, había enrollado la tela de la falda entre sus dos piernas y ahora acariciaba su muslo desnudo con la vista clara puesta en sus ojos, no podía verlo, se decía él mismo, por las gafas oscuras. ¡Já! Menuda equivocación, ella tenía desnuda su alma, si así quería.
-Ah, sí…-dijo ella con voz distraída, aunque no lo estaba para nada- El chico. 6,10. Eso le pagué- aseguró mientras metía su mano en su entrepierna e inclinaba el cuerpo más hacia atrás- Alrededor de las doce vino, le pagué con menudos- La boca de Tomás se abría cuando veía a la joven abriendo sus muslos e introduciendo sus dedos dentro de su tanga celeste, la piel de su entrepierna se veía delicada y lisa- Me entregó mi pizza mitad jamón y maíz, y mitad tocineta y aceitunas negras- Malía cerró los ojos cuando sus dedos encontraron su clítoris, era lo más gratificante de su vida s****l actual: Tocarse a sí misma, porque otra parte tortuosa de su contrato afirmaba que, así como debían eyacular sus víctimas, ella no conseguiría satisfacción alguna en ninguno de los encuentros, por eso era un consuelo que, así como el hambre, eso también lo pudiese sentir, aunque fuese sola, le daba igual- Y se fue, me quedé sola toda la noche, hasta ahora-Sus pezones se dibujaron más contra la tela de la franelilla clara y Tomás no era consciente de que había abierto sus pantalones y sus dedos estaban subiendo y bajando por su grueso, aunque corto, pene. Ella movió con más firmeza sus dedos y suaves gemidos se deslizaban por su boca. El detective se puso entre sus piernas con el p**o en la mano y sin dudar ni un segundo ella elevó las caderas y se encajó aquel trozo en medio de las piernas.
Tomás era un hombre fuerte y la tomó por las caderas elevandola en el aire mientras se la cogía de esa manera se sentía poderoso, imponente, mientras creía tontamente en los gemidos que salían de la boca de la mujer, que desde el minuto en el que dejó de acariciarse a sí misma perdió total deseo en la situación y sólo esperó, ansiosa y rebotando sobre aquel hombre, a que derramara su liberación y en ese momento le sonrió, satisfecha, claro que él, inocente ante toda la situación, le sonrió de vuelta. Ella envolvió su cuello con sus manos para hablarle.
-Dígame, detective… ¿Quién sabía que vendría a visitarme?- preguntó con voz inocente y él hundió las manos en aquel culo suyo casi rozando el ano con su dedo, de una manera grotesca que ella veía como impropia.
-Sólo Tommy, el dueño de la pizzería, vine como un favor para el viejo- se carcajeó -Terminó siendo un favor para mi, ¿Qué te parece eso?- fue Malía la que le respondió con una enorme y hermosa sonrisa.
-Realmente, fue un favor para mi, detective- dijo ella y antes de que le preguntara de qué mierda hablaba, Malía se transformó con una velocidad tal que el pobre Tomás Place no tuvo tiempo ni de gritar.
Ahora, se preguntó ella misma, ¿Qué hago con la patrulla? Recordando el viejo pozo de fango en el que hundió la bicicleta de Foster con bloques atados. No la tendría muy fácil con la llamativa carroza del policía, pero ¿Ya qué? Se encogió de hombros y se acomodó de nuevo en la cama, lista para dormir unas cuantas horas más.