Sintió el beso de la húmeda y asquerosa boca de Miguel sobre la suya mientras lo veía partir con una sonrisa, iba a una reunión y era el momento justo para que Malía devorara almas, tenía mucho que no lo hacía y aunque por una parte era bueno porque el pueblo se había calmado un poco, los monstruos y demonios en su cabeza que imitaban las voces de sus padres y hermana y que le decían improperios e insultos, necesitaba alimentar a Anhá antes de enloquecer. Miguel tardaría unos días en volver y confió en sus cuidados hasta que Orlando, su hermano menor, volviera al siguiente día que era domingo. Durante todo el día y la mañana del otro la heladería era suya y aunque no dejó de comer barquillas las primeras cuatro horas, empezaba a aburrirse un poco. Pero al escuchar la campanilla en la pue