Capítulo 5.3

1341 Words
Dos días después de que se iniciara la búsqueda del jovencito compañero de clase de Ann, lo encontraron muerto en donde Arthur lo había atropellado sin piedad repetidas veces. El pueblo entero se sumó a la tristeza de la familia del muchacho fallecido. Como vaticinara Arthur, la familia no contaba con el dinero para costear los funerales del menor, por lo que Peter y Madison Clark se ofrecieron a pagar los distintos gastos en los que se incurre para que el alma del muchacho descanse en paz y pueda partir hacia la presencia del Señor. La policía no tenía ninguna pista de quién pudo haber perpetrado el crimen, por lo que todos en Sisters pensaron que la muerte del muchacho sería un misterio sin resolver. Tres días después de haberlo hallado sin vida, procedieron a enterrar sus restos en el cementerio del pueblo, a donde Arthur obligó a Ann a asistir acompañándolo. Todo ese tiempo la joven Houston había evitado ir a los funerales de su compañero de clase porque temía no poder seguir callando, pero el sádico de Arthur necesitaba que ella lo acompañe al entierro para evitar que se levante cualquier tipo de sospecha. Notoriamente afectada, Ann lloraba en silencio, agachando la cabeza. El par de anteojos de sol y el sombrero n***o que acompañaba su vestido le ayudaron a ocultar su mirada, una que hubiera revelado la culpabilidad que empezaba a sentir al pensar que ella también era responsable de la muerte del muchacho. Tras bajar el ataúd para dejarlo en donde sería la última morada de ese soñador jovencito, la gente empezó de dispersarse, dejando sola a la triste familia que había perdido a su integrante más joven. Ann regresaba a su casa en el auto de Arthur. Por primera vez este manejaba en silencio, sin practicar lo que se había vuelto su pasatiempo favorito: amedrentar a Ann para verla temblar de miedo. El joven Clark dejó a su novia enfrente de la puerta de su casa, pero esta emprendió rauda marcha hacia la iglesia del pueblo cuando el vehículo de Arthur desapareció de su vista. Ann ya no podía seguir guardando el secreto, se sentía sucia. El lunático Clark no había abusado de ella como su madre y hermana creyeron cuando la vieron llegar en tal deplorable estado después de que este asesinó a su compañero de clase, pero había hecho algo peor, había quebrado por completo su alma, su voluntad, haciendo de ella una inestable y nerviosa mujer que en cualquier momento podría estallar, y no precisamente diciendo toda la verdad sobre quién era Arthur Clark en realidad, sino buscando la manera de no sufrir más acabando con su vida. Por eso corrió hacia la iglesia, tenía la esperanza de poder encontrar al reverendo después de que haya oficializado la ceremonia de sepultura del fallecido muchacho, pero no fue así. La esposa del reverendo le comentó que después del sepelio, este partió hacia la granja de Los Coleman para orar por el bebé de la familia que había estado muy enfermo los últimos días. Desesperanzada porque pensó que Dios la estaba castigando por la falta cometida al callar la atrocidad perpetrada por Arthur Clark, se dejó caer de rodillas ante el altar y con las manos entrelazadas delante de su rostro, empezó a orar con fervor, pidiéndole a Dios que no la desampare, que le ayude a encontrar la manera de alejarse de Arthur y evitar que siguiera haciendo tanto daño a inocentes. La imagen de Ann llorando con los ojos cerrados mientras pedía al Todopoderoso iluminación para saber cómo actuar, llamó la atención de un joven de unos veintidós años que la había visto llegar corriendo desesperada y caer derrotada enfrente del altar, solicitando guía urgente a ese Dios en el que él creía y daba testimonio de su infinito amor al ser en esos momentos un misionero protestante que estaba en ese pueblo solo de paso, buscando al reverendo a quien un amigo de la ciudad de Salem le había pedido llevar un recado al saber que pasaría por Sisters antes de llegar al poblado de Bend. La escena que contemplaba el joven misionero era encantadora y perturbadora a la vez. La belleza de la joven Houston hacía que verla ahí, de rodillas y suplicante, despertara en el misionero su admiración por tan hermosa imagen que se le grabó en la memoria al pensar que ella parecía un ángel caído en desgracia que desesperadamente solicita a Dios ayuda para regresar a su presencia. Sin embargo, el misionero sabía que solo un pecado mortal haría que un alma se sienta tan atormentada y buscara angustiada la guía del Padre. «¿Qué pecado pudo haber cometido tan bella y joven mujer? Es algo que no me imagino», pensó para sí el misionero, y resulto a ayudarla empezó a caminar hacia ella. Las lágrimas de Ann ya habían terminado de empapar el reclinatorio y empezaban a hacer un pequeño charco en el suelo de la iglesia. Al poder observar mejor el rostro de la joven Houston, el misionero pensó que era aún más bella de lo que le pareció al verla de lejos. Como no era apropiado llamar la atención de la joven con la voz, el misionero tocó suavemente el hombro de Ann para hacer que levante la cabeza y lo mire. Ese roce hizo que ella sintiera una energía de bondad recorriéndola, algo que la ayudó a calmarse. Al abrir los ojos y mirar a quien le había transmitido paz con solo tocarla, Ann se encontró con unos hermosos ojos verdes de un rubio y atractivo joven que la miraba con ternura y mucha piedad. Él, al ver los azules orbes de la joven Houston, sintió que el corazón se le aceleró y que el aire empezó a faltarle. Ese sobresalto fue producto de la impresión que sintió al hallar tremenda belleza llena de inocencia y mucho sufrimiento. - Hola, me llamo Bryan. Soy un misionero que está de paso hacia el poblado de Bend, pero no puedo seguir mi camino al verte llorando de esta manera. ¿Qué has hecho para sentirte tan mal? –a Ann le pareció que Bryan era un ángel enviado por Dios para ayudarla a salir de la miseria en la que se había hundido al no haberse dado cuenta de las retorcidas intenciones de Arthur cuando llegó a su casa a pedir permiso a su padre para poder cortejarla. La joven Houston esbozó una esperanzadora sonrisa que Bryan logró ver, y entendió que su presencia le había servido para sentir un poco de paz, pero no se esperó que ella dejara el reclinatorio para abrazarse a él, como si se tratara de un salvavidas al que debía asirse para poder sobrevivir. - ¿Por qué preguntas por lo que he hecho? ¿Acaso no pude ser víctima de algún acto atroz? –preguntó Ann aún abrazada al joven misionero que al tenerla tan cerca pudo confirmar que era una muchacha tan joven que de seguro aún no había terminado la escuela y la dueña de una belleza que lo había impactado enormemente. - A las personas no nos hieren ni nos maltratan, sino que dejamos que nos hieran y maltraten –el rostro de Ann se había teñido de asombro y confusión, por lo que Bryan explicó lo que quiso decir-. Todos somos dueños de nosotros mismos, y cada acto que hacemos o padecemos es porque lo permitimos. Nadie puede dañarnos si no queremos que lo hagan –esa verdad retumbó en la cabeza de Ann e hizo eco en su pecho. Si Arthur logró someterla de tal manera que podía hacer con ella lo que quisiera, fue porque la joven Houston no hizo nada para evitarlo, porque fue ella quien permitió que ese horrible hombre la atemorizara y la engañara haciéndole creer que era lo suficientemente fuerte para doblegarla, algo que era falso porque ella era más fuerte que él al creer en un Dios lleno de amor que nunca la desprotegería ni dejaría sola.
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