Capítulo 6.4

1595 Words
Ann dejó atrás el sueño sin necesidad del despertador por la mañana que cumplió dieciocho años. Se aseó y vistió el mejor de sus vestidos, uno azul zafiro con un cinto plateado que su padre le regaló justamente para ese día. Colocó un poco de máscara en sus pestañas y un brillo en sus labios. Al revisar la hora en su reloj de pulsera, bajó las escaleras al ver que faltaban tan solo unos minutos para las 6 am. Al escuchar las campañas del reloj de la sala que indicaba que ya había llegado la hora que tanto esperaba, abrió la puerta y se encontró con la figura de Bryan, vistiendo un traje formal, con un ramo de flores entre sus manos. La joven Houston salió al pórtico y se quedó parada enfrente de él. - Buenos días, Ann. Sabes a lo que he venido –dijo Bryan tratando de que no se le note lo nervioso que estaba. - Lo sé, pero quiero escucharte decirlo –dijo Ann mordiéndose el labio inferior. - Ann Houston, ¿quieres ser mi novia? –soltó abruptamente el misionero, luego se ocupó de respirar adecuadamente para no desmayarse. - Bryan Tanaka, sí quiero ser tu novia –respondió ella y dio un paso hacia él. Al ver que ella se acercaba, Bryan apresuró el paso y fue el primero en llegar a donde estaba el otro. Posó una de sus manos en la cintura de Ann y la otra en la que llevaba las flores la colocó detrás de la espalda de la jovencita, pegó su cuerpo al de ella, y sin dejarla de mirar fijamente, le dio el que en verdad sería su primer beso. Todo lo maravilloso que alguna vez su hermana Alice dijo que sintió ante el primer roce de los labios de su amado Harold contra los suyos, lo experimentó Ann junto a Bryan. Esa mañana se hacía oficial y público el amor que despertó en aquel muchacho que llegó al pueblo siendo un misionero que pudo ayudar a una jovencita atormentada por ser testigo de la maldad de un corazón que fue envilecido y no tuvo como sanar. Al beso le siguió un abrazo y la promesa por parte de él de hacer de ella la mujer más feliz, libre y completa que pudiera andar por La Tierra. Ella le prometió amarlo, respetarlo y cuidar del amor que se tenían hasta que así lo quiera Dios. Un mes después de terminar la escuela, Ann y Bryan se desposaban en la iglesia del pueblo de Sisters. Animada por su amado, ya que este había ampliado su mundo al decirle todas las posibilidades que tenía para ser una mujer independiente, decidió estudiar Periodismo, carrera que le gustó desde que descubriera las interesantes revistas en la biblioteca pública y cuya predilección reforzó tras sufrir la manipulación de Arthur, ya que entendió que detrás de una imagen de persona exitosa y decente puede esconderse el más asqueroso villano, y ella quería aportar a la comunidad haciendo periodismo de investigación. Para hacer el sueño de Ann realidad, la pareja se mudó a la ciudad de Eugene para que ella pueda estudiar en la Universidad de Oregon. Cuatro años después, Ann ya era toda una periodista graduada y había estado realizando sus prácticas pre profesionales en los diarios locales, por lo que algo de experiencia tenía. Por trabajo de Bryan debieron mudarse a Portland, y ella consiguió trabajo en una revista local. La base de la relación que tenían era el respeto. En esa relación ninguno era más importante que el otro, ambos tenían el mismo valor por lo que hacer realidad los sueños de ambos a la par era una necesidad primordial. Por ello, Bryan le propuso que se mudaran a Los Ángeles para que pudiera buscar un empleo de mayor envergadura, a la vez que él expandía los negocios de su familia al Estado de California. Y así lo hicieron. Alquilaron un departamento mientras analizaban propiedades para adquirir una que les guste a ambos y que sea lo suficientemente grande para criar a sus hijos, ya que habían empezado a armar sus planes considerando dos o tres pequeños junto a ellos. La vida era bella, se amaban, tenían salud y les iba bien en lo profesional, pero un fantasma del pasado se presentó ante ellos para romper con todo lo que estaban construyendo. Una tarde que los padres de Ann habían llegado a visitarlos durante las vacaciones de verano, los cuatro salieron en su auto con dirección a San Francisco, donde pasarían el fin de semana. Algo que amaba hacer Bryan era comportarse como un ciudadano común, uno que viaja con la familia en coche para disfrutar lo novedoso que pudieran encontrar en la carretera, olvidando que podía hacer uso del avión privado de la empresa o comprar todos los pasajes de avión de un vuelo para que nadie los moleste. Bryan amaba las cosas simples de la vida porque, según él, ahí encontraba la presencia de Dios con mayor facilidad, y Ann aprendió a amar lo común, compartiendo con Bryan todo lo que la creación les ofrecía. Faltando una hora para llegar a San Francisco, un vehículo empezó a seguirlos y a chocarlos repetidas veces. No entendían qué sucedía, quién se atrevía a hacerles eso, y peor en un tramo de la carretera en la que no había muchos autos circulando. Bryan intentó evitar el acoso de ese conductor que no podían identificar porque las ventanas y parabrisas del vehículo estaban polarizados. Al llegar a una zona de mayor tránsito pensaron que podían conseguir ayuda y detener al acosador, pero no resultó como lo pensaban. El vehículo donde iban las parejas recibió un duro impacto del auto que los perseguía, y al perder el control del volante terminaron chocando contra un camión, el cual hizo que el vehículo diera varias vueltas de campana sobre la carretera. Al llegar los bomberos, hallaron tres c*******s y una sobreviviente inconsciente. Ann perdió de una manera tan irracional a gran parte de su familia. Solo le quedaban sus suegros, a quienes amaba como si fueran sus segundos padres, Alice, Harold y las niñas, Emma y Candace; pero todos ellos se encontraban lejos de ella en ese momento, por lo que, cuando recuperó la consciencia y se enteró de lo sucedido, estuvo sola sufriendo su desdicha. Sin embargo, ningún crimen es perfecto, y la policía dio con el paradero de aquel conductor desquiciado. Cuando Ann supo de quién se trataba, no podía creer que el pasado la había alcanzado, y que el confesar el crimen que cometió Arthur Clark le daría un enemigo: David Jones. Arthur Clark nunca mencionó que el asesinato del maestro del internado lo haya perpetrado con ayuda de Jones, por lo que la policía solo estuvo detrás de Jones por el manejo del night club. Tras estar en la cárcel un año por ese delito, fue en busca de Arthur, a quien visitaba cada semana. Al ver que su amado la pasaba mal en ese lugar, y que solo se mantenía vivo porque Madison entregaba buen dinero a las familias de los matones con los que compartía celda su hijo como pago para que no lo molieran a golpes por haber matado a un inocente muchacho pasándole por encima repetidas veces su auto, David maquinó vengarse. Estuvo años siguiendo los pasos de Ann, hasta que vio su oportunidad cuando se mudó a Los Ángeles junto a su esposo, donde nadie los conocía y no contaban con el mismo control de seguridad que por los negocios de Los Tanaka tuvieron en las ciudades de Eugene y Portland. Al probarse que el acto cometido por David Jones fue movido por la venganza, este recibió una condena de cincuenta años de pena privativa de la libertad sin derecho a solicitar reducción de la sentencia. Con eso Ann se sentía más segura, pero también muy sola, algo que no podía remediar porque la vida seguía su rumbo. Pudo haber regresado a Portland y vivir con sus suegros, pero prefirió continuar con su sueño, uno que Bryan, su amado esposo, había avalado y hacerlo realidad sería un homenaje a él, al amor que se tuvieron. - Cuando murió Bryan, se me acabó el amor –dijo Ann al terminar de narrar su historia a su sobrina. Emma dejó su asiento para abrazar a su tía, quien derramaba lágrimas en silencio. La joven actriz tenía una vaga idea de lo que ocurrió con el tal Arthur Clark, que el accidente donde murieron sus abuelos y tío no fue casualidad, sino premeditado, y que el amor que tuvo ella con Bryan Tanaka fue uno digno de cuentos de hadas. - Perdóname tía, no debí remover tus heridas. - No te preocupes, ya todas son cicatrices, no duelen, pero se pueden ver, más cuando un hombre como Phelps, que no da la talla ni siquiera para semejar lo que fue Bryan, me insiste en pasar una velada agradable a su lado, y yo no puedo porque con el único hombre que me sentí cómoda y a gusto fue con tu tío –las lágrimas de Ann no paraban y terminaron por mojar la espalda de Emma. - Tía Ann, perdóname porque no quise hacerte llorar al recordar al tío Bryan –volvió a pedir Emma notoriamente acongojada. - No lloro por tu tío. Su recuerdo es pura felicidad. Lloro por mí porque sigo sola después de tantos años, y cada día que pasa, es uno más que se me niega la posibilidad de ser madre.
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