En frente de mi hay una mansión gigantesca de color beige.
«¡Oh, vaya! Lo mejor de Los Ángeles, California, nada mas y nada menos que Beverly Hills, y yo viviendo en Compton» pensé con sarcasmo.
Siempre he creido que el dinero no da la felicidad y mucho menos la integridad, pero si da el poder para destruir la de otros, ¿Y acaso es justo?, Aunque tal vez la depresión en la que estoy cayendo poco a poco me hace pensar así.
De repente siento a alguien tomar mi mano, lo cual me saca de mis pensamientos, al voltearme mi cabeza veo a Héctor y rápidamente aparto mi mano de su alcance colocándome a la defensiva.
Héctor entrecierra los ojos mirándome con enfado y nuevamente me toma de la mano, pero está vez lo hace con fuerza y por más que forcejeo no puede soltarme de su agarre.
—Entraremos ahí mostrándole a todos que somos la pareja más feliz del mundo, ¿Entendido? —masculló. Su mirada me hacía sentir escalofríos y no pude hacer más que mirar hacia otro lado evitandola.
Héctor empieza a caminar obligándome hacer lo mismo, y sus guardaespaldas, los cuales llevan nuestras, nos siguen.
Cuando entramos a la mansión, hay varias personas uniformadas del lado izquierdo, haciendo una fila frontal, y del lado derecho hay otras personas vestidas normalmente; algunos de ellos me miran con desdén y otros con curiosidad. Una niña pequeña corre a los brazos de Héctor mientras le dice papá e imagino que ella es Megan.
—¿Cómo estás, mi princesa? —le preguntó tomándola en brazos y por primera vez ví a Héctor sonreír.
—¡Papi, por fin regresaste, te extrañé mucho! —exclamó con su voz tierna. Me causa tanta ternura la pequeñita que no puedo dejar de mirarla— Papi, ¿Quién es ella? —preguntó mirándome con timidez.
—Cariño ella es Scarlett, mi esposa —contestó mirándome con una sonrisa que a leguas podía notar que solo lo hacía por aparentar.
—Es muy bonita, y si es tu esposa, ¿Entonces será cómo mi mamá? —preguntó tímidamente. Mi corazón empieza a palpitar rápido, y no sé si es por ternura de Megan o por el shock de que me digan mamá.
—¡No, Megan, ella no será tu mamá! —contestó con enojo una linda chica, quien creo es Leticia, la segunda hija de Héctor, siendo ella la única joven, aparte dos empleadas, es lo que me lleva a creer que es Leticia.
La chica me mira con desdén, se acerca a Héctor y le quita a Morgan de los brazos.
—Leticia, te pido por favor que te comportes —masculló Héctor, y de repente se acerca a mi y rodea con su brazo izquierdo mi cintura— Quiero que a todos les quede muy en claro que Scarlett, es mi esposa y la señora de la casa de ahora en adelante, por lo tanto quiero que la respetan y le den su lugar —dijo de forma contundente.
Ni siquiera sé a donde mirar, o si llorar, gritar o salir corriendo. De repente posé mi mirada en un chico alto y de ojos hermosos que me mira fríamente; aún así siento que mis mejillas se calientan al verlo.
Héctor toma mi mano y nos acercamos a un señor en sillas de ruedas, el cual como Héctor dijo es su padre Armando.
—Mi amor, te presento a mi padre, el señor Armando Thompson —mencionó.
Fuerzo una sonrisa y le extiendo mi mano al hombre de tercera edad.
—Mucho gusto señor Thompson, yo soy Scarlett Patell —me presenté.
—Mucho gusto, jovencita, porque debes tener unos 22 años, ¿No? —preguntó mirando a su hijo con reproche. Ya me sentía y ahora empeoró; ni siquiera se que decir.
—¡Tiene 25, papá! —masculló corrigiéndolo con enojo.
—¡Wow! La diferencia de 22 a 25 es mucha diferencia, pero de 25 a 53 ¿¡No lo es, hijito!? —preguntó con sarcasmo mientras mirá a su hijo con enfado.
—¡Papá, comportate! Tus comentarios están fuera de lugar.
—¡Si, claro! —espetó el señor Armando y miró hacia otro lado con fastidio.
Héctor suspiró, y dió unos pasos hacia la mujer que está al lado de su padre.
—Continúo con mi cuñada Noemí —pronunció Héctor mientras aquella mujer llamada me mira de arriba a bajo y luego me sonríe.
—Un gusto conocerte querida —dijo dándome dos besos en ambas mejillas, su amigable gesto fue tan repentino que no me dió tiempo de reaccionar— Felicitaciones cuñado tu esposa es muy hermosa —agregó.
—Gracias Noemí —contestó Héctor al mismo tiempo que me miraba con seriedad queriendo decirme que dijera algo.
—Eh... Muchas gracias e igualmente —dije con nerviosismo.
—¡Oh, eres encantadora! —mencionó y luego abrazó por los hombros al muchacho que está al lado de ella— Este es mi hijo, se llama Erick, si necesitas algo no dudes en avisarnos, él y yo estaremos a tus órdenes —afirmó con una sonrisa, y su hijo asintió mientras me extendía su mano.
—Mi madre razón, te ayudaremos en lo que necesites, es gusto conocerte Scarlett.
Sonreí incómoda, tomé su mano y después de darle un seco apretón la solté.
—Gracias —dije.
—Bienvenida a la mansión Thompson —agregó con una sonrisa.
—Gracias a los dos —dijo Héctor y continuo colocándose enfrente de su hija, quien aún tiene a Morgan en sus brazos— Bueno mi amor, te presento a mi hija —pronunció mientras ella nos ignora mirando hacia otro lado.
Héctor la mira con enfado y respira profundo.
—Ignorala, con su actitud solo demuestra inseguridad —dijo Héctor, y Leticia rápidamente lo miro llena de ira para luego mirarme a mi con desde y hasta odio. Héctor la ignoró y continuo con sus presentaciones— Como ya has de haber supuesto, esta chiquita es Megan —dijo con una sonrisa más franca que la anterior, mientras toma a la pequeña en brazos, y esta me saluda con timidez sacudiendo la mano.
—Hola Megan, un gusto conocerte —le dije con una sonrisa gentil.
—Hola, eres muy bonita, tus ojos son muy azules —contestó.
—Tu tambien eres hermosa, y tus ojos son muy, muy azules y grandes —pronuncié y ella se rió.
Héctor sonríe, le da un beso en la mejilla a Megan y luego señala a un chico.
—Bueno, continúo con este señorito de aquí, él es mi hijo Román, el que tiene 20 años —anunció pero Román, está tan inmerso en su celular que parece no haber escuchado a Héctor, sin embargo cuando él se aclara la garganta, Román, inmediatamente levanta la cabeza y sonreí al vernos.
—¡Perdón! Mucho gusto, Román —saludó.
Su actitud de adolescente despreocupado me hace sonreír.
—Mucho gusto, Scarlett —dije.
—Y por último mi hijo mayor, Gael —pronunció Héctor dando tres pasos hacia aquel chico que aún me sigue mirando tan fríamente y sin decir absolutamente nada— Ya estás muy grande para esas cosas Gael —le reclamó.
—Lo mismo digo padre... —contraatacó.
—¡GAEL! —le gritó Héctor con enojo y el silencio en la lugar se vuelve aún más tenso e incómodo.
Gael me mira fijamente conservando esa gélida mirada.
—Disculpe señora, un placer conocerla —masculló con tal frialdad que sentí cierto escalofrío recorrer mi columna vertebral, y acto seguido hizo una reverencia como se burlara— Con permiso —agregó, y se fué. Me miraban unos a otros mientras se escuchaban los pasos firmes de Gael subiendo las escaleras.
—Pasemos al comedor —dijo Héctor rompiendo con el silencio, luego me tomó de la mano y fuimos al comedor mientras los demás nos seguían.
Cuando todos estamos sentados a la mesa, los empleados empiezan servir la comida, y puedo notar que cada persona tiene una expresión diferente con la cual mirarme; desdén, rabia, curiosidad, suspicacia o todas al mismo tiempo.
—Cuñado si no es inoportuno preguntar, me gustaría saber ¿Por qué no fueron de luna miel? —preguntó Noemí.
Al escucharla inmediatamente aparto mi atención de la cantidad de cubiertos que hay sobre la mesa y miro a Héctor. Él toma mi mano y la besa mientras me sonríe fingiendo que somos una pareja de locos enamorados; algo que está demasiado alejado de la realidad.
—Tengo demasiado trabajo que hacer en estos momentos, pero espero en dos meses ir para darle a mi esposa la luna de miel que se merece —contestó.
—¿Y a dónde la llevaras, tío? —preguntó Erick.
—A dónde ella deseé.
En cuánto esas palabras salen de los labios de Héctor, todos me miran esperando que diga algo.
—¿A dónde te gustaría ir, querida? —insistió Noemí al ver que no respondía.
—Eh... No, no sé —contesté con nerviosismo.
—Bueno yo te recomiendo un lugar muy sofisticado, con hermosos paisajes y lleno de clase; como Londres, Italia o Roma, son los mejores y de seguro tu eres bastante fácil de impresionar —dijo con una clara doble intensión, la cual por supuesto era ofenderme y no para alargarme como lo quería hacer parecer.
Un silencio incómodo llenó el ambiente y yo tan solo quería desaparecer.
—Ramón, dile a Gael que bajé —ordenó Héctor y recordé que él me dijo que Ramón, es el mayordomo.
—Si señor —respondió aquel hombre y se fué.
Minutos después, Gael, bajó, se sentó al comedor y todos empezaron a comer mientras yo miraba mi plato sin saber que hacer. Jamás en mi vida he comido mariscos y tampoco tengo idea de como usar todos estos cubiertos.
—Mi amor, ¿No tienes hambre? —me preguntó Héctor haciendo que todos voltearan a verme.
—Eh... Si, lo siento, no tengo hambre —contesté intentando disimular mi ignorancia.
—No te preocupes, mi amor —dijo Héctor— Ramón retirale el plato —le ordenó y volvió a mirarme— ¿Te gustaría algo de postre? —preguntó.
—No, estoy cansada y solo quiero ir a dormir —contesté.
—Okey, está bien. Nana llévala a mi habitación —dijo dirigiéndose a la mujer que está al lado del mayordomo, la cual recordé que se llama Flor.
—Si señor —contestó y al mirarme sonrío— Señora, sígame por favor.
Le sonrío a medias y al intentar levantarme del comedor, Héctor, me agarra del brazo; volteó a verlo y él me besa. Como siempre, no respondo a sus besos, y trato de soportar la repulsión y las ganas que tengo de empujarlo. Después de unos segundos, no consigo soportarlo más y me aparto de él tratando de ser lo más sutil posible.
Héctor me mira con un enojo que trata de disimular con una sonrisa forzada.
—Con permiso, que tengan buena noche —dije evitando míralos, sin embargo podía sentir la mirada de todos sobre mi mientras yo con todas mis fuerzas, trataba de no llorar.