Son las once de la mañana, es tarde, voy retrasada para llegar a tiempo al almuerzo que tengo con unos posibles clientes que quieren solicitar nuestros servicios para que los representemos en una demanda por estafa a su empresa. Quedamos en encontrarnos en un restaurante en el centro de la ciudad a las doce del mediodía, no creo poder llegar, con el tráfico que normalmente hay a esta hora y siendo viernes es difícil. El estrés me genera dolor de cabeza. Justo en este momento recuerdo que no llevo analgésicos en el bolso. Me tocará aguantar. Afortunadamente después del almuerzo iré directo a mi casa. Acordé con mi amiga, socia y colega, Ingrid Ojeda, retirarnos temprano. La semana tuvo sus altibajos.
Descansaré temprano, tengo planificado pasar el fin de semana en casa, no saldré.
Vivo sola desde hace cuatro años en un apartamento que compré gracias a unos casos que ganamos Ingrid y yo, nos dejaron buenos dividendos, lo cual nos permitió no solo comprar cada una, un espacio propio donde vivir, sino también un inmueble en un edificio de oficinas que acondicionamos para instalar nuestro despacho de abogados; el lugar es bastante espacioso pues nos permitió tener cada una su oficina además de la recepción, un salón de reuniones, el área de la cocina y sanitarios baños (dos en cada oficina y el reservado para la secretaria y los clientes).
No me puedo quejar, nos ha ido bien. Hemos ganado reconocimiento y aceptación de nuestros colegas en el sector, y a su vez aumentado nuestra cartera de clientes. También alianzas que tenemos con otros despachos a nivel nacional, todo ello de una manera discreta, sin muchos aspavientos hemos posicionado nuestra firma entre las mejores del país. Nuestro crecimiento ha sido gracias a la recomendación que han dado los clientes.
Cuento con 25 años de edad, obtuve mi título de abogado a los 21 años, como venía trabajando en firmas de abogado desde el primer año de la carrera como pasante, al graduarme no me fue difícil empezar a trabajar de manera independiente, pues ya tenía planificado que quería hacer y cómo lograrlo. El fusionar los conocimientos con la practica a medida que los iba adquiriendo me dio una gran ventaja que no hubiera obtenido de haberme dedicado solo a estudiar y empezar a trabajar en mi área después de graduada.
Siempre he sido muy independiente. Pese a ser una persona de talla baja, es decir, con lo que vulgarmente se conoce como enanismo, no he parado en detalles que minimicen mis objetivos, y por sobre todo, mi ascenso al reconocimiento como una de las mejores profesionales del Derecho en mi país.
Desde que tomé la decisión de apartarme de mi familia al no estar de acuerdo con los negocios de mi padre, he resuelto mi vida según mis necesidades y los medios que tenía disponible. Nadie estuvo para apoyarme, ni siquiera para acompañarme a celebrar mis logros, hasta que conocí a mi amiga Ingrid, ella ha sido quien más me ha apoyado.
Conozco a Ingrid desde la Universidad, nos graduamos juntas, siempre anduvimos como uña y mugre, donde estaba una no faltaba la otra. Somos faranduleras, nos gusta mucho una fiesta y el trago. Bueno a ella, porque yo soy amante de las cervezas. Cada vez que puedo procuro tomarme unas dos para liberar el estrés. En mi nevera siempre hay por lo menos seis de ellas. Pensarán que soy alcohólica, nada que ver. Solo trato de disfrutar la vida lo mejor que puedo. Sanamente pero sin caer en lo mojigata ni vicios que destruyen al ser humano.
Todo el que conoce mi debilidad por las cervezas y la salsa, pensará que soy traviesa, pero no, no soy así. Solo me gusta divertirme con los amigos, ello no pasa de allí, tal es así que ni pareja tengo. Evito enrollarme la vida con esas cosas. Las relaciones tienden a generar conflictos, confunden la confianza en uno mismo y no estoy dispuesta a que ningún hombre venga a meterse en mi vida, a nublar la claridad que hasta ahora tengo respecto de mis objetivos. Por ahora es lo que quiero, me tracé y me ha ido bien en ello. No soy de las que necesite una pareja para vivir, para estar bien.
En mi época de estudiante universitaria tuve un novio, pero era un patán, no se sí tenía envidia de mis logros, pero me criticaba por casi todo lo que hacía. Al final terminé dejando la relación, pues hasta pretendió justificarse disfrazando sus complejos con celos. Lo peor de todo es que él era un chico bastante apuesto, con carro del año, tarjetas de crédito de las que permanentemente hacia alarde, provenía de una familia adinerada, estudiaba economía por imposición de su padre. Obviamente no le gustaba esa carrera, pero hasta donde sé, terminó graduándose en esa área. Nunca entendí su forma de ser y actuar. Dios quiera haya logrado encontrar a alguien que lo entendiera, porque yo no tenía tiempo para sentarme a analizarlo ni mucho menos darle terapia. Eso no era lo mío.
Yo tenía una meta y era lograr sacar la carrera en el menor tiempo posible. Mi amiga y yo nos lo fijamos como una meta, y efectivamente, hicimos la carrera en cuatro años. Pese a ser fiesteras, nos lo propusimos y lo logramos, ninguna de las dos permitió que ningún hombre nos distrajera con sus bobadas, y sobre todo celos enfermizos.
¿Qué si me gustan los hombre? Por supuesto, pero es una distracción que no me puedo dar en estos momentos que mi carrera va en ascenso. Cuando tienes metas fijas para ser cumplidas en determinado tiempo y dependen del trabajo arduo, no es admisible ninguna distracción que obstaculice el recorrido hasta la cima. Por lo menos, a mí no me gustan las cosas a medias. En mi caso, cuando quiero algo es todo o nada, y actualmente mi profesión lo es todo, me gusta la comodidad, por ellos trabajo como una esclava.
Pese a ser de baja estatura no me he limitado en nada, he hecho y deshecho tal cual ha sido mi antojo. Solo me he privado de una cosa en la vida, y es el sexo, no he querido pisar ese terreno hasta no coincidir con el hombre indicado. Tampoco tengo urgencia en conocerlo. En unos cuantos años tal vez suceda el milagro y si no, no será mal de morir para mí. Estoy conforme con la vida que he logrado hasta el día de hoy. Muchos me alentaron a abandonar los estudios, porque según ellos no era un mundo para mujeres, y mucho menos con mi condición. Entre esas personas mi mamá y mi hermana. Me río de esos pobres mediocres que intentaron persuadirme a ser como ellos.
Tengo un carácter bastante fuerte, soy muy recelosa de mis cosas, de mi vida, no acepto que nadie, ni siquiera mi madre ni mi padre, opinen al respecto.
Apenas abordé el taxi para ir al lugar del almuerzo, recibo una llamada del cliente con el que me iba a encontrar, quien me informa que no podrá llegar. Ni modo, a Dios gracias no había llegado al restaurante, y para fortuna mayor, el taxi no se había adentrado en el tráfico hacia el centro, sino nos hubiera costado devolvernos. El cliente acordó llamar en la semana próxima para agendar otra cita en mi despacho. Culmino la llamada y le indicó al taxista la dirección de mi apartamento. Llegaré más temprano de lo previsto.
“Genial, desde ya me pondré mi ropa de pordiosera y me dedicare a hibernar como una morsa, lo necesito” pienso emocionada.
A la una de la tarde llegué a mis aposentos, el enorme reloj de pared de la sala de estar lo anunciaba. Fui directo a mi habitación a despojarme de los tacones y la ropa, me envolví en una toalla mientras abrí el grifo de la ducha para que el agua caliente corriera. Este es un lujo que no me doy todos los días y hoy es el momento indicado.
Dure un poco más de media hora bajo las deliciosas sensaciones que producía el agua tibia sobre mi cuerpecito agotado. Salí de allí envuelta en una enorme toalla y el cabello envuelto en otra más pequeña. Me dirigí a la cocina a comer algo antes de entregarme a los brazos de Morfeo por unas horas.
Tal cual lo planifiqué después de comer dormí alrededor de cinco horas seguidas, el caso es que cuando desperté ya estaba oscuro. Había dejado mi teléfono móvil dentro de mi bolso, el cual apenas llegué dejé tirado en el sofá de la sala.
Al revisarlo encontré llamadas perdidas de mi amiga Ingrid y de las otras chicas. Olvidaba relatar que tengo un grupo de amigas, alocadas como Ingrid y yo en cuanto a rumbear se refiere. Somos como una familia. Pongo el teléfono en la peinadora y me dirijo a la cocina por un café. En el proceso de prepararlo escucho que suena el teléfono local. Al contestar escucho la voz alborotada, nada más y nada menos que, de mi amiga Ingrid:
- Esta noche hay fiesta amiga –dice gritando-.
- Baja el tono de voz pedazo de loca –le digo alejando el teléfono de mi oído y riéndome-.
- Mira te paso buscando a las diez y media por tu casa, ponte bella que esta noche celebramos que tenemos nuevos clientes y con mucha plata, además mi prima nos quiere presentar a su nuevo novio –me dice, esto último me genera curiosidad-.
- No quiero salir hoy. De hecho ando como un mendigo. Mira la hora que es –le digo para que desista, soy fiestera pero hoy me había hecho a la idea que estaría en casa-.
- Nada de eso. Si necesitas que te ayude con el cabello, estaré allí a las nueve –me dice- Elige algo bonito pero nada sugerente. Vamos a rumbear como nos gusta coleguita –desde la Uni me dice así-.
- Está bien. Te espero a las diez y media sonsacadora –le digo riéndome-.
- Y tú que tiene una resistencia impresionante, no aguantaste dos pedidas –se ríe y cuelga-.
Suspirando me dirigí a la cafetera me sirvo una taza grande con café. Ya sabía yo que lo iba a necesitar. Con la taza entre las manos dirigí mi cuerpecito a mi closet, es decir, una habitación que acondicioné como vestier, soy fanatica de los zapatos y las carteras, pues desde que compre el apartamento me he encargado de consentirme comprándome todos los zapatos que me han gustado y las carteras que le hacen juego o sino las mando a hacer. Pequeños caprichitos que me doy de vez en vez.
A la diez y media en punto sonó mi intercomunicador para avisar que mí alocada amiga y colega estaba abajo a mi espera. De allí pasamos a buscar a Samantha, otra amiga de la Universidad pero que es contadora, igual de loca que nosotras. Ah y en el lugar a donde vamos a ir ya se encuentra Antonella, prima de Ingrid, también parte del grupo alocado que somos. Se fue temprano porque el supuesto novio, la pasó buscando por su casa.
Llegamos a un Club ubicado en el centro de la ciudad que hace frontera con el Este. El lugar estaba lleno. No me gustan estos sitios atestados de gente, porque como soy pequeña me cuesta hacerme escuchar y poder oír lo que puedan decirme por el ruido de la música y el alboroto que producen las personas alrededor al hablar más duro de lo normal. Ingrid me mira e interpreta mi cara y me hace señas con las manos que me tranquilice. Como no tenía más opción hice gesto de resignación con los hombros.
Al entrar al club parecía que nos estaban esperando, pues un chico se acercó a Ingrid y le pidió que lo siguiera, Samantha y yo, como borregos directo al matadero, también lo seguimos. A medida que nos adentramos pude ver que la sección adonde nos estaban llevando, si bien era concurrida, no estaba atestada de gente. Había más espacio hasta para bailar y se podía hablar sin el temor de quedar muda de tanto gritar.
Ante nuestros ojos vemos a una Antonella prendada a los labios de un hombre muchísimo más grande que ella, sentado se veía enorme, no me quiero imaginar de pie. Él, que estaba sentado de frente a la dirección por donde nos llevó el chico, pareció reconocernos porque apenas nos vio amablemente se separó de Antonella, la sentó a su lado y se puso de pie para recibirnos:
- Bienvenidas mis bellas damas –nos saluda-, están en su casa, pidan lo que gusten y disfruten. Mi nombre es Gelys Camacaro, soy dueño de este club y el hombre de esta preciosura –dice acariciando el rostro de mi amiga-.
- Estamos agradecidas por la invitación –dice Ingrid, observándonos con intención para que confirmemos, por lo que Samantha y yo asentimos con un ademan de cabeza-.
- Y ustedes, ¿no hablan? –dice el novio de Antonella dirigiéndose a Samantha y a mí-.
- Por supuesto señor Gelys, mi nombre es Iliang Rangel y mi amiga Samantha Bustamante, ¿supongo que ha de saber el nombre de mi amiga presente puesto que es prima de su novia? –le digo señalándole a Ingrid-.
- Por supuesto bella dama, encantado de conocerlas y de tenerlas acá –dice esto y nos señala los asiento- ubíquense donde quieran –dice esto y llama a un mesero- Por favor atiende a las damas y tráeles lo que pidan, lo que consuman va por la casa, son mis invitadas.
Al escuchar esto, Ingrid nos hace señas dando a entender que ese pobre hombre no sabe con quienes se está metiendo. Somos una pipa rota cuando de rumbear en serio se trata. Para nosotras el alcohol es el mejor acompañante en las rumbas que nos pegamos.
- ¿Qué desean ordenar las señoritas? –dice el mesero-.
- Serias amable de traernos tres tragos de Vodka y una cerveza sellada en su botella, un vaso de vidrio limpio y un destapador, por favor –dice Ingrid y al mismo tiempo se voltea a ver a Antonella- porque vas a tomar con nosotras ¿o no? –le pregunta levantando la ceja izquierda-.
- Obvio prima, para eso estamos aquí –dice con disimulo-.
- Tomen con confianza, aquí nada les va a pasar –nos dice Gelys-.
Dicho esto el mesero se retira y regresa con la orden, destapa y sirve la cerveza en presencia de todos, me la entrega y se retira. Todas brindamos y tomamos nuestros tragos. Yo como suelo hacer con el primer trago de cerveza me tome la mitad que había en el vaso, cuestión que pareció sorprenderle a Gelys pues tosiendo dijo:
- ¡Wow! Pequeña, te las traes ¿no? –pregunta sorprendido-.
Mis amigas y yo nos lanzamos esa mirada de complicidad que solemos dirigirnos en situaciones similares y soltamos la carcajada al mismo tiempo, pues siempre nos pasa lo mismo. Las personas se engañan conmigo por ser de baja estatura. Las chicas como saben quién soy y de lo que soy capaz de hacer, se burlan de los ingenuos que me subestiman de buenas a primeras.
- Aja Antonella amor, cuéntame quién es tu amiga –le dice señalándome- esta cajita de sorpresas.
- Vida ella ya te dijo que se llama Iliang –dice fingiendo inocencia-.
- Yo quiero saber más de ustedes –nos dice a las cuatro- no se parecen en nada a la mayoría de las mujeres que frecuentan estos clubes, son educadas y muy respetuosas al hablar, no es que estén muy arregladas pero se nota a leguas que usan ropa de marca, por lo menos el jean que usa mi chica no es de los que se compra en un mercado –dice escaneando a Antonella-.
- Bueno ya te digo –tomo yo la palabra-, Ingrid y yo somos abogado, Samantha es contadora y tu chica Terapista de Lenguaje –culmino-.
- Epa Anto, no me habías dicho eso de tus amigas –le dice tomándola del mentón-, que orgullo estar rodeado de mujeres profesionales –le da un beso en los labios a Antonella y prosigue-, ahora entiendo la actitud de la pequeña, disculpa si te digo así –dice apenado-.
- Tranquilo, no me incomoda –lo tranquilizo porque pareció apenado-.
- Si es así, entonces tenemos que hablar –nos señala a Ingrid, Samantha y a mí- tengo varios negocios que requieren la atención de un abogado y de un contador, pero no hablaremos de eso esta noche, más bien celebremos habernos conocido y que esta sea la primera de muchas rumbas juntos –levanta su vaso y nos invita a brindar-.
Justo en ese momento se acercan dos papacitos, perdón dos chicos altos, diría yo que miden alrededor de 1.79 a 1.80 cm de estatura, fornidos, con músculos pronunciados y abdomen bien definido, caminando con paso seguro, uno rubio y el otro moreno, pero de esos que parecen dulces exclusivos, esos que no compras en cualquier pastelería sino en las exclusivas. Gelys no les da tiempo llegar a la mesa sino que se abalanza sobre el moreno. celebrando algo que ninguna entendemos e igual hace lo mismo con el rubio, que desde mi distancia pude observar tienen los ojos de color verde, pero a él lo abraza por largo rato. Parecen emocionados. Los trae hasta la mesa.
Mientras Gelys nos presentaba con ellos, hubo un momento en que la mirada del rubio se cruzó con la mía, y en el ambiente se sintió una especie de descarga eléctrica que me intimidó y produjo sensaciones nuevas y extrañas en mi cuerpo, por lo que desvié la mirada a otro punto tratando de recuperarme de lo penetrante de su mirada y su efecto. Para colmo me tocó darle la mano cuando se presentó formalmente, lo que empeoró la situación pues la sensación fue más viva que la anterior, las manos se me helaron. Del tiro decidí tomarme lo que quedaba de cerveza en mi vaso, por lo que Gelys le pidió me buscara otra.
Apenas se fue sentí alivio. No sé por qué, pero la presencia de ese hombre me perturbó. Para ignorar las sensaciones acepté el ofrecimiento de Samantha de ir a la pista a bailar, Ingrid se nos unió.
Allí empezó nuestra noche de comentarios locos, bailes y una bebida tras otra. La que parecía no disfrutar la noche era Antonella, porque no bailó con nosotras, supongo por imposición de su novio. Afortunadamente yo no tengo ni tendré ese problema, a mi ningún hombre va a venir a decirme qué puedo o no hacer en la vida. Soy dueña de mis actos.
Para no volver a pasar por la experiencia de mirar al chico rubio me mantuve en la pista con mis amigas. Hubo un momento que un chico me pidió bailar salsa, mi fuerte, me encanta este ritmo. A pesar de ser pequeña, bailándolo me defiendo bastante. Con él bailé cualquier cantidad de veces, entablamos una camaderia entre baile y baile. Tanto así que sin darme cuenta terminé sentada en una mesa, para descansar un rato, y hasta allí me siguió, buscándome conversación. Como no soy odiosa con quienes veo que no me hacen desprecio, accedí a hablar con él. El chico resultó ser bastante agradable. Me contó que es Contador recién graduado, tiene mi edad y solo busca hacer amigos. Para mi estaba perfecto, pues ese era mi plan.
Por momentos siento que mi vejiga no da para más, pero al pensar que debo ir primero a la mesa donde está Gelys, Antonella, el moreno fornido y el rubio, en busca de mi bolso y tener que volver a pasar por la experiencia electrizante, sigo aguantando las ganas de ir al tocador. Como enviada por los ángeles apareció mi amiga Ingrid pidiéndome que la acompañe al lugar que tanto anhelaba ir. Aproveché y le pedí ir por mi bolso ya que ella iría por el suyo, por lo que sentí haberme librado de la experiencia de volver a tropezar mi mirada con esos ojos capaces de hipnotizar a cualquiera con espíritu débil, que no es mi caso, por supuesto.
Justo cuando íbamos saliendo del tocador la pequeña felicidad se fue al piso al encontrar que el mismísimo Dios, perdón, el rubio, nos estaba esperando en la puerta:
- Disculpen señoritas, Gelys y sus dos amigas les informan que están afuera esperándolas –nos dice pasando la mirada de una a otra-.
- ¿Acaso hubo un cambio de última hora y no me enteré? –pregunta Ingrid mirando su reloj de muñeca-.
- Será mejor que les pregunten directamente a él –dice encogiendo los hombros- yo solo le hago el favor de informarles –dice esto amablemente y se voltea, no sin antes mirarme fijamente a los ojos-.
Por los Dioses nuevamente esa sensación de efecto imantado con pequeños pases de corriente en el aire “¿será que Ingrid siente esto? o ¿solo me pasa a mí?”, pienso.
Le seguimos el paso hasta llegar a la entrada del club, donde tal cual informó el rubio, nos esperaban nuestras amigas con los otros dos hombres.
- Les propongo irnos a mi casa a terminar de pasar el rato –nos dice Gelys-.
Veo a las chicas sorprendida. Estos cambios de planes repentinos no me gustan, además no sabemos quiénes son estos hombres, apenas los acabamos de conocer. Levanto la ceja izquierda a modo de interrogante a Ingrid quien entendió el mensaje en seguida.
- No nos parece prudente, tal vez para otra ocasión –le dice-.
- Además yo tengo un compromiso mañana a primera hora –completo la excusa para no acceder a su petición- la cual es impostergable, lo lamento –termino de hablar notando la mirada de todos sobre mí. Hubo un instante en que noté una expresión interrogante en el rostro del rubio-.
- Está bien, comprendo –nos dice Gelys- las acompañamos a su automóvil.