CAPÍTULO 1: ENCUENTROS EN LA CIUDAD COSMOPOLITA
Londres, con su eterno ajetreo y mezcla única de culturas, era el lugar perfecto para perderse y encontrarse a la vez. Para Sofía, la ciudad era una paleta vibrante de emociones e historias. Había llegado con su familia hacía cuatro días, y aunque había disfrutado de los monumentos emblemáticos como el Big Ben y el London Eye, sentía que la rigidez del itinerario impuesto por su madre sofocaba su espíritu explorador.
Aquella mañana, mientras la familia se preparaba para ir al cambio de guardia en el Palacio de Buckingham, Sofía decidió tomar otro rumbo. Necesitaba un respiro de la agenda cuidadosamente calculada. Sin decir más que un “volveré pronto”, salió del hotel y se dejó guiar por las calles, sin un destino fijo.
El Encuentro
La lluvia comenzó como una ligera llovizna, empapando suavemente las calles adoquinadas y haciendo que el aire adquiriera un aroma a tierra mojada. Sofía giró en una esquina y vio un café pequeño, casi escondido, con un letrero en la ventana que rezaba: “Bienvenido al rincón más tranquilo de Londres”. La calidez que irradiaba el interior la invitó a entrar.
El aroma a café recién hecho y el murmullo relajante de conversaciones en varios idiomas la envolvieron. Se dirigió a una mesa junto a una estantería llena de libros polvorientos, pero no podía concentrarse. Algo, o más bien alguien, llamó su atención.
Cerca de la ventana, un joven estaba absorto en la lectura de un libro con una portada desgastada: Las mil y una noches. Sofía no pudo evitar sonreír. Había algo fascinante en la intensidad con la que leía, como si estuviera en otro mundo. Sin pensarlo demasiado, se acercó a él.
—Disculpa —dijo con voz suave—, ¿es tan bueno como dicen?
El joven levantó la vista, y por un breve momento, Sofía sintió que el mundo se detenía. Sus ojos eran de un marrón oscuro, casi n***o, pero había algo en su mirada que reflejaba una profundidad insondable.
—Depende de quién lo lea —respondió con un acento sutil, difícil de ubicar—. Para algunos es solo una colección de cuentos; para otros, un portal a un mundo perdido.
Sofía se encontró intrigada por la respuesta.
—¿Y para ti?
Él sonrió ligeramente, cerrando el libro con cuidado.
—Para mí, es ambas cosas. Y también un recordatorio de que algunas historias nunca mueren.
El peso de sus palabras la impactó. Había algo en este desconocido que despertaba su curiosidad.
—Soy Sofía, por cierto. —Le extendió la mano, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción.
—Amir —respondió, estrechando su mano con suavidad.
Sombras Del Pasado
La conversación fluía con naturalidad. Hablaron de libros, culturas y viajes. Amir describió su vida en Irán con un toque de nostalgia: las montañas, los mercados bulliciosos y las tardes en las que su abuela le narraba historias. Sin embargo, cuando el tema cambió a su familia, un cambio sutil oscureció su expresión.
—Mis padres esperan mucho de mí —confesó, mirando por la ventana, donde la lluvia caía con más fuerza—. A veces, siento que vivo en dos mundos: el que ellos imaginan para mí y el que quiero construir.
Sofía sintió una punzada de empatía. Aunque sus propios problemas familiares no eran tan profundos, entendía lo que significaba cargar con expectativas ajenas.
—Creo que todos estamos atrapados en una especie de jaula —dijo ella, tratando de aligerar el ambiente—. Solo que a algunos nos cuesta más encontrar la llave.
Amir esbozó una sonrisa, pero no dijo nada más. Había un misterio en sus ojos, una sombra que Sofía no podía descifrar.
El Despertar Del Misterio
De repente, Amir se tensó. Miró su reloj y se levantó apresuradamente.
—Lo siento, debo irme.
—¿Todo bien? —preguntó Sofía, desconcertada por el cambio repentino.
Él asintió, pero su mirada nerviosa decía lo contrario. Sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó.
—Por si alguna vez necesitas una buena recomendación literaria.
Sofía tomó la tarjeta, notando que sus manos temblaban ligeramente. Antes de que pudiera decir algo más, Amir ya estaba saliendo del café, desapareciendo bajo la lluvia.
Se quedó mirando por la ventana, preguntándose qué había provocado su reacción. Algo en su instinto le decía que no era simplemente una cuestión de prisa.
El Descubrimiento
De regreso en el hotel, mientras sus padres hablaban del cambio de guardia, Sofía sacó la tarjeta. La examinó con cuidado: Amir Rahmani. A simple vista, no parecía diferente de cualquier otra tarjeta, pero al mirarla con atención, notó una marca en el reverso, como si alguien hubiera garabateado algo y luego lo hubiera borrado apresuradamente.
Encendida por la curiosidad, tomó un lápiz y frotó suavemente sobre la superficie. Las líneas comenzaron a revelarse, formando un número, pero también una palabra que le resultó inquietante: Iltizam. No tenía idea de qué significaba, pero la sensación de misterio creció.
Un Mensaje Silencioso
Esa noche, mientras Londres dormía, Sofía no podía dejar de pensar en Amir. ¿Qué ocultaba? ¿Qué significaba aquella palabra? Y, sobre todo, ¿por qué sentía que su encuentro había sido más que una casualidad?
En la oscuridad de su habitación, abrió su laptop y comenzó a buscar respuestas. Lo que encontró sobre Iltizam fue desconcertante. La palabra, de origen árabe, significaba “compromiso” o “obligación”, pero también estaba asociada a contratos antiguos y juramentos solemnes.
¿Era solo una coincidencia, o Amir había intentado decirle algo?
El Primer Giro
En otra parte de la ciudad, Amir caminaba por una calle solitaria, su mente llena de pensamientos contradictorios. Sabía que no debía haberse detenido en el café, pero algo en Sofía lo había desarmado. Aún podía sentir la calidez de su mirada, la sinceridad en sus preguntas.
Sacó su teléfono y marcó un número.
—No puedo seguir haciendo esto —dijo en voz baja, con una mezcla de miedo y determinación.
La voz al otro lado respondió con frialdad:
—Ya estás dentro. No hay vuelta atrás.
Amir cerró los ojos, sintiendo el peso de esas palabras como una cadena invisible.
Mientras tanto, Sofía, sin saberlo, había comenzado a descifrar un enigma mucho más grande de lo que podía imaginar.