Aún no podía creer cómo ése tonto se había atrevido a besarme. Él había sido el primer hombre en mi vida que lo hacía, y al hacerlo, todas mis ilusiones de mi perfecto beso a la luz de la luna bajo las estrellas se habían desmoronado. Sentí aquellas lágrimas frías que se deslizaron desde mis ojos hasta mis labios. Ya no podía evitarlo, ahora sí había arruinado todo… mis sueños, deseos, mi futuro y mi vida. Seguí corriendo por los comedores, sin voltear atrás. Maldito bastardo… además de echar a perder mi vida, tendría que soportar su presencia durante una semana, y además de todo, era mi vecino. Con aquello, mi padre podría hasta pedirle que nos fuéramos juntos a diario y eso no podría aguantarlo. No sabía el porqué, pero mi rostro todavía seguía sonrojado, completamente hirviendo.