—Su alteza, se solicita su presencia en el gran salón.
Levanto la cabeza y frunzo el ceño antes de ver la hora en mi reloj. Se me hace tarde.
Dejo los papeles ordenados en el escritorio, me incorporo, doy una última vista a mi traje y camino junto al cadete. Indico con la cabeza dando el aviso que ya estoy listo y este se detiene en la puerta con su instrumento.
—Anunciando a su alteza real, el príncipe Andrew Miller —golpea suavemente dos veces su instrumento en el suelo y paso por la enorme puerta de vidrio.
Veo una extensa mesa donde ocupaban en sus respectivos lugares todos los condes y mi padre en la punta. Camino hasta llegar mi lugar, la derecha del rey.
—Padre —saludo con un asentimiento.
—Hola, hijo—murmura con sus ojeras bajo sus ojos azules.
—Buenos días, caballeros. Pueden tomar asiento —digo mientras procedo a hacerlo.
Se oye un leve carraspeo.
—El motivo por el cual nos hemos reunidos hoy es para determinar el tiempo que posee el príncipe para tomar la mano de una mujer antes de ascender a la corona —informa.
Instantáneamente se produce un silencio incómodo en la sala. Claramente todos estaban enterados de la situación, excepto el implicado. Simplemente maravilloso.
—¿Puede alguien ser tan amable de explicar lo que sucede? —pregunto desorientado
—¿Qué necesita que expliquemos, su alteza? —cuestiona otro de los condes.
Me acomodo la corbata con cierta incomodidad.
—Explicarme la razón de esta apresurada decisión —cuestiono, intentando no ponerme nervioso.
Automáticamente todas las miradas recaen en él. El rey.
—Lo que sucede, hijo mío, es que encuentro oportuno que asumas el cargo de rey lo más pronto posible, y tu sabes que no puedes hacerlo sin una reina —dice con una sonrisa de lado.
Lo miro incrédulo.
—¿Estás poniendo fecha límite a que me enamore? —pregunto, poniéndome de pie dispuesto a abandonar el lugar si no llegamos a un acuerdo.
Él sonríe intentando tranquilizarme.
—Hijo, te presentaremos a todas las mujeres del reino.
No puedo evitar poner cara de desagrado total.
—No me casaré con una mujer que sólo quiere la corona —declaro.
El rey suspira mientras masajea su frente ya arrugada por los años que tiene encima.
—¿Qué sugieres entonces, hijo? —suspira cansado.
Camino en su dirección intentando mantener el mayor contacto posible.
—Papá, debes darme la oportunidad de encontrarla, pero no aquí —susurro esto último—. No donde todos saben quien soy y lo que poseo —ruego viendo con desesperación sus ojos.
Pasan varios minutos que sólo logran ponerme más nervioso, hasta que por fin habla.
—De acuerdo
—¿De acuerdo? ¿Eso quiere decir que no habrá fecha límite? —digo esperanzado.
Levanta la mirada a mis ojos y niega.
—No. Eso significa que te mudarás a Inglaterra.
—¿Qué? —exclaman los condes.
Frunzo el ceño, mientras escucho cuchicheos a mis espaldas.
—Disculpe, su alteza,. El príncipe Andrew debe asumir antes de terminar el año de elección.
Mi padre asiente con la cabeza.
—Lo sé. Sin embargo, no deben olvidar que como heredero al trono tiene que cumplir con ciertas tareas fuera de aquí. Además, deseo que tenga la misma suerte que tuve yo al encontrar a su madre —me mira cómplice mientras sonrío orgulloso ante la respuesta de mi padre.
Ya renovado de energías, asiento de acuerdo.
—De acuerdo, padre. Dime cual es el plan —digo tomando asiento nuevamente.
Él sonríe, mientras lentamente se incorpora.
—No soy yo quien debe idear un plan, querido hijo —me sonríe, claramente divertido.
Volteo a verlo rápidamente cuando veo que pasa por mi lado hacia las puertas.
—¿No hay un plan? —pregunto confundido.
—No hay un plan —repite y luego sus ojos se posan en las personas a mi alrededor—. Muchas gracias por asistir, caballero, eso es todo por hoy. Deseo que tengan buenas tardes.
Mi padre y el resto de los condes se retiran de manera rápida, junto con los guardias.
Cierran las puertas del gran salón dejándome sentado y revolcándome en los problemas.
El tiempo me respira en la nuca y no tengo un plan.
¿Inglaterra? ¿Qué haré en Inglaterra?