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Increíble que esta mujer no pueda abrirme la puerta cuando la necesito, sigo tocando y no me abre, ¿qué puede estar haciendo?, después de unos minutos decide abrirme. —¡Al fin!, necesitamos hablar. —Por Dios Sofía, ¿has visto la hora? ¿Sabes lo irritante que es que toques así? —Ahora sabes lo que se siente. Termina de despertar, que te tengo que contar algo. —Espera, sin una taza de café yo no dejo de ver las estrellas, lo sabes. —Pues entonces tomate la jarra completa, pero necesito que estes en tus cinco sentidos, Amelia. —¿Dios, quién toca de esa manera? — escucho a Ignacio y lo veo salir hasta la sala con nada más que un bóxer. —¡Guao! — Amelia tenía razón cuando decía que debajo del traje, había un hombre bien distribuido. —¡Jefa! — queda sorprendido al verme —son las seis de