Cuando las enormes rejas se abren mi corazón comienza a demostrarme que sigue dentro de mi pecho. Con la cabeza recostada de la ventana observo los árboles, el césped, incluso más allá de la enorme propiedad. Todo para no tener que ver esa puerta que por dos meses se estuvo burlando de mí. No la miro, porque lo que menos quiero es que el poco valor que tengo salga corriendo, arrastrándome a mí en el proceso. Ariel ha estado en silencio durante todo el viaje, gesto que agradezco, porque lo que menos quiero es tener una discusión con ella y luego una con él. Comienzo a girar el aro en mi dedo, ese que representa una promesa que ya no existe. Baila cuando lo muevo y me pregunto cómo es que no logré perderlo en la granja de lo flojo que ahora me queda. «Supongo que, de manera inconsciente,