Regalo.

1486 Words
La suave brisa ingresó sin permiso por la ventana entreabierta y la cortina improvisada danzó. Sintió las caricias trémulas y tibias de los rayos del sol sobre su cuerpo. Giró sobre sí, quedando boca abajo, escondiendo el rostro debajo de la almohada. No pasó mucho cuando el sonido de la alarma anunció que debía abandonar la calidez de su cama y bufó molesto. Con parsimonia, comenzó a removerse debajo de las mantas. Lentamente abrió los ojos, apreciando la luz natural en la reducida estancia. Posterior a varios minutos, se levantó de la mullida cama y se dirigió al baño. Todo atisbo de desgana se esfumó luego de una confortable ducha tibia. Hacía dos meses que había comenzado a trabajar en Sky Coffe, una cafetería conocida y muy concurrida en la parte céntrica de la ciudad. No tuvo mayores percances con sus compañeros, a excepción de uno de ellos. Aun así, su desempeño era óptimo por más que su labor se encontraba en la cocina, lavando los trastos. La paga resultó ser mucho más cuantiosa, a pesar de sus tareas, otorgándole la dicha de poder ahorrar dinero. Se encontró analizando que comprarse, pues las cuentas estaban canceladas, la nevera con cantidad exacta de alimentos y la alacena igual. Mientras ordenaba y limpiaba la casa, se percató de diferentes detalles que antes los había pasado por alto. Las paredes perdieron su color original; en el pasado seguramente fueron blancas, ahora yacían amarillentas y con algunas manchas de humedad. La vivienda no era espaciosa. Todo se reducía a la vista y el único sitio privado —por decirlo de alguna manera— era el cuarto de baño. No contaba con muchos muebles, únicamente con lo básico y esencial para una persona. Concluyó la limpieza y, mientras aguardaba que el agua de la tetera hirviera, encendió el televisor. Había quedado con Fernanda salir de compras. Tenía suficiente dinero ahorrado para permitirse gastar en ropa. Preparó té y un par de tostadas, con pasos lentos, se acercó al pequeño living y dejó el desayuno en la mesita. Quedó observando el vaho de la taza, su mente repasando las últimas semanas… Su vida estaba mejorando. (…) Salió de su casa y caminó lo más de prisa que sus piernas se lo permitían. Llegó a la parada de autobús y quince minutos después, abordó el bus que lo dejaba cerca del centro comercial. Si bien muchas fueron las veces que tuvo la oportunidad de ir, ninguna de ellas fue precisamente para pasear y comprar. Cuando era más joven buscó trabajo en los distintos comercios y tiendas, pero nadie lo contrató por ser menor de edad. Las cosas eran muy diferentes hoy día y una parte de sí se alegraba. Caminó con torpeza, observando a su alrededor. Vio un parque y no dudó en ir hacia ese lugar. Las vistas le produjeron una sensación de tranquilidad y sonrió al ver un par de niños correr, un perro que se escapó de la correa que sostenía su dueño, unas chicas pasaron frente a él y… la paz quebró. Dos pares de ojos lo observaron como si él fuera un vagabundo, un don nadie. No le extrañó que lo miraran de esa manera, mucho menos oír los murmullos y las risitas impregnadas de burla. Porque, aunque lo quisiera negar, tenía muy claro que para la mayoría de las personas él era un simple pobretón dentro de una sociedad donde rige el que más dinero tiene en los bolsillos y en las cuentas bancarias. Las personas de su clase social, las personas pobres, siempre fueron, y son, discriminadas como si no fueran… nada. —¡Laín! —exclamó una voz. Se sobresaltó en su lugar. ¿Cuánto tiempo llevaba ensimismado? Alzó la mirada, encontrándose con una chica que se acercaba hacia él—. Siento la demora. —Hola, Fernanda —saludó, una vez la chica llegó a su lado—. No te preocupes. Ni siquiera presté atención al tiempo. —Bien. ¿Estás listo para ir de compras? —Supongo —profirió. La risita alegre de su amiga lo sorprendió de buena manera. Se puso de pie y acomodó la tira de su morral sobre su pecho. Regaló una última mirada al parque, deseando que en su barrio hubiera uno similar. —Li, deberías pensar seriamente en comprarte un teléfono móvil. —Ambos comenzaron a caminar hacia el centro comercial—. Aunque también podrías aceptar un… —Tal vez, pero por el momento mis prioridades son otras —interrumpió—. Ropa es lo que necesito. —De acuerdo —concordó la chica. (…) Fernanda lo arrastraba de un lado al otro, ingresando en varias tiendas de ropa con la excusa de no encontrar lo adecuado para él. Se probó un sinfín de prendas y no encontraba algo que le terminara de gustar. El centro comercial se encontraba atiborrado de personas yendo y viniendo, ingresando y saliendo de las tiendas y con tal alboroto, Laín se cansó. Ingresó a una última y por fin logró dar con prendas que se ajustaban con su personalidad, pero, sobre todo, con el dinero que disponía. Finalizó su alocada carrera cargando dos bolsas. A su percepción, Fernanda no mostraba señal de agotamiento como él. No comprendía del todo como su amiga no se quejaba de la cansina caminata con esos zapatos de tacones que llevaba puesto. —Tus pies, ¿te duelen? —preguntó, viendo de soslayo a la chica—. Lo digo por tus zapatos. Luego de ir y venir, Fernanda lo convenció para tomar algún refrigerio en una de las tantas cafeterías dentro del centro comercial. Sentados frente a frente, Fernanda optó por una malteada y Laín por un simple exprimido de naranjas, mientras compartían bocadillos dulces. —Pues no —replicó Fernanda, encogiéndose de hombros—. Costumbre. Desde que tengo memoria me han gustado este tipo de zapatos. Cuando era pequeña usaba los de mi madre, bueno, jugaba a disfrazarme de princesa y tomar el té con mis muñecas. —Debiste tener una infancia feliz —comentó y dio un sorbo de su jugo—. Jugando a ser grande y esas cosas. —Supongo, aunque la mayoría de las veces jugaba sola. —Notó cierta nostalgia en la voz de su amiga—. Mejor cambiemos de tema. Li, tengo algo que darte. —¿Qué cosa? —preguntó. La sonrisa grácil que esbozó Fernanda le provocó algo que no supo descifrar. Fernanda —a sus ojos— era una chica muy bonita, de cabellos largos color ébano, ojos color marrón claros y tez de porcelana. Si tuviera que definirla como persona, diría que nunca conoció a alguien tan peculiar. Se acostumbró al carácter risueño y un tanto extrovertido, también el carisma que emanaba ella. En el tiempo que llevaba conociéndola, Fernanda jamás lo miró de manera despectiva o de alguna manera que delatara que no le agradaba algo de él. Dentro del grupo de personas con quienes compartía varias horas de su vida diaria, Fernanda fue la única persona que lo aceptó tal cual es. La confianza brotó a los pocos días de estar trabajando juntos, llegando a ser lo que son ahora, buenos amigos. Lain quería poder llevarse bien con el resto de sus compañeros de trabajo, pero estos, bueno, no importa. —Esto es para ti. —Volvió en sí y vio una caja blanca sobre la mesa—. Es un regalo y créeme que te servirá de mucho —profirió la chica mientras empujaba con los dedos la caja hacia él. Miró la pequeña caja con el ceño levemente fruncido hasta que se percató del contenido. No, no podía aceptar algo semejante. —Oh, pero… Lo siento, no puedo aceptarlo, Fer —espetó de inmediato—. Esto es… Debió de costar mucho dinero y… —Li, es tuyo. Vamos, acéptalo —insistió Fernanda—. Será de gran ayuda. Además, ten en cuenta que es algo indispensable. Piénsalo así, te podrás comunicar con la cafetería en caso de cualquier inconveniente que pueda llegar a surgir. Una posible tardanza, avisar que estás enfermo y la lista es larga, Li. —Lo sé, pero esto es mucho… —Las dudas nacían—. Lo siento, simplemente no puedo. No cuando es evidente que te habrá costado mucho dinero. —No, Li, anteriormente era mío —imperó Fernanda—. Cuando me regalaron el actual, guardé este. Y fue una buena idea porque ahora es tuyo y, ¿sabes qué?, no aceptaré una negativa de tu parte. —No te rendirás, ¿cierto? —Conociéndola, intuía que ella no se cansaría hasta lograr su objetivo—. Aun así, no puedo. —Los regalos se aceptan y ya, Laín. —Entendía, pero simplemente no podía aceptar algo tan costoso, no era lo suyo—. Me sentiré verdaderamente ofendida si no lo haces —acotó Fernanda. No podía creérselo...
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