Gemidos ahogados se escuchaban en medio de un silencio en la oscuridad de los aposentos esa noche. No importaba lo mucho que hicieran aquel acto, parecía nunca ser suficiente. Virginia besaba los labios calientes de Belial, y este, besaba a su vez los de ella. Las manos del demonio, con sus garras afiladas, se enterraban en las caderas de la pelirroja que se movía al mismo ritmo que él, haciéndola sangrar levemente. La pasión desenfrenada se dejaba sentir en ambos, llevándolos a un punto de deseo que lograba quemarlos y consumirlos a ambos. Virginia había sido virgen cuando se entrego a su demonio por primera vez, y Eros era todo lo que ella deseaba, todo lo que ella veía, todo lo que ella necesitaba. A ratos, se olvidaba por completo de sus deseos de venganza sobre Ángelo Hassan, y e