Besos extasiados, caricias placenteras en medio de respiraciones entrecortadas. El cabello rojo mezclado con el verdor esmeralda de la hierba humedecida y el aroma inconfundible de las flores del lago, la hacían removerse de un lado a otro con impaciencia. Aquellos ojos azules y profundos que asemejaban un par de zafiros, la miraban con tal intensidad que lograban humedecer su intimidad con solo ello. Las fuertes manos estrujaban con cierta violencia los botones de sus senos, haciendo que su temperatura corporal aumentara, aquellos besos desesperados que Eros le brindaba, la hacían tocar el cielo de manera deliciosamente irónica; el era un demonio. Era ella y al mismo tiempo, no lo era, podía mirarse a sí misma entregándose en cuerpo al demonio al que le había vendido su alma a cambio de