Capítulo 17

2365 Words
Los ojos de Matías se desviaban constantemente hacia el final del salón, donde cierta morocha tomaba apuntes de lo que el profesor exponía. Repentinamente la morocha tomó el teléfono y acto seguido salió a paso rápido. Volvió a los pocos minutos guardando en su mochila todas sus pertenencias y se marchó con la misma velocidad a la que ingresó. —Matías— susurró Iván a su lado. Él volvió los ojos hacia su amigo. —¿Qué?— preguntó rebuscando en su bolsillo para dar con su teléfono. —Estás todo el tiempo mirando para atrás, ¿qué pasa?— indagó comenzando a formar una posible hipótesis en su cabeza, conociendo lo que sucedía en la cabeza de su amigo sin ni siquiera necesitar una palabra de su parte. —Nada, nada — respondió sacando el aparato y comenzando a escribir aquel corto mensaje, mensaje que nunca fue leído, mensaje que le estaba comiendo el alma y la cabeza —. ¿Sabés algo de Mateo? — preguntó sin mirarlo. —Nada desde la última vez que lo visitamos. ------------------------ Ivonne corrió hasta el hospital para encontrarse con su padre sentado en la sala de espera. Lo fulminó con la mirada cuando estuvo a sólo tres pasos de alcanzarlo, ella le había dicho, le había aclarado que jamás debía ir solo, ¿pero le hizo caso?, claro que no, porque allí estaba, esperando por su hija mayor como un niño a la salida de la escuela. —Bien, no me retes así— dijo su padre con aquella linda sonrisa mientras levantaba las manos. —¿Por qué no dijiste que hoy comenzaban con el tratamiento? Sabés que te habría acompañado — escupió molesta, colocando sus brazos en jarra. —Ivy, tenés que hacer tus cosas, no podés estar yendo con este viejo para todos lados. —Papá— advirtió frunciendo el ceño. —Ya, Ivy, vamos a casa — dijo poniéndose lentamente de pie. —Dale. Si querés puedo ir a esa cafetería que te gusta y pedir algo de desayuno — propuso sabiendo que la doctora había recomendado una comida liviana antes de cada sesión de radioterapia. —Bueno, eso sería lindo — aceptó y caminó junto a su hija hasta la salida, disfrutando de esos cortos momentos en los que disponía de la total atención de su primogénita, de aquella muchachita que había tenido que crecer muy rápido para hacerse cargo de un hermanito autista y de un padre enfermo. Ivonne, que se había llevado el auto ese día para poder dejar a tiempo a Dany y luego dirigirse a la facultad, le indicó a su padre dónde había estacionado en aquel amplio espacio, en el cual diversos vehículos aguardaban al rayo del sol por sus dueños. Su padre había llegado al hospital en taxi, intentando recobrar un poco de la autonomía perdida, lamentablemente sus planes se vieron truncados cuando, al no sentirse bien, debió pedirle a su bella niña ayuda para regresar hasta su hogar, a tener su merecido descanso. La morocha dejó a su padre y se dispuso a salir en busca de aquellas deliciosas facturas que tanto le gustaban. En la cafetería la recibieron con esa cálida sonrisa que ya se le hacía demasiado familiar. Sin siquiera pedir, la muchacha al otro lado del mostrador ya preparaba sus cafés, aquellos bien cargados y con una buena cantidad de espuma. Ella sonrió mientras pagaba y decidió ir al baño antes de regresar a casa. No imaginó jamás toparse cierto rubio de espectaculares ojos azules saliendo del sanitario. Se miraron en silencio, con el aire espesándose entre ellos, con el terror escalando por sus gargantas. Ivonne, inconscientemente bajo la mirada y aquella mancha de sangre, en el antebrazo de la camisa del muchacho, le llamó la atención. Volvió sus ojos verdes a él, con el interrogante atravesando todo su ser. Los ojos de Mateo le dieron la respuesta, él se estaba lastimado de aquella manera espantosa. —¿Qué es esto?— preguntó ella, regañándose por dentro, por ser tan estúpida de preocuparse por él, pero su alma era así, sensible, empática, amable. Con suavidad Ivonne levantó la camisa del rubio y vio todas esas marcas, las más nuevas aún sangraban, ensuciando las otras ya cicatrizadas. Volvió sus ojos hacia él, sin soltarlo, sin juzgarlo, ella había estado ahí, sabía cómo era la sensación exacta cuando el filo atravesaba la piel, la sensación de liberación cuando la sangre comenzaba a brotar, arrastrando toda la mierda que los llenaba por dentro, drenado el dolor. Ella lo sabía todo, porque había estado allí. —Lo siento — murmuró él antes de romperse en mil pedazos, antes de llorar en aquel pequeño espacio donde ambos se habían encontrado. Ivonne lo tomó de la mano y lo guió dentro del baño de caballeros, cerrando a su espalda con seguro, protegiéndolo de miradas ajenas. —Ey, tranquilo — susurró ella con calidez —. Todo va a estar bien — aseguró con una suave sonrisa. Mateo volvió a desgarrarse con aquel sollozo que surgió de lo más profundo de su ser, sacudiendo su cuerpo con violencia, necesitando el apoyo de la sucia puerta a su espalda para no caer al piso inmundo del pequeño baño. —Sacá todo lo que tenés dentro — aconsejó Ivonne sin tocarlo, sin acercarse demasiado ya que su cuerpo temblaba de miedo de solo tenerlo delante de ella, a solas, en un espacio cerrado. Se obligó a respirar para calmarse, ahora había otra situación que atender. —Yo… No hace falta que me cuides — murmuró el rubio secándose las lágrimas que no dejaban de caer. —No te preocupes por eso. Ahora tenemos ir a curarte eso — señaló su brazo que no dejaba de sangrar —. Dame un toque, no te muevas de acá— pidió moviéndolo con suavidad hacia un costado. Mateo vio a Ivonne salir de allí, volviendo a dejarlo solo con su mente, con su persona que le repugnaba demasiado. En menos de cinco minutos Ivonne retornó y le volvió a regalar una de aquellas sonrisas que él no se merecía. —¿Viniste en auto?— preguntó la morocha. Él asintió. —Dame las llaves y decime cómo llegar a tu casa— ordenó con calidez mientras extendía la mano frente a él. —¿No sabés dónde vivo?— preguntó sonriendo levemente al mismo tiempo que sacaba la llave de su pantalón. —No, niño lindo, no todas en la escuela estábamos obsesionadas con vos — rebatió ampliando su sonrisa. —Asique sí pensás que soy lindo — susurró satisfecho, inclinándose levemente hacia ella. —No te creas demasiado. Vamos, niño lindo — ordenó abriendo la puerta. Mateo se cubrió bien los brazos y salió a paso rápido tras la morocha. Pudo ver cómo Ivonne saludaba amigablemente a los empleados de aquel lugar y caminó hacia el auto. —Bueno, por lo menos sabes cuál es mi auto — dijo él satisfecho. —Mejor no explico mis razones — escupió bien bajito, casi sin saber si quería que él la escuchara o no. Se subieron al vehículo y Mateo sonrió feliz al verla allí, a su lado, manejando su auto para ir hasta su casa. ¿Cuántas veces imaginó aquello? Ya no lo recordaba. La casa del rubio era modesta pero bien ubicada, en uno de los barrios más bonitos de la zona de Luján. Mateo abrió la puerta de su hogar y caminó hacia el baño, en busca del botiquín. Ivonne se quedó en la sala, aguardando por el hombre, sintiéndose estúpida y aterrada. "Calma, Ivy, respirá". Mateo regresó y le indicó que fueran hacia la cocina. Entraron en aquel lindo espacio y se sentaron uno al lado del otro, en silencio, sin mirarse. Ivonne se dedicó a limpiar con cuidado cada una de las heridas que aún sangraba, intentando controlar el temblor de sus manos. "Matías debe estar por llegar", se alentó sabiendo que aquel mensaje que envió en el café ya debía haber sido leído. —Ivonne — llamó el rubio —, realmente lo siento mucho — sollozó intentando aguantar las lágrimas. —Escuchá — dijo ella tomándole la cara para que la mirara fijo, empujando su terror al fondo de su ser —, yo no te puedo perdonar, no ahora — aclaró—, tal vez nunca lo haga. Deberás vivir con eso, lo siento, pero es así. Ahora vos tenés que ver cómo trabajas a partir de acá. Los ojos de Mateo jamás se apartaron de los de ella, sintiendo cada palabra como una enorme contradicción, ya que lo aliviaba al mismo tiempo que lo condenaba a ese infierno en el que se estaba hundiendo. —¿Puedo abrazarte? Juro que no haré nada — pidió con los ojitos brillantes. —Bueno— aceptó ella y sintió aquellos brazos vendados envolverla por completo, apretándola contra el fuerte cuerpo de ese hombre que se contenía para no volver a llorar. Mateo solo quería fundirse con ella, hacerse uno, saber que ella le correspondía en sus sentimientos. Quería besarla y hacerle el amor, no tener sexo, hacer el amor con ella. Ivonne intentaba no entregarse al pánico y, cuando estaba a punto de sucumbir y apartar bruscamente a aquel hombre de su cuerpo, la figura de Matías apareció por el marco de la puerta. Sus ojitos verdes se clavaron en él, transmitiendo todo el miedo que la embargaba. —Mateo — llamó Matías e inmediatamente Iván entró en escena. El rubio se giró y observó al par que, hasta tres días atrás, eran sus amigos. La mirada de los recién llegado bajaron a los brazos de su amigo, los cuales presentaban esas vendas muy prolijamente colocadas, delatando el horror en el que se sumergía aquel hombre roto. Ivonne aprovechó la situación y se separó de Mateo, volviendo a recobrar el control de su cuerpo, sintiendo la protección de Matías que la calmaba demasiado, aun estando a unos cuantos pasos de ella. —Hice lo mejor que pude — dijo Ivonne rompiendo el silencio, al parecer nadie se atrevía a hablar —, pero no sé si está lastimado en otros lugares — confesó. —Mateo — llamó Iván con calma, invitándolo a confesar si habían más heridas que atender. —Las piernas — susurró sin mirarlo, estaba demasiado avergonzado por todo, demasiado dolido por saberse cuidado aun cuando no lo merecía. —Vamos a tu cuarto y me mostrás — ordenó suavemente el castaño, tomando el botiquín de arriba de la mesa. Mateo lo siguió a la habitación sin decir una sola palabra, sin mirar a nada más que el frío piso bajo sus pies. —¿Estás bien, bonita?— susurró preocupado el morocho en cuanto se quedó a solas con esa preciosa mujer. —¿Me abrazás?— pidió ella con sus ojitos suplicantes de protección. Maty no dudó ni un segundo en envolverla con sus largos brazos y apretarla contra su amplio pecho, sintiendo cómo ella colaba sus manos por debajo de la remera, tocando su cálida piel con aquellas pequeñas manitos. Ivonne absorbió ese perfume a madera que la transportaba a un sitio seguro, lugar del que no quería salir jamás. Cerró sus ojos y dejó que el suave latir del corazón de aquel hombre la terminara de calmar. —¿Por qué lo ayudaste?— preguntó Matías con los labios pegados a lo alto de su cabeza. —He estado ahí— dijo sin mayor vuelta. —Dios, Ivy bonita, no hacía falta que te expongas a esto. Es claro que tenías miedo — aclaró apretándola un poquito más. —Ya sé, pero no pude mirar para otro lado — confesó volviendo a llenar sus fosas nasales con aquel perfecto perfume. Se quedaron allí, abrazados, en silencio, dejando que sus cuerpos se calmen y sus almas se tranquilicen. Cuando Iván los encontró solo levantó una ceja a modo de pregunta, pero decidió no decir nada más. —Está dormido — dijo rascando su castaña cabellera. —Bien. Llevo a Ivonne a su casa y vuelvo— explicó el morocho sin separarse al todo de la linda mujer. — Dale. Si podés comprar algo para comer, sería genial — pidió Iván. —Bueno — afirmó y tomó a Ivonne de la mano para llevarla a la salida. La morocha saludó con un gesto a Iván, quien aseguró que la llamaría más tarde y luego se montaron en la camioneta de Matías, rodeados de un silencio cómodo. Llegaron a un mirador ubicado a medio camino. Matías detuvo el vehículo, se giró hacia ella para contemplarla de frente, para asegurarse que estuviera bien, que aquello no le hubiese afectado de manera irremediable. —Vení — dijo y la sentó sobre su regazo, dejándola con sus piernitas sobre el asiento y su nariz clavada en su cuello —. ¿Vas a estar bien? — preguntó acariciándole el cabello. —Déjame disfrutar un poco más de esto antes de hablar — pidió hundiéndose más en el cuello de aquel tierno hombre. Matías esperó con paciencia hasta que ella se decidiera a hablar. A él lo único que le importaba era que ella se tranquilizara, que no sintiera ese terror que transmitía con claridad a través de sus ojos. —¿Creés que es mi culpa?— preguntó en un susurro, trazando con su dedo figuras imaginarias en el pecho del morocho —. Si fueras su padre, ¿me culparías? — indagó nuevamente. —Él es el único culpable de todo esto, no vos. Ivonne — dijo haciéndola erguirse para mirarlo a los ojos —, no tenés la culpa de nada, no es tu responsabilidad. Ya has tenido demasiado con qué lidiar para, además, hacerte cargo de algo que no te corresponde — afirmó con esa seguridad que le hacía brillar los ojos con fuerza. —Sos hermoso, boludo — susurró ella y aplastó sus labios contra los de él. Es que Ivonne necesitaba aquel gesto, aquella calidez que sólo Matías le podía transmitir. Adoraba las sensaciones que él le generaba, adoraba sentir cómo él se entregaba a sus caricias sin ningún resquemor. Dios, lo adoraba.
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