Capítulo 20

2922 Words
Colgó la llamada, se colocó la campera sobre su remera verde militar, y salió a toda prisa del cuarto. Al llegar a la sala pudo ver a sus primos, leyendo otra revista sobre motores de autos de los años cincuenta. —Ivy, vuelvo en un rato — explicó mientras caminaba hacia la salida. René vio su auto estacionado y apresuró el paso, casi hasta correr para alcanzarlo. Se montó a una prisa y salió a máxima velocidad, sintiendo el miedo mezclarse con la ira, dejando que su mente trabajara a toda velocidad mientras dirigía su auto a aquella casa de comidas desde donde, una muy asustada, Mora lo había llamado. Resulta que la morena salió a almorzar algo, dispuesta a disfrutar de aquellas deliciosas hamburguesas, ignorando que el idiota de su ex la había seguido hasta allí con el plan de acercarse a ella una vez que estuviera lo suficientemente relajada, con la guardia lo suficientemente baja, para poder llegar sin que lo notara. —Hola — saludó el pelirrojo tomando asiento delante de la morena. Mora se tensó completamente. Otra vez Michael molestando, empujando, presionando. —Andate — gruñó la mujer sin despegar los dientes. —Amor, sabés que me querés acá, a tu lado. Sabés que querés que te haga el amor duro, en cualquier momento que tengamos deseos. Mejor dejá de hacer esta escena que lo único que hace es que perdamos el tiempo. —Yo no quiero nada tuyo — respondió con rabia y miedo, pero principalmente con rabia. Michael ni siquiera podía identificar que una buena cantidad de veces en las que tuvieron sexo durante su relación, ella no lo había deseado, sino que se había visto forzada a acceder, se había encontrado acorralada a hacerlo aun cuando no tuviese deseos, aun cuando su cuerpo ni siquiera se lubricaba para recibirlo, aun cuando le pedía, entre lágrimas, que se detuviera. —Dejá de hacerte la difícil — susurró peligrosamente colocando los codos sobre la mesa y acercándose a ella —, ambos sabemos que solo sos mía, siempre lo fuiste y siempre lo serás. Oh, sí, se había olvidado del pequeño detalle sobre su presión psicológica, el cómo la obligaba a repetir en voz alta, mientras él la embestía contra la cama o cualquier superficie llevándola al abismo, que ella sólo le pertenecía a él, que solo él podría hacerla gozar. “Gracias por eso también, maldito imbécil”, masculló con odio en su mente. Ya no podía tener relaciones con nadie sin que las palabras que él le exigía repetir retumbaran en su mente y apagaran su deseo. —Andate, por favor, Michael — pidió con la voz temblorosa —. Lo nuestro terminó, por favor dejame en paz. —Nunca — gruñó él, bajo y amenazante. —Buenas tardes — dijo la simpática mesera a su lado, cambiando la mirada entre el par que tenía delante de ella —, les dejo la carta para que la miren y, señorita — agregó mirando a Mora, sin perder la sonrisa —, el baño ya lo han terminado de limpiar — explicó a la morena —. Ya puede ir a usarlo — aclaró dando fugaces miradas al pelirrojo. —Ah, gracias — respondió poniéndose de pie. —Te espero acá, amor — masculló con enojo el hombre, remarcando la última palabra. Mora salió casi corriendo de allí, caminando hacia los sanitarios con aquella moza pisándole los talones. La morena ingresó sin mirar atrás y un segundo después aquella moza se adentró en el pequeño espacio. —Dios, ¿estás bien? — preguntó al verla temblando sin control. —No-no traje mi teléfono — murmuró sin mirarla, intentando mantener el pánico a raya. —Acá — dijo la otra mujer extendiendo el aparato que acababa de sacar de su bolsillo —, lo agarré de la mesa sin que se diera cuenta — explicó al notar la cara de confusión de aquella morena. —Gracias — susurró con voz temblorosa y tomando el teléfono entre sus temblorosas manos. —Quedate acá hasta que te avise. Después te ayudo a llegar a la cocina — explicó la muchacha antes de salir de allí, dejándola sola y con el pánico comiéndole la piel. Una vez que sus manos dejaron de temblar llamó al único hombre que había sido capaz de devolverle algo de seguridad, que se había plantado delante de su ex, dispuesto a luchar por protegerla, que no corrió lejos cuando Michael desplegó todo su patético rol de macho patriarca. Lo llamó a él porque necesitaba sentir sus fuertes brazos envolverla y su ronca voz susurrarle palabras de aliento. —Bonita — dijo René apenas atendió la llamada. —René, disculpá que te llame… —¿Qué pasó?¿Estás bien? — cuestionó rápidamente el morocho, es que la voz temblorosa de Mora lo alertó de que algo realmente malo estaba sucediendo. El sollozo que escaló por su garganta la delató por completo. No, no estaba bien y no sabía si alguna vez lo volvería a estar. —Decime dónde estás y voy para allá — exigió el hombre con la voz endurecida. —El restaurante que está al lado del taller que viniste a ver el otro día — explicó ella con un tono de voz bajito. —No te muevas, ya voy — pidió y sin darle tiempo a contestar cortó la llamada. —Calma, Mora, no te pasará nada — se dijo suavecito, tratando de calmar el pánico que le nublaba el juicio y le revolvía las entrañas. Nuevamente las puertas del baño se abrieron y, nuevamente, aquella simpática mesera ingresó. —Vamos — susurró y giró sobre sus talones para salir de allí. Mora pudo ver cómo la mujer revisaba el exterior antes de abalanzarse a la puerta doble que se encontraba a unos metros de ella. La morena no dudó en seguirla, ingresando en ese enorme espacio donde dos hombres la contemplaban con expresiones serenas. —Ellos son Maximiliano y Carlos — explicó la moza señalando a los hombres frente a ella —. Podés estar tranquila — agregó con una suave sonrisa. Mora no pudo responder, abrumada por los sentimientos que estallaban en su interior, agradecida con aquella mujer que, sin estar obligada, no dudó en tenderle una mano. —Tomá, te ayudará a calmarte — dijo el hombre más grande entregándole una taza con té recién preparado. —Gracias — susurró ella tomando la taza. —¿Pudiste llamar a alguien? — preguntó el otro sujeto. Mora asintió y buscó algo en su teléfono. —Él viene por mí — dijo enseñando una foto de René, aquella en la que él sonreía a la cámara con esa cara de niño bueno, aquella que le había enviado hace unos días atrás cuando le pidió, nuevamente, que compartieran una noche, cuando le aseguró que con él gozaría de cosas que jamás imaginó. Y, mierda, que ella quería entregar su cuerpo a aquel hermoso hombre, pero las palabras de Michael estaban grabadas a fuego en su alma, haciéndola sentir estúpida y atemorizada, obligándola a permanecer atada a una promesa que jamás quiso hacer. —Vos sos mía — le dijo mirándola a los ojos, derritiéndola entre sus brazos. —Sí — gimió entregándose por completo a ese hombre que había conocido hace unos meses y había tambaleado todo su mundo. —Decilo, amor, decí que solo me pertenecés a mí, que solo yo te hago gozar de esta manera — le había susurrado al oído con la voz ronca de placer. —Sólo vos, solo tuya — gimió entregándose por completo. —Para siempre, preciosa — juró él, atrapándola en un juego macabro que Mora desconocía por completo. Sus recuerdos se vieron interrumpidos cuando la enorme figura de René se plantó frente a ella. El morocho, con la respiración agitada y el ceño fruncido, la revisó con la mirada, asegurándose que todo estuviese en orden. —Mora — susurró atrayéndola a sus brazos y apretándola suavemente —. Ya se fue, todo está bien — le susurró mientras besaba lo alto de su cabecita. La morena sonrió y dejó salir un suspiro de alivio. Sí, estaba a salvo. ---------------------- Golpearon la puerta de su casa y abrió para encontrar aquellos ojos que lo tenían embobado. —Hola — saludó a Ivonne y luego bajó la mirada —. Hola, campeón— dijo al pequeño que observaba el piso bajo sus pies. —Hola — saludó el pequeño —. Venimos porque dijiste que ya tenías el motor desarmado— explicó apretando sus manitos con nerviosismo. Luz apareció por la puerta y sonrió amplio al verlos, mostrando aquellos pequeños dientes blancos que le iluminaban el rostro de manera adorable. —¡Vinieron! — exclamó la pequeña acercándose a ellos —. Vamos a jugar — invitó a su amigo, indicando con un gesto de cabeza que la siguiera. Resulta que la pequeña Luz había aprendido a guiar a su amigo sin tocarlo jamás. Dany asintió y siguió a la pequeña hasta la sala donde una enorme mesa se ubicaba en un amplio espacio, luego de pasar por los cómodos sillones y al costado de la bonita cocina. Ivy sonrió y dio un paso adentro, ingresando aún más al hogar. Apenas escuchó que la puerta se cerró, unas fuertes manos que conocía demasiado bien, la giraron y aquellos deliciosos labios se estamparon en los de ella. —Perdón, lo necesitaba, te extrañé demasiado — explicó aún sobre sus labios. —Espero que los pequeños no nos hayan visto — respondió con una sonrisa. —No, quedate tranquila — dijo volviendo a besarla con suavidad. Matías la había extrañado demasiado, ya que luego de su último encuentro no la pudo volver a ver, sólo la contemplaba a los lejos en la Universidad, como un jodido acosador. —Vamos con los peques — dijo él y la tomó de la mano para guiarla al espacio donde aquellos niños jugaban con unos cuantos muñecos que pertenecían a la niña. —Mirá, Maty — exclamó la pequeña señalando los muñecos—, él es muy organizado, como vos. Matías rió y se sentó al lado de su hermana, contemplando aquellos muñecos ordenados sobre la mesa. —¿Ah, sí? — dijo divertido — ¿Por qué? Solo veo muñecos en línea — bromeó —, yo tengo un sistema mucho más complejo — Y pudo ver a Ivonne, a su preciosa Ivonne, removerse incómoda detrás de Dany. —No, Maty tonto — rió la pequeña —. No están solo en línea, él los acomodó según sus nombres, mira. Ese es Alberto — dijo señalando al primero de la hilera —, ese Dan, esa Estrella y ella Samantha. ¿Ves? Dany dice que están ordenados por su nombre. La mirada de Matías se levantó desde la fila, al pequeño y luego hasta la morocha detrás del niño. Ivonne sonrió extraño, confirmando que había algo del pequeño que él desconocía. —¿Y qué más sabés hacer, niño inteligente? — preguntó Matías, haciendo sonreír al pequeño. —Sabe leer — exclamó la pequeña alzando sus bracitos al aire —. La seño se dio cuenta hace varios días — explicó. Ahí Matías comprendió de qué había venido aquella reunión de Ivonne con la directora de la escuela. Su mirada, dolida, se dirigió a la morocha, a quien le sonrió con tristeza, ni siquiera confiaba en él para contarle aquel detalle. —Felicitaciones, campeón— dijo palmeando suavemente su cabecita —. ¿Quieren algo de comer? — preguntó volviendo a su tono animado. Los pequeños aceptaron y él, junto a su linda morocha, caminaron hacia la cocina, cerrando la puerta tras ellos. —Estoy aterrada por eso — susurró Ivonne ni bien se vio a solas con Matías. —¿Por qué?— indagó sacando la leche de la heladera, intentado empujar al fondo de su pecho el dolor que se expandía como un asqueroso veneno. —Esto es grande, si Dany es tan inteligente como parece ser, eso es… Dios, ¿y si lo arruino? — preguntó y clavó sus brillantes ojos verdes, cargados de preocupación, en él. Matías vio todo su mundo desmoronarse sólo por aquella dulce mirada, por lo que dejó aquel líquido blanco sobre la mesada y caminó hacia la mujer, envolviéndola en un reconfortante abrazo. —No lo vas a arruinar, solo es un niño más inteligente que el resto — explicó con calma. —Le van a hacer un programa especial en la escuela, para que pueda seguir con sus amigos pero que lo que aprenda se ajuste a sus capacidades. Matías— llamó levantando su mirada hacia él —, lee desde los tres jodidos años y yo no lo noté — explicó con tristeza. —Ivy, ¿entendés que no sos su madre?— indagó un poco furioso. ¿Acaso su padre no jugaba ningún rol en aquella familia? —Ya sé, pero siempre está conmigo y no lo noté, ¿cómo puede ser? — repitió desviando su mirada, dejando que algo de decepción y furia se colara en sus palabras. —No sé, pero no tenés que sentirte culpable, tranquila — susurró contra su pelito, apretándola un poquito más —. Sos una excelente hermana, jamás dudes de eso — agregó besándola en lo alto de su cabeza. El grito de Luz reclamando por la merienda los hizo reír, despegándose con pereza porque adoraban estar así, en calma, enlazados por esos silencios adorables que los envolvían en una deliciosa paz, terminaron de preparar la leche para los pequeños y mate para ellos. Salieron cuando estaba todo listo y los labios de la morocha habían recibido un tierno beso que le levantó el ánimo y aumentó un poquito más el amor que sentía por aquel hombre. "Patética, enamorada como una niña del chico lindo que nos trató como basura toda la secundaria", susurró su conciencia con maldad. Bueno, Ivonne sabía que debía hablar de aquello en algún momento, no podía dejar que esa espina venenosa la infectara por completo. ---------------------------- —Nos vemos en la facultad — dijo terminando de cruzar la puerta —. Me sorprendió saber que tenés un extraño sentido del orden — bromeó recordando aquel motor perfectamente desarmado y acomodado sobre una enorme mesa en el garaje de ese hogar. Cada pieza, cada tornillo, parecía tener un lugar determinado. —Me gusta el orden— respondió con una sonrisa de lado —. Cuando lo vaya a armar les aviso y, si Dany quiere, puede venir a ayudar. El pequeño sonrió con sus ojitos pegados a sus pies, sintiéndose feliz porque lo dejarían hacer algo para mayores. —René me ha enseñado las herramientas — explicó el pequeño —, asique no me tendrás que explicar nada — dijo orgulloso de sus conocimientos. —Bien, entonces está dicho — aseguró el morocho —, yo le digo a Ivy en cuanto decida el día. —Intentá que sea domingo — pidió el niño —, porque Ivy tiene mucho que hacer en la semana. —Domingo será — confirmó el hombre y desvió sus oscuros ojos a la mujer que lo tenía encantado —. Te escribo, bonita — dijo suavemente guiñando un ojo. —Dale, espero tu confirmación— respondió ella levemente sonrojada. Los hermanos se despidieron y volvieron a su hogar, encontrando a René terminando de guardar sus pocas pertenencias en esa vieja maleta marrón con la que había llegado. —¿Ya te dieron el departamento?— preguntó Ivy dejando las llaves sobre la mesa. —Sí, es el que tiene el taller abajo — explicó cerrando la maleta. —Me alegro por vos — dijo envolviendo a su enorme primo en un tierno abrazo. —Lo sé, espero que me visites seguido. —Sabés que siempre voy a estar metida ahí, avisame cuando no estés con compañía — bromeó. —Mmm, con respecto a eso — dijo extrañamente serio, soltando a su prima para poder mirarla —, Mora va a vivir conmigo. La cara de Ivonne fue todo un poema, por lo que René estalló en una estruendosa carcajada. —¿Qué rayos? Hasta lo que sabía no se han acostado y ahora, ¿vivirán juntos? —No seas tonta. Ella tiene algunos problemas y yo solo le voy a dar una mano. No pienses cosas que no son. —¿No debo pensar que estás enamorado de la morena y por eso te preocupás por ella aunque ni siquiera le has podido dar un beso?— preguntó con burla mientras caminaba hacia la cocina. —Callate, Ivonne, no estoy enamorado, solo la ayudo — gruñó siguiendo a su prima. —Como digas, primito. Avisame cuando le propongas matrimonio — pinchó la morocha. —Mejor me voy antes de que terminemos peleando. Si Dany quiere venir, ¿lo puedo llevar? Ivonne sonrió. Sabía el amor infinito de René por su pequeño hermano y eso, eso la hacía estúpidamente feliz. Saber que aquel hombre, rebelde y cariñoso, se preocupaba tanto por ellos que decidió dejar toda su vida y mudarse a la ciudad donde habitaban, todo para asegurarse que sus primos estuvieran bien, le llenaba el pecho de amor. Estaba decidido, Ivonne trataría de averiguar si Mora, aquella morena que había causado un dulce cambio en René, tenía algún tipo de sentimiento romántico hacia él, lo que menos quería ella era que René saliera lastimado cuando, por primera vez, lo veía enamorado.

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