Camila despertó sobresaltada con los sonidos en la puerta. Se había quedado profundamente dormida en la suave cama que ni siquiera tuvo tiempo de buscar algo de ropa. Cubrió su cuerpo con la manta e intrigada fue a abrir.
Madelin, la mujer que estaba a su servicio la observó. Miró a Camila un poco incrédula y tratando de cubrirse el cuerpo.
Sin decir palabras o esperar una explicación de Camila, caminó hasta entrar en la habitación y abrió unos de los cajones.
- Hay ropa aquí, puede utilizarla sin problema. – dijo al señalar las prendas de diversos colores. Eran conjuntos y vestidos.
Camila se acercó a ver a pasos cortos, el tobillo aún tenía un ligero dolor. Las prendas eran elegantes, pero todas demasiado grande para su delicada figura.
- Puedes traerme aguja e hilo. Le haré algunos ajustes. – habló al tomar un vestido de color celeste con bordes blancos prensados. Todo parecía indicar que le pertenecía a alguien más.
- Claro.
- Pero esta vez ¿Si puedes traerlo? – insistió Camila haciéndole acuerdo que no llevó lo solicitado cuando se lo pidió.
Madelin decidió no mirarla como si la evitara. Caminó hasta la puerta y ahí le dijo.
- La Familia Romanov la espera para desayunar. Por favor póngase un vestido, ya cuando regrese le tendré hilo y agujas en la habitación al igual que el agua y la sal.
Camila llegó a estirar los labios con sutileza y sus ojos se iluminaron. Después de casi dos días al fin iba a comer e iba a curarse. Madelin notó aquel destello, era un privilegio comer con los Romanov siempre y cuando no los conozcan a fondo, y esta muchacha no tenía idea.
Dio media vuelta y se alejó.
Camila fue por el vestido que había tomado anteriormente, se lo puso en el cuerpo. La cintura quedó algo floja. Buscó alguna tira o cinturón para ayudar a moldear y lo único que encontró fue el vestido de novia que yacía en el suelo, una idea cruzó por su mente. Lo tomó he hizo tiras que podría utilizar para ajustar la ropa a la cintura, también pañuelos para sujetar sus cabellos y uno para cubrir el tobillo. Guardó el resto porque no sabía cuándo iba a necesitar guantes o abrigo. Al estar lista salió de la habitación con un pie descalzo y con el otro enredado por un pedazo de tela.
Al llegar a la sala notó que sólo dos tomaban el desayuno.
Larissa limpiaba las mejillas del pequeño y él comía en completo silencio. Notó y distinguió los ojos del niño, uno era azul eléctrico y el otro verde como el bosque. La mirada del pequeño era entristecida y hasta apagada con cierta melancolía. Parecía cargar el peso del mundo en sus hombros.
- Buenos días. – saludó Camila con voz amable, aunque ligeramente nerviosa.
Ellos llegaron a mirarla, tan neutros que daban un poco de miedo transmitiendo un aire netamente vacío.
- Buenos días. Toma una silla. Ya te traen tu desayuno. – dijo Larissa cortante y movió unos de sus dedos para dar la orden.
Camila tomó un lugar en la mesa donde había una exquisita variedad de alimentos, pero había un silencio incómodo que rodeaba el lugar.
- ¿Por qué la novia de Rupert es tan joven, mamá? – preguntó el pequeño con voz inocente y curiosa. Él por dentro insistía que su hermano no merecía a aquella muchacha. Rupert era muy malo para ella en todo sentido.
El parecido de Larissa cambio sutilmente, que llegó a responderle con cierta frialdad.
- Ya hablamos de esto, Anton. No es asunto tuyo y no tienes que meterte en ello.
El niño bajó la mirada incapaz de continuar. Sin embargo, algo en el ambiente parecía tensarse. Como si el aire se hubiera vuelto más frío y denso, Anton sintió cómo sus huesos se enfriaban, como si corriera sangre de hielo por sus venas. Miró de reojo detrás de Camila y allí lo vio: uno de sus hermanos, un hombre alto y severo, lo observó con una mezcla de disgusto y desaprobación.
- ¿Por qué haces preguntas tontas, Anton? - le reprochó al hermano con su voz gélida y amenazadora. - Deberías saber mejor que eso. Ve al colegio inmediatamente y deja de dar problemas.
El corazón de Anton se hundió en su pecho, sintiendo la presión del miedo que lo invadía. Sin embargo, antes de que pudiera asimilarse completamente a lo que estaba sucediendo y diera una disculpa, apareció el segundo hermano, mirando Anton igual o peor que el primero. Su rostro reflejaba autoridad y seriedad mientras lo miraba.
- Buenos días. Madre. – dijo con voz fría y altamente seria. - mi hermano y yo nos adelantamos a la empresa. No vamos a desayunar.
Camila intentó girar, pero el sólo intento hizo que la mano fría de ambos jóvenes recayera en el cuello y evitara que lo vea. Con tan sólo su toque entendió y recordó la nota que le dejaron escrita. La voz de ambos era igual, mismo acento y culta, misma colonia.
Sonaban exactas como si quisieran confundirla y que hablar de la colonia, tenía el mismo olor impregnaste. La diferencia era que uno saludó y el otro no.
- Los veré en la tarde. – dijo Larissa muy normal y terminó por estirar los labios.
Sin poder moverse, Camila observó la espalda de los dos jóvenes altos con gafas en sus ojos y de cabellos oscuros caminar seguros por el pasillo hasta lograr desaparecer. Unos de los dos era Rupert, de eso estaba segura, ahora ¿Cómo evitarlo para no llegar a verlo? No quiere castigos, no más.
- Rachel. – llamó la mujer y el hombre regordete de inmediato llegó a ella. – lleva a mi hijo al colegio. Recuerda que eres su sombra, no te separes de él.
- Si señora. – el hombre se inclinó y tomó la mano de Anton. – vamos joven Anton, la clase lo espera.
Anton respiró con suavidad mirando a Camila con detenimiento y a sus pies. Uno descalzo y el otro con un trapo, también tenía en sus cabellos una tira blanca que los sujetaba. Él también quería permanecer en casa como ella, ir al colegio no le gustaba y tenía una razón para no hacerlo que amaba los días cuando está enfermó. Hablar de los sentimientos en la familia Romanov no era sencillo y temía que lo juzgaran así que mejor guarda silencio.
Dejó un leve suspiro y terminó por levantarse, luego fue a despedirse de Larissa y se marchó con Rachel.
La mesa pronto quedó vacía como el resto de la casa. Larissa se colocó de pie, tenía que atender sus asuntos y construir planes. Al instante que lo hizo, Igor la siguió.
- Señora, Larissa. – Camila se dirigió a ella timida antes de que se marche. - ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me ha comprado y ha hecho que me case con Rupert Romanov?
Larissa la miró con indiferencia y respondió con frialdad.
- Simplemente cumple tu papel de esposa y respeta las reglas de esta mansión.
Camila soltó un leve aire de desconsuelo de los pulmones.
- ¿Puedo hacer algo más que ser una esposa de papel?
- ¿Qué puedes hacer tú? – cuestionó Larissa dejando ver una sonrisa bufona.
Camila intentó explicarle que quería hacer algo más en su vida, pero Larissa la interrumpió de inmediato, creyendo que Camila era una muchacha que nunca se había ensuciado sus mano, además de que entregó un anticipo a Cansino para Camila porque ella se lo había pedido para sus vanidades. Sin embargo, la realidad era muy diferente. Camila había trabajado arduamente desde niña y, más tarde, había estado confinada en un internado.
-
Haz tu papel de esposa y respeta las reglas que te ha dejado.
Camila asintió desfavorecida.
Larissa habiendo respondido, dejó de mirarla y se alejó en busca de su oficina acompañada por Igor. El trabajo más difícil era desaparecer huellas y por eso tenía a su guardaespaldas y asistente personal para ello.
Camila reflexionó sobre si esa sería su vida en adelante: ser ignorada por los Romanov y vivir recluida en aquella enorme mansión. Comió sola, sumida en completo silencio, usando únicamente una cuchara que la llevó de cierta forma a un recuerdo en el internado.
Recuerda a ver estado sentada en un rincón de la habitación, la puerta se abrió de repente dejando ver a un hombre de gran tamaño y fuerza que imponía miedo. Usaba una máscara para cubrir el rostro, pero sus ojos eran notables y profundamente verdes al igual que los cabellos negros. Se acercó a ella y terminó por treparse encima. Camila gritó por ayuda con todas sus fuerzas, nadie llegó. Desesperada tomó la cuchara y lastimó el ojo derecho del hombre. Él la insultó en un idioma que desconocía y salió de ahí a pasos grandes mientras cubría la herida. No volvió a tener otro ataque como el de ese día, pero tampoco bajó la guardia. Siempre miraba la puerta y en sus manos mantenía una cuchara lista para defenderse.
Al terminar de comer, Madelin quien la vigilaba llegó a sorprenderse, parecía que Camila no había comido en días y que tampoco tenía conocimiento de modales. Cosa que pareció extraño ya que se suponía que venía de familia estable y la educaron.
- ¿Pueden llevar una canasta de frutas a mi habitación? – preguntó Camila al mismo tiempo que recogía su plato.
- Claro que puedo. – respondió Madelin y quitó el plato a Camila. – Por favor vaya a su habitación, en un minuto le llevo lo solicitado.
Camila asintió y llegó a sentirse algo inútil por no dejarla recoger su plato, quería las migajas para después. Se levantó de la silla sin hacer ruido alguno y empezó a subir las escaleras a pasos cortos.
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Madelin no sólo llevó una canasta de frutas, también una de pan y este no estaba duro o quemado. Era suave y dulce, tan delicioso que comió dos.
Con la sal mezclada al agua, Camila curó su tobillo realizando una antigua técnica que había aprendido y volvió a envolverlo en la tela, tenía que dejarlo descansar.
Y mientras el tiempo pasaba, mordía una manzana a la vez que ajustaba los vestidos en el balcón. Camila siempre tuvo una gran voz, era lo único que la calmaba cuando vivía con su padre, cantaba en las noches para ella y para algunas aves. Empezó a tararear y después a cantar en voz baja el destello de luna clara.
Su voz llegó a escucharse por el jardín melodiosa y majestuosa hasta llegar a los oídos de los hermanos que estaban por salir en el carro.
- ¿Escuchas eso, Viktor? – preguntó Pavel con voz firme y semblante ligeramente duro al escuchar el cantón de la muchacha por los aires. Era el segundo hermano.
Viktor el hermano mayor respiró, bajó sólo un poco el ventanal y la observó cantar. Se veía feliz mientras cocía las prendas. “¿Quién podía ser feliz por eso?”
Subió la ventana del auto y con la vista al frente y le dijo.
- Es una niña que sólo se divierte con cualquier cosa. – miró al chofer y ordenó. - Roman, conduce.
Roman obedeció. Mientras conducía miró por el retrovisor a los hermanos, uno de ellos ordenó a toda la residencia llamarlo por su segundo nombre antes de ser llamado por Rupert. Era algo de no creer, pero era la forma en que se movían, como utilizar ambos gafas de sol.
Quizás sólo se trataba para confundir a la novia o también para que no vea lo que hay de tras de las gafas.