Capítulo X. Acorralada

1946 Words
Arthur despertó, se levantó de la cama, era costumbre despertar al alba. Incluso a pesar de la fiesta, la juerga no tenía efecto sobre su cuerpo. Caminó al baño, orinó, se lavó las manos y el rostro. Observó su reflejo, en noviembre cumpliría treinta y cinco años, secó su cara, tras salir del baño, se puso la bata de dormir. Adoraba la terraza de la recámara real. Salió un momento y admiró el paisaje verde, húmedo, el oleaje del océano a lo lejos, se movía lento. El sonido de unos golpes a la puerta lo distrajeron, exclamó permitiendo la entrada y Finn se hizo presente —Buenos días, majestad —aquel trato era obligatorio para engrandecer el ego del señor Erskins, le miró un segundo con mala cara, sin entender por qué estaba ahí —He cumplido con mi tarea, majestad, tengo la información sobre el señor Viktor Henisens —aseveró Arthur caminó hacia el empleado, expectante, escuchó cada palabra, impactado. Cuando Finn terminó su relato salió de la habitación dejándolo solo. Erskins caminó de nuevo a la terraza. Su cabello n***o y rebelde, caía en mechones por su rostro. Se recargó contra el barandal, de pronto esbozó una sonrisa que se convirtió en una risa sonora —Rosaleen Kerr… Ya lo sabía, que estás destinada a ser mía —sus ojos verdes brillaron de satisfacción. A kilómetros de distancia, en la residencia Kerr, Rosaleen recién despertaba. Removió las sábanas buscando a su amor, cuando no lo encontró se asustó «¿Y si todo ha sido un sueño blanco?» Recordó a su abuela Ayla, ella le contó sobre los sueños blancos —que parecían como si fueran reales, pero no lo eran— «Si tienes un sueño blanco, es porque, en otra realidad, que no es la tuya, está ocurriendo» las palabras de su abuela golpearon su mente, Rosaleen se envolvió en las sábanas y bajó corriendo la escalera gritando por Viktor. El hombre se asomó desde la cocina, el olor a tocino y huevos impregnó su nariz, la mujer esbozó una sonrisa feliz —Buenos días, ¿Tienes hambre? —preguntó el hombre sonriente, la observó, se veía tan sexy—. ¿Acaso estás tentándome? Ella rio, subió a la recámara, se bañó y vistió para bajar a desayunar. Por la tarde salieron a recorrer los campos de cebada. Encontraron a Dan, quien les comentó que iría al centro de la isla, debía comprar fertilizantes e insumos. —Iré contigo —dijo Viktor, ante la sorpresa de Rosaleen—. Quiero saber que compras se hacen al mes, porque en adelante, me gustaría hacerlo yo, no es nada malo, Dan, pero quiero hacerme cargo de algunas cosas y comenzar a trabajar. —Claro —dijo Dan con naturalidad, le agradaba saber que Rosaleen ya no estaría sola Sin embargo, Rosaleen no parecía demasiado complacida, la idea de estar lejos de Viktor la angustiaba, pero sopesó la idea. Dan fue por la camioneta. —¿Quieres que vaya contigo? —No, quiero ir solo con Dan. Quédate aquí, y arréglate, cuando vuelva quiero que cenemos en la orilla del mar. Compraré la cena —dijo Viktor, estaban de frente mirándose como enamorados, a unos pasos estaban los trabajadores que miraban cotillas. Rosaleen abrió su cartera y sacó algo de dinero, extendiéndolo al hombre, quien se avergonzó de inmediato, sintió las miradas de los demás, al final tomó el dinero, pues no tenía más, lo resguardó con rapidez. Dan lo llamó y subió a la camioneta, se despidió de Rosaleen agitando su mano, avanzaron, dejando atrás a la mujer abrumada. John Boyle se acercó a Rosaleen. —Buenas tardes, señora, ¿Puedo hablarle un momento? —Claro, John, ¿Cómo está tu esposa? Me enteré de que pronto tendrá un bebé. —Sí, aún faltan siete meses, pero pronto seré padre. Quería comentarle, sé que el señor Richardson se jubila este año, y si no tiene en mente algún reemplazo, quisiera postularme como destilador. Rosaleen asintió, pensó que John era muy joven para el puesto, pero las ganas de aprender y superarse eran suficientes —Claro que puedes aplicar al puesto, hablaré con Dan y el señor Henisens, ellos te mantendrán al tanto —dijo Rosaleen, John estaba feliz, casi se iba, cuando escucharon el galope de caballos acercándose. La mujer se desconcertó, eran tres jinetes, dos de ellos armados hasta los dientes. Acercó un paso a Boyle, preguntando quienes eran, en voz baja —Parecen ser de la guardia de Lord Erskins. Rosaleen se preocupó, pensó que sería una venganza por el rechazo de anoche, uno de los caballerangos se presentó ante ella bajando del equino —Buenas tardes. —Buenas tardes, si buscan a mi marido, el señor Henisens no se encuentra y volverá más tarde —señaló la joven, respiró al ver que John Boyle se había mantenido a su lado y el resto de los trabajadores abandonaron funciones para acercarse a ellos, quizás al sentir la incomodidad de la situación —En realidad, no estamos aquí por él, hemos venido de parte de Lord Arthur Erskins, hijo del Barón de Dacre, ha enviado el siguiente presente para usted —el hombre mostró una caja blanca alargada, con una tarjeta pegada encima, Rosaleen titubeó y John la tomó —¿Debemos firmar algo? —preguntó el joven —No —señaló el guardia para marcharse con sus compañeros. John Boyle entregó el presente a Rosaleen, todos volvieron a sus labores y la mujer fue a casa. Dejó sobre la mesa aquel paquete, lavó los platos de la comida, al acabar volvió a encontrarse mirando el paquete. Rosaleen suspiró, uno de sus peores defectos estaba amargándola, era curiosa desde niña, y ese símbolo que para ella era negativo la consumía. —Osiris, ¿De qué mueren los gatos? —la gata maulló y la mujer no resistió, se aventuró a abrir el paquete, dentro encontró una preciosa rosa roja. Verla le provocó enojo, ese acto le parecía descarado, observó una nota dentro y la leyó rápido: «La rosa más hermosa nació en el suelo helado, inclemente quien la vio marchitar, afortunado él que la revivió» Rosaleen no pudo reconocer al autor de aquella frase. Sin embargo, rompió la nota y la tiró al cesto de basura, tuvo compasión por la rosa y la tomó para ponerla en agua, entonces descubrió otra nota sobre el paquete, la abrió lento, no esperaba nada, la sorpresa fue grande: «Querida Rosaleen: Espero que la rosa sea de su agrado. Debe saber que conozco la naturaleza de su gran secreto, estoy conmovido, necesito verla esta noche a las ocho, en el faro de Britz, lamento informarle que, si no acude, me veré en la necesidad de revelar la verdad a todo el mundo, y por supuesto, al señor Viktor Henisens. Todo suyo, Arthur Erskins» Rosaleen temblaba, su rostro estaba pálido, no controlaba sus latidos, ni su respiración que la ahogaba. Tocó su estómago, que de pronto le dolió de la angustia. Comenzó a sudar, no podía contener las lágrimas que cubrían su rosto. Arrugó el papel con fuerza, lo rompió en pedacitos, consumida por la desesperación, metió los pedazos en su boca, masticándolos con fuerza, quería deshacerse de ello, fue inútil, escupió en el cubo de basura, vomitando también el almuerzo. Se lavó la cara en el grifo, aliviando el malestar, pero no pasaba. «¿Cómo lo supo?» Aquella frase corría por su mente, lanzó con furia la rosa a la basura. Fue hasta el sótano, ahí estaba el revólver calibre treinta y ocho, cargado, lo guardó en su chaqueta. Después, salió de la casa, ante la mirada de los trabajadores quienes la observaron irse corriendo, como fugitiva. Viktor regresó a casa pasadas las seis de la tarde, había comprado dos ensaladas de pollo, una tarta de chocolate y un vino dulce. Cuando buscó a Rosaleen se sorprendió de no encontrar ni rastro de ella. La buscó por todos lados, decepcionado de no hallarla. Esperó paciente, hasta que les preguntó a los trabajadores, cuando comentaron que la habían visto marcharse abruptamente, Viktor se preocupó. Esperó otro tanto a que volviera, cuando vio que estaban por dar las ocho de la noche, y terminó de oscurecer, asustado fue en su búsqueda. Rosaleen había caminado sin rumbo, primero llegó al cementerio donde sus padres estaban enterrados, lloró por un rato, después siguió el camino. Miró su reloj, descubriendo que estaban por dar las ocho de la noche, la oscuridad comenzaba a envolver el lugar. La mujer siguió el destino del faro, que a lo lejos iluminaba con su luz roja vacilante. Al llegar observó a varios guardias de Arthur Erskins, se le revolvió el estómago. Entonces, escuchó aquella voz nauseabunda, se giró a mirarlo con odio, el hombre tragó saliva al verla frente a él, ya estaba esperándola, no le gusto ese gesto rebelde y asqueroso que le hacía —No me mires así, querida Rosaleen, yo no soy tu enemigo —luego le acercó una de sus rosas rojas, pero la mujer no la tomó, el hombre desistió —¿Qué es lo que sabes? —preguntó la mujer con voz firme y ojos temblorosos —Oh, querida, lo sé todo. Sé que Viktor vive bajo un engaño, nada es real, es increíble que tu mentira haya sobrevivido todo este tiempo. Casi sesenta días, pero las utopías siempre terminan —dijo Arthur sin perder de vista su rostro —¡No sé de qué habla! Viktor abandonó su vida anterior, porque me ama, decidimos estar juntos y después ocurrió su accidente —dijo Rosaleen con rapidez. Arthur caminó detrás de ella, tomó sus hombros, ella se contuvo de no alejarse, aunque le causaba repugnancia —Sabes bien que lo sé todo, estás mintiéndome, él no es tu marido, y tampoco te ama —dijo en voz baja, casi al oído, ella sintió un escalofrió de terror, Arthur se puso frente a ella. Sonrió maligno, Rosaleen tuvo miedo. Erskins pensó por un segundo todo lo que podía hacer con ella, con tal de que no revelara su secreto aquella mujer haría lo que sea, podría comprobar su teoría, pero Arthur pensó bien, quería todo o nada, no era conformista—. La paciencia es una virtud, ¿Lo sabes Rosaleen? Ella frunció el ceño, no entendía de lo que hablaban. Estaba agotada, desesperada, sin pensarlo sacó el revolver, y apuntó al hombre con su arma. Los ojos verdes de Erskins la miraban sorprendidos, alzó las cejas con incredulidad, los guardias apuntaban contra la chica, de pronto Arthur les gritó que bajaran las armas y se retiraran, obedecieron, se quedaron por un segundo inmóviles, ella decidía entre bajar el arma o no, pero Arthur estaba convencido de que lo haría —Te pareces tanto a mí, Rosaleen, haríamos lo que sea por cumplir nuestros sueños, esa sagacidad para luchar por lo que quieres te hace completamente mía —dijo Arthur acercándose lento, tomó la pistola de la joven frágil, la dejó sobre el suelo, Rosaleen agachó la mirada, se sentía perdedora—. Tienes tres días para contarle toda la verdad, después de eso, revelaré todo al cuarto amanecer. Rosaleen fijó sus ojos en él, lo odiaba tanto, Arthur estaba fascinado de verla, intentaba no tocarla, aunque deseaba tenerla en sus brazos, al observar sus ojos llorosos, la compasión lo embargó, quiso abrazarla y limpiar su rostro. La sensación de una mezcla de ternura combinada con deseo le hacían sentir un exquisito placer. De pronto, la mujer dio la vuelta, y se marchó a toda prisa, sin que pudiera alcanzarla. Respiró profundo y pensó que, tarde o temprano sería suya. 
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