El anciano la miraba con ansiedad, llevaba en sus manos aquel cuaderno viejo, pidió que se sentarán justo en la última banca más cercana a la tumba donde yacía la abuela. Ella le miraba atenta, admirando cada gesto de su arrugado rostro, el abuelo estaba serio, comenzó a decir que le contaría una historia que jamás había contado antes, se sentó frente a él, sobre el suelo firme, esperó el inicio, y escuchó la voz del abuelo prepararse para comenzar a contar una larga historia que estaba escondida en lo recóndito de su corazón. Sus manos temblaron al hojear el cuaderno, entonces comenzó a leer como si fuera un soliloquio que también salía directo de su alma:
«Todos tenemos una historia de amor, creemos que ese amor es el más especial del universo, soñamos que será eterno. Soy solo un humano sobre la tierra, un hombre que sucumbió ante el amor transformado en una bella silueta de mujer, con ojos brillantes, cabello perfumado y piel dorada. Ella me hechizó, me dio algo que ninguna amante me dio y no necesité a nadie más en mi vida. Todos merecemos a alguien que nos haga sentir únicos en el mundo.
Cuando la conocí era muy joven, yo tenía veintiún años, ella solo quince. Nos conocíamos desde hace tiempo, nuestros padres hacían negocios juntos. Para mí solo era una chiquilla que jugaba en los jardines, pero que a veces me observaba desde lejos con tal profundidad que me ponía nervioso. Para ella yo era un sueño inalcanzable, era el epicentro de sus anhelos, el reflejo de amor etéreo que deseaba para sí.
Yo era ignorante de los sentimientos que evocaba, hasta aquella mañana de primavera, aquel abril que decidí cabalgar hasta la orilla de la desembocadura del río Orontes.
Recuerdo que até mi caballo a un árbol y me acerqué a tocar el agua fresca, al mirar a un lado estaba ella, me dio un buen susto pues no esperaba ver a nadie ahí. En aquel momento no captó mi atención su belleza, solo él descaró de verla sola por ahí. Era el año 1935 y nuestras mentes aún estaban muy cerradas. La reconocí de inmediato, la llamé por su nombre y pregunté que estaba haciendo ahí. Mi sorpresa fue enorme cuando su voz comenzó a hablarme de amor, me miraba fijamente, sin nerviosismo en su rostro
—Si me da una oportunidad de amarlo, puedo hacerlo muy feliz, le haré sentir como si estuviera el paraíso en la tierra —esbocé una gran sonrisa que se convirtió en una gran carcajada, ella me miraba sin entender, era gracioso lo que decía, para mí sus palabras no tenían valor, ni verdad
—Debo agradecerle por sus palabras, Ayla, pero debo negarme a sus pretensiones. No guardo ningún interés romántico por usted, a quien solo veo como la hija pequeña de Onur Arslan, le suplico que desista de sus sentimientos y ruego por su pronto olvido —sus enormes ojos castaños estaban acuosos, un destello de oscuridad se posó sobre ellos, quizás era su orgullo herido o su corazón roto, sus labios se apretaron en una mueca dura de decepción y asintió levemente, después volvió la espalda y tomándose el largo vestido hasta los tobillos se fue corriendo como yegua salvaje hasta perderse de mi vista.
Me quede un rato en aquel lugar, riéndome aún de aquella bochornosa declaración de amor, pensaba en lo irritante que me resultaba la idea. Aquella noche le conté todo a mi madre, me miró con pesar, ella era una vieja muy sabia, acarició mi cabello y me regañó con sutilidad
—Cuando se trata de los sentimientos ajenos, Murad, debemos tener cuidado de no herirlos, porque no todos saben curar un corazón roto. Antes de reírnos del otro debes recordar que el que ríe al último ríe mejor.
No le di importancia a sus palabras.
Mi padre no era más rico que el señor Onur, y temí alguna venganza en mi contra, sin embargo, no ocurrió, al poco tiempo conocí a una mujer, era un par de años mayor que yo, su belleza me deslumbraba y con ella podía hablar de cualquier cosa, no era como esas mujeres temerosas que jamás te veían a los ojos, o intrigantes, de las que no sabes qué pensarán. No. Esma era diferente, pero eso no la hacía buena y yo no lo sabía, trabajaba en la taberna del pueblo y fue mi primera mujer, yo creía que la amaba. Todos a mi alrededor la odiaban, mis padres y mis amigos decían que era mala para mí, pero yo los ignoraba, mis oídos estaban sordos ante sus voces.
Pronto decidí casarme con ella, debí notar su titubeó antes de darme el sí. Estaba emocionado como cualquier amante primerizo, hasta aquella noche oscura que la encontré con aquel hombre. Lo golpeé tantas veces que no supe si quedó vivo o muerto, a ella no la volví a ver. Lo último que supe es que ese hombre era rico y Esma era muy ambiciosa.
Algo en mi alma ennegreció ese día, comencé a amar el dinero, más de lo que amaba la vida y después de la muerte de mi madre y la bancarrota de mi padre, tomé mis maletas, dispuesto a irme muy lejos en búsqueda de dinero.
Me fui una noche de verano, casi como un ladronzuelo en el silencio. Antes de abordar el tren ella apareció de nuevo. Me quedé perplejo, pero Ayla me miraba con tristeza
—No se marche —repetía—. Usted pertenece aquí, pertenece a mí, déjeme hacerle feliz.
Esa noche no tenía ánimo de ser amable, poco me preocupaba lo que pensara, creía que jamás volvería a Samandag, fui tan grosero, que aún me cuesta recordar lo que dije, pero ella no se fue hasta que abordé el tren y pude ver sus ojos a través del cristal de la ventana. Entonces reconocí que era bella y dulce, en algunos años sería la esposa perfecta para cualquier señor, pero no para mí, no para un hombre con el corazón roto.
Pasaron seis largos años, trabajé demasiado hasta convertirme en un hombre acaudalado, tenía sirvientes y viajaba a muchos lugares, pero la soledad comenzaba a dolerme, cada noche me pesaba. Había tenido algunas mujeres, pero ninguna era suficiente. Todas eran iguales para mí, ninguna me llenaba el alma vacía. A veces cuando miraba a los pájaros de par en par amándose recordaba a aquella chica despidiéndome en la estación de tren, pensaba en su amor tan abundante, entonces fantaseaba con algo de felicidad en mi corazón.
Me decidí a volver a Samandag, visité la sepultura de mis padres y compré la casa más grande de la provincia. Una noche caminando por el muelle me encontré con Ayla, casi no la reconocí, su mirada me hizo saber que ella sí. Ya era una mujer hermosa. Me intrigó saber qué hacía ahí y me sorprendí mucho cuando supe que despedía a su novio, un humilde pescador que partía en busca de trabajo. Luego supe que su familia atravesaba una dura crisis económica. Ayla se despidió de mí con total frialdad, una punzada de dolor se clavó en mi corazón, no había rastro de su amor. Pero, ¿Acaso no fui yo quien la rechacé?
Pronto mis sentimientos se revelaron, quería ser amado por esa mujer que me amó alguna vez. Comencé a volverme cercano a su familia y amigos. Cuidé de no revelar mis afectos, ni mis intenciones. Buscaba acercarme a ella, a veces la encontraba leyendo sobre el pasto verde, entonces me sentaba a su lado opinando sobre su lectura. Ella me esquivaba, pero no guardaba sus palabras, parecía divertirse al darme la contra. Era inteligente, alegre y generosa. Me entretenía escuchándola hablar y me perdía en sus ojos brillantes. Entonces lo descubrí; estaba enamorado de ella.
Para lograr su amor tenía como obstáculo a su novio, aquel pescador humilde, quien diría que mi dinero no serviría para ganarme el amor de mi vida. Yo sabía ciertas cosas sobre ese hombre, por ejemplo, que perdía mucho tiempo en la taberna y que era muy ambicioso, no le convenía, o tal vez era mi deseo ciego. Cuando coincidimos en la taberna lo vi besándose con aquella joven, entonces lo supe, él no amaba a Ayla.
Al día siguiente reuní el valor que me faltaba, cité al pescador y le ofrecí una cuantiosa cantidad de dinero para que renunciara a Ayla y se marchara lejos, no insistí demasiado, aceptó con gusto. Ayla había escuchado todo. Lloró por un tiempo, cuando mejoró me apresuré a pedir su mano, me rechazó de inmediato y mi sorpresa fue enorme
—Ese pescador nunca te amo —le dije ofendido por su rechazo
—Lo sé, pero eso no lo vuelve mejor a usted, que cree que con dinero puede comprarlo todo.
—¿Acaso olvidaste que me amabas?
—Yo lo amaba, es verdad —dijo con firmeza clavándome su mirada castaña —. Pero usted terminó con mis ilusiones, me dejó claro que no había posibilidad para mí en su corazón.
—Todos cambiamos de parecer, le ruego que acepte mi mano.
Ella negó y se alejó de mí.
Sin embargo, tuvo que aceptarme, su familia estaba en una precaria condición y la inversión que ofrecí al negocio de su padre fue suficiente. Ella me quería, sé que como yo anhelaba nuestro enlace, cada vez que la visitaba podía ver en sus ojos ese amor dormido que estaba por despertar. Nuestra boda fue hermosa, ella se veía radiante y magnífica, aunque en su rostro había duda y temor, también lo disfrutaba.
Durante nuestra noche de bodas mi suerte cambio. Cuando llegué a nuestra habitación ella estaba de pie al borde de la cama. Su mirada estaba perdida y yo solo deseaba que fuera mía. Me arrodillé y besé sus pies, ella se asustó y tembló como una hoja de papel, la abracé con fuerza, besando su frente, entonces hablé con la verdad en mi corazón, le dije que la amaba que solo quería hacerla feliz, hacer un paraíso en esta tierra, donde viviéramos en paz. Besé sus labios y renací, entonces hicimos el amor por primera vez, nuestras almas se volvieron una sola y un lazo inquebrantable de amor nos unió para siempre.
A la mañana siguiente cuando desperté no encontré a Ayla a mi lado, me sobresalté, pensé lo peor, salí de la casa al no hallarla y tomé mi caballo.
Llegué hasta el puerto, ahí estaba ella. Desconcertado le pedí explicaciones:
—¿Recuerdas este lugar? —dijo y yo asentí—. Fue aquí donde rompiste mi corazón.
—Yo… Lo siento —sus ojos entristecidos estremecieron mi alma, quise abrazarla, pero me quedé congelado y abatido
—¿Cómo se puede curar un corazón roto? —preguntó haciéndome sentir el hombre más miserable del planeta
—Solo el amor puede romper un corazón, y solo el amor puede sanarlo —dije y tomé su rostro entre mis manos, mis ojos estaban llorosos, ella esbozó una sonrisa y la esperanza creció en mí
—Mi corazón latirá solo por ti, mientras viva, siempre te amaré.
No tuve tiempo para decirle que yo también la amaría por el resto de mis días, porque sus labios se entregaron a los míos, mientras la luz del día iluminaba nuestros cuerpos»
Cerró el cuaderno y calló su voz, los ojos azules de su nieta le miraron quisquillosos. El abuelo Murad se levantó con dificultad, era cada vez más viejo para caminar solo. Su nieta de doce años sostuvo su mano con fuerza, su rostro dulce estaba dudoso, pero parecía temerosa de hablar
—Mi abuela Ayla y tú, ¿Fueron muy felices?
—Sí, fuimos muy felices.
—¿La extrañas mucho? —Murad se detuvo un momento y la observó con nostalgia
—La extraño, pero sé que nos volveremos a encontrar —Rosaleen le miró confundida—. En otra vida, sé que nos volveremos a amar porque hay un hilo que une a los predestinados a siempre encontrarse.
Su nieta Rosaleen sonrió, parecía entender de lo que hablaba
—Abuelo Murad, yo también quiero una historia de amor como la tuya, no me conformaré con menos en esta vida.
Murad sonrió feliz y pensó en su amada Ayla, las palabras de su nieta eran honestas y reales
—Así es el amor de hermoso, Rosaleen, y no debes conformarte con menos —dijo el abuelo con una mirada firme
—Pero, abuelo, ¿Y si no consigo un amor de leyenda como el tuyo? —dijo con la duda cruel relampagueando en sus grandes ojos.
El abuelo Murad sonrió y acarició su cabeza con suavidad
—Mi dulce niña, entonces debes luchar, siempre se libra una guerra por amor, en cada vida.
—Las guerras son malas, no me gustaría pasar por una. Me convertiría en una malvada —dijo con temor
—Debes saberlo, Rosaleen, es la lección más importante para quienes son capaces de sacrificar su alma por el ser amado —ella abrió bien sus ojos, puso mucha atención—; En la vida, el amor es lo único que está más allá del bien y del mal》
Rosaleen volvió al presente, recordaba ese día como una huella en su interior, imborrable, miró a lo lejos divisando a esa imponente y atractiva figura, era ese hombre que la atraía como un imán. La electricidad corría por su cuerpo y era la misma energía del amor verdadero, esa que podía ser tan caótica como hermosa, sin ninguna duda que nublara su razón caminó hacia él, quien era su centro de paz, un refugio para amar, el único lugar del mundo donde pertenecía su corazón.