Capítulo 1 Frustrados.

1544 Words
Capítulo 1 Frustrados. —¡Buenos días! Dijo Ana al entrar a la cocina y ver allí a sus padres adoptivos ya desayunando. —Hola, cariño. Le dijo Fernanda al mirarla y sonreírle, muy contenta, mientras ella se sentaba a desayunar con ellos en la mesa. —¿Cómo dormiste, Ana? Le preguntó León muy amablemente a la joven, quien se preguntaba internamente como podían ser tan malditamente felices a esta hora del día. Los conocía personalmente desde hace poco tiempo, antes era solo por las llamadas telefónicas, pero ellos ya les fastidiaban bastante. —Bien. Gracias por preguntar. Contestó ella muy incómoda por tanta preguntadera y sobre todo, por su felicidad matutina, cuando ella solo quería pegarse un maldito tiro en la frente al interactuar con ellos. Por suerte su hermano Raúl entró en ese preciso momento a la cocina, salvándola de esa horrible situación. —Buen día. Dijo de forma más que cortante, mientras se sentaba a desayunar al lado de Ana. No era una persona muy habladora, por lo que a ella le agradaba mucho esa forma de ser de él, entre otras cosas más. Ellos no eran hermanos biológicos, sin embargo, no lo sabían, pues los padres de Ana justo antes de que ella naciera lo adoptaron y jamás les habían dicho nada al respecto, manteniendo bien oculto. Él había pasado inadvertido, ya que poseía ciertos rasgos parecidos al padre de Ana, por lo que ni ella, ni nadie más, jamás, sospecho siquiera de que no eran hermanos. Los padres de ellos murieron con ese gran secreto hace poco más de un año y medio, pero para ellos dos seguía siendo muy difícil, puesto que los extrañaban tanto que aún les era complicado el hablar de ellos. Murieron en un trágico accidente de auto, cuando un conductor ebrio los chocó al dormirse al volante. Solo se tenían entre ellos, al menos hasta el momento. Si bien Fernanda y León eran sus padres adoptivos desde hace más de un año, cuando los sacaron del orfanato, solo hace dos semanas fue que se mudaron con los Morgan y aunque ellos parecían ser buenas personas, no eran y nunca iban a ser sus padres. No querían unos padres de remplazo, ya estaban grandes para eso. Se mudaron recientemente y no el año pasado, porque luego de que los Morgan los adoptaran los mandaron a un internado donde fueron tratados muy bien y no les faltó nada, excepto el cariño que solo unos padres podrían llegar a dar. Mientras ellos estaban en el internado, sus padres adoptivos estaban en otro país en un viaje de negocios, por lo que tuvieron que dejarlos allí, ya que no los podían llevar. El lugar al que iban no era apto para niños, ni para jóvenes que tenían estudios que realizar a su edad. Les pareció que era mejor dejarlo rodeados de chicos de su edad que llevarlos con ellos a una base de investigación rodeada de kilómetros de nieve. En este año y medio los jóvenes, de ahora dieciocho años, solo tenían el cariño de hermanos que entre ellos se brindaban. Cuando uno estaba triste, él otro trataba de consolarlo, pero en una de esas ocasiones, sin quererlo, desdibujaron esa fina línea que dicta lo que está bien y lo que está mal entre hermanos. Desde allí, actúan muy raro el uno cerca del otro, aunque en estas semanas tratan de que Fernanda y León no lo noten para no generar controversias en la casa. No quieren ser descubiertos y que ellos los juzguen de mala manera. Solo un momento y el sentimiento que broto entre ellos, desde entonces, los tiene bien aterrados. —¿Tienen algo que hacer hoy? Preguntó Fernanda mientras untaba un poco de manteca a su tostada recién hecha. —Sí, hay una especie de fiesta esta noche y Ana me pidió que la lleve hasta allí, así que lo haré. Raúl le respondió, como siempre, con seriedad. —Está bien, eso es bueno. Tienen que salir a divertirse. ¿Pero en qué irán? Preguntó preocupada Fernanda. Pensaba que si era necesario, los llevaría ella misma, para que así estuvieran a salvo. —En un Uber. Contestó Ana, encogiéndose de hombros mientras levantaba sutilmente una ceja, como si fuera lo más normal del mundo su respuesta. —Ok. Pórtense bien y disfruten. Tengan mucho cuidado en la fiesta con las personas, todavía no conocen a nadie. Fernanda con esas palabras parecía toda una madre preocupada, lo que a Ana le simpatizó mucho. —Sí, chicos. Cualquier cosa nos avisan y vamos por ustedes. Les dijo León, mientras tomaba la mano de su esposa sobre la mesa. —Nosotros tenemos una cena esta noche, con unos amigos, pero estaremos aquí cuando regresen. Solo avisen que ya están volviendo para que estemos atentos a ustedes. Al oír las palabras de Fernanda, los dos jóvenes asintieron estando de acuerdo con ella y su petición. Luego de que terminaran de desayunar, ambos salieron rápidamente de la casa, en dirección a la parada de autobús para poder ir a la universidad, mientras la pareja se disponía a marcharse al trabajo. Ana y Raúl estaban cursando su primer año en la universidad, ya que tenían solo dieciocho años. Aunque no se parecían mucho físicamente, sus padres les hicieron creer que eran mellizos. Raúl era de fas parecido a su parte, mientras que Ana era una preciosura, casi idéntica a su madre, excepto por su cabello rubio, que heredó por parte de padre, rasgo que a Raúl lo hacía parecer m*****o de esa familia. Esa tarde, cuando llegaron a la casa de la universidad, ya no había nadie, por lo que supusieron que Fernanda ya se había ido a encontrarse con León y de allí irían a cenar con sus amigos. León trabajaba en una farmacéutica, tenía un puesto muy importante allí, mientras que Fernanda solo trabajaba medio tiempo en el mismo lugar como investigadora, y la otra parte de su tiempo estaba en la casa como toda una ama de casa. Al no encontrar a nadie, ambos se fueron a sus habitaciones y se dieron una ducha rápida para sacarse el sudor del cuerpo de estar todo el día fuera, yendo de un lado para otro. La vida de un universitario no era tan fácil como ellos habían pensado antes, más con las carreras que ambos habían elegido. Para Ana estudiar finanzas era algo fácil, por lo menos antes de empezar la universidad, ya que era buena en esa área, no se había tomado el tiempo suficiente para evaluar lo que le costaría en realidad. Lo mismo sucedía con Raúl y la arquitectura, esta carrera no era un juego. Después de todo, un arquitecto, era responsable de las vidas que se llegaran a perder si su construcción se desmoronaba. No había lugar al fallo y desde el primer día los maestros ponían especial ahínco para que los estudiantes entendieran este hecho. A la hora de cenar, los dos jóvenes bajaron y fueron a la cocina a preparar la comida. En un tranquilo ambiente familiar, ambos empezaron a preparar una salsa roja y cuando esta ya estuvo lista, pusieron el agua para la pasta. Pronto ya estaban cenando juntos en silencio y luego limpiaron todo y volvieron a sus habitaciones. Una hora después, los dos jóvenes estaban en sus habitaciones y Ana recordó la maldita fiesta a la que le había pedido a Raúl que la llevara, por lo que fue hasta su habitación a decirle que ya no tenía ganas de ir. —¡Raúl! Dijo en voz alta, mientras golpeaba la puerta de su hermano. —Pasa, Ana. Le respondió este desde dentro. Al abrir la puerta, Ana pudo verlo acostado sobre la cama, todavía vestido tal y como antes. —¿Qué sucede? —Es que recordé que íbamos a ir a la fiesta y la verdad ya no tengo ganas de ir, así que venía a decirte que no hace falta que me lleves. Y si ya te quieres ir a acostar, puedes hacerlo. —Oh, que bueno que me avisas porque estoy algo cansado, la verdad. Le dijo él estirando sus musculosos brazos hacia ella, levantando las manos, lo cual Ana no ignoró para nada. Se acercó y tomando sus manos entre las suyas propias, se sentó a su lado en la cama. —Hoy te ves hermosa. Te quedaba muy lindo ese peinado en la mañana, lamento no habértelo dicho antes. Le dijo Raúl, dándole un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de su labio. Ana tragó fuertemente el nudo que tenía en la garganta al sentirlo tan cerca de ella. Levantó la mano y acarició el rostro de él, antes de darle un pequeño y casi efímero beso en la mejilla, para después decirle con voz lenta y acalorada: —Tengo que ir a dormir, haz lo mismo, Raúl. Cuando terminó de hablar, se levantó de la cama, dejando a su supuesto hermano allí muy frustrado, al igual que ella, y se fue a su habitación para acostarse nada más entrar. Su respiración era muy errática mientras se tocaba el pecho, justo en el lugar donde estaba su corazón, para tratar de calmarse, aunque no lo logró por mucho tiempo.
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