When you visit our website, if you give your consent, we will use cookies to allow us to collect data for aggregated statistics to improve our service and remember your choice for future visits. Cookie Policy & Privacy Policy
Dear Reader, we use the permissions associated with cookies to keep our website running smoothly and to provide you with personalized content that better meets your needs and ensure the best reading experience. At any time, you can change your permissions for the cookie settings below.
If you would like to learn more about our Cookie, you can click on Privacy Policy.
La gran sala real había sido redecorada por Jorge IV y se veía radiante con las damas que lucían costosas joyas y los caballeros vestidos con uniformes o ropa cortesana: medias blancas, zapatos negros de hebillas doradas, chaquetas de color vino y espada al cinto. Con especial placer, vio al Primer Ministro, Sir Robert Peel, a quien admiraba profundamente. Sir Robert a veces era algo rígido y, sin duda, muy diferente a su encantador y apuesto predecesor, Lord Melboume, pero el Conde había mantenido una interesante conversación con él que duró hasta la hora de la cena. Pensó que la comida y el servicio habían mejorado desde que el Príncipe Consorte se ocupaba de supervisarlos y mirándolo, sentado en el centro de la mesa del lado opuesto a la Reina, se dijo que aún le quedaban muchas cosa