El aire se espesó con un silencio cargado de tragedia mientras Selene observaba horrorizada la escena ante sus ojos. El cuerpo de su amado yacía inerte en el suelo, rodeado por la oscuridad de la noche y la crueldad de los rogues. Las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos, pero su corazón se negaba a creer lo que veía. No podía ser verdad. No podía aceptar que el hombre con el que estaba destinada a pasar la eternidad, el que había marcado su alma bajo la luz de la luna, ahora yaciera frío y sin vida frente a ella.
—Dexter, por favor, despierta. ¡No puedes dejarme así! —suplicó Selene, con la voz quebrada por la angustia, sin embargo, no hubo respuesta.
Ya era demasiado tarde, Dexter estaba muerto y el corazón de Selene estaba destrozado. De su marca empezó a exudar un líquido rojo acuoso, muy parecido a la sangre, su cuerpo tembló terriblemente y los latidos de su corazón empezaron a ralentizarse al punto de que ella creyó que también iba a fallecer.
—Por favor… —dijo de nuevo tomando el rostro de su amado con ambas manos antes de unir sus labios a los de él en un último beso fugaz.
Ya no había absolutamente nada que se pudiera hacer. Un grito desgarrador escapó de sus labios, llenando el bosque con su dolor. La negación se apoderó de su ser, envolviéndola en un manto oscuro de desesperación. A pesar de las pruebas contundentes, Selene se aferró a la esperanza frágil de que todo era una pesadilla de la que pronto despertaría. Se negaba a aceptar que su destino había sido arrebatado tan cruelmente, que el amor que había encontrado había sido tan efímero como un destello en la noche. En su corazón, la llama de la resistencia ardía con fuerza, desafiando al destino mismo a quitarle lo que más amaba. ¡No! La diosa Luna no pudo haber sido tan cruel con ella.