El grupo de personas que se formó a mi alrededor, mostró lo brusco que aparentemente había sido mi accidente. Moví las piernas y los brazos, para constatar que realmente estaban bien. Dios no permita que pase por algún trauma más serio. Por la forma en que me van las cosas, no me sorprendería que eso hubiera pasado.
Trato de levantarme, pero la gente me baja. Después de un poco de esfuerzo, desviando las manos que me sostenían, me levanto. Moví el cuerpo de nuevo, y seguí mi camino al otro lado de la calle, como si nada hubiera pasado.
Creo que era un sistema de mi propia mente y cuerpo, para olvidar la cara de la persona que me golpeó. No es que yo haya visto la cara de Leandro, la persona estaba con una gorra y una capucha, pero toda su estructura corporal era suya. Los pensamientos volvieron fuertes, y nerviosa entré a la cafetería.
— ¿Le ha pasado algo a la señora? - Un señor muy simpático, me ayuda a entrar. Me siento en una de las sillas cerca del balcón. — ¿Necesita algo?
— Agua, por favor. - Digo aún bastante asustada. Cuando él me dio el vaso, mis manos temblaban tanto, que el agua fluía al suelo. Los recuerdos de Leandro, golpeándome, atormentaban mi mente.
Recuerdo la conversación que tuve con la señorita Parker y cómo se enfadó conmigo por venir a México y salir de su protección. Ella dijo que México era uno de los primeros lugares donde él me buscaría. Tenía razón.
— ¿Qué está pasando aquí? - Mascando chicle, una de las camareras pregunta. Rápidamente, me pongo de pie frente a ti.
— Me atropellaron y este señor...
— ¿Con qué derecho crees que puedes entrar y apoyarte en una de las sillas? Si quieres quedarte aquí, tendrás que pagar. - ella mira el vaso. — ¡Incluso por el agua!
— Sí, señora. - respondo amargamente. No quiero ser una persona grosera, más aún con una futura compañera de trabajo. Lo que ella dijo no fue nada amistoso. Con rabia, cierro los puños. Es difícil guardar todo el odio que siento en este momento, pero tengo que contenerme para no explotar.
— Espera. - Me mira de pies a cabeza. — Te conozco. ¿No eres la mujer que regresó a la ciudad, muchos años después de haber abandonado a sus hijos recién nacidos?
No respondo. Cosas de mi vida personal, nadie tiene derecho a saber.
— Claro que eres tú. ¡Soraya! Yo estaba allí cuando la expulsamos de la granja de San Juan de Agar. Yo era una de esas que te tiró un huevo en la cabeza, ¿recuerdas? - irónica, ella pone las manos en la boca, y comienza a reír. — ¿Qué vino a hacer aquí cretina? ¿Ya no basta la humillación que pasó?
— He venido en paz. Quiero saber sobre el puesto de trabajo. ¿Sigue disponible? He traído mi currículum. - le ofrezco el sobre, que por suerte no se arrugó en la caída.
— No queremos. Puedes volver de donde viniste. Haz el favor de no volver aquí.
Coincido, en un gesto con la cabeza.
— Yo ya me iba cuando el mismo hombre que me ofreció la recepción, llamó la atención de la camarera.
— No le hables así a esa mujer. Yo también sé lo que le pasó a ella, pero nosotros dos no somos nadie, para poder juzgarla. Solo Dios tiene ese derecho. - el señor interviene para ayudarme. — Anda Lupita, vuelve a tu trabajo.
— Lo que sea. - ella giró los ojos, dio media vuelta y regresó a sus tareas.
Sonrío a un lado.
— Gracias, señor. Nunca imaginé que hubiera alguien en esta ciudad que pudiera protegerme. Discúlpeme si causé algún malestar.
— No hay problema. Lupita es muy abusada. Casi todos los días ella se mete en problemas con alguien, el objetivo de la vez fuiste tú. Me disculpo por mi empleada. Veamos. ¿Quieres un puesto de trabajo?
— Sí. - me recompongo. Parpadeo los ojos rápidamente. — Necesito mucho este trabajo para demostrar al juez que puedo cuidar de mis hijos de una manera digna. Yo sé que usted sabe lo que pasó en mi pasado, y tal vez no quiera contratarme, pero sepa que si yo vine hasta aquí, para humillarme a fin de trabajar formalmente, es por amor a ellos.
Él endereza las gafas. Junta las cejas y por un tiempo se queda en esa posición. Yo creo que debe estar juzgándome. Eligiendo las mejores palabras para decir que no hay lugar para gente como yo, que ha cometido atrocidades en el pasado. Consciente de lo que su silencio significa, seguro el sobre, y me preparo para irme.
— Espera. ¿Adónde crees que vas?
Lo enfrento.
— Usted no me va a permitir trabajar aquí. Obviamente, no quiere que la imagen de su cafetería sea sucia por una madre que abandonó a sus hijos. Siento venir a molestarte.
— No pienses así de mí. Como dije anteriormente, solo quien puede juzgar a los otros es Dios. Un consejo que te voy a dar chica: no te rindas tan fácilmente con tus metas. Si realmente quieres la custodia de tus hijos, tendrás que resistirte. Rendirte no es una opción.
Nuevamente sonrío de lado. Esta vez, con una voluntad más, venida de su estímulo. Es bueno saber que al menos hay una persona en todo el vecindario que apoya mi motivo para luchar.
— Claro que revisaré tu currículum, pero te adelantaré. La única vacante que tengo, es de limpiadora.
Humedezco los labios. Doy una sonrisa forzada y estoy de acuerdo con la cabeza. Ese no era el trabajo que yo imaginaba, limpiando mierda de los otros, sin embargo, va a servir por ahora.
— Otra cosa. No soy yo quien hace las contrataciones, sino mi hijo. Él es dueño de varias empresas de la ciudad, incluyendo esa cafetería.
— ¿Y cuál sería su nombre?
— ¡Ah! Está llegando. - Mira hacia atrás. Dejo que mi mirada acompañe a la suya. Sorpresa, paralizo al vislumbrar el personaje frente a mí. — Esté es mi hijo. Diogo Valadares.