Limpié mis tacones en el paño de suelo. Hice la señal de la cruz y entré a la casa de mi madre. Sentí nuevamente el aire, acogerme como cuando era niño. El olor a madera mezclada con el suelo húmedo de lluvia me recuerda al pastel de maíz con café con leche. Al mismo tiempo que esos sentimientos buenos invaden, el temor de su estado de salud, me asusta. Cierro los ojos pidiendo fuerzas a los cielos. Llenando el pecho de aire, poco a poco abro la puerta de su habitación.
— Soraya.
— Mamá.
Sonrío asustada. Está acostada con aparatos acoplados a su cuerpo. Miro a la máquina que muestra sus latidos. Están lentos. El llanto que se forma en mi garganta. Intento disimularlo dando mi total atención a ella. Sonríe mínimamente. Incluso con el dolor estampado en su rostro arrugado, ella intenta aparentar fortaleza. Creo que ella disimula por mí, siempre me han aterrorizado esas situaciones.
— Estaba extrañando a la señora. - Me siento al medio de la cama. Pesco su mano derecha y deposito un pequeño beso. — Bendición madre.
— Dios te bendiga, hija mía.
— ¿Qué le pasó a la señora? Ingrid dijo que después de la muerte de papá se puso muy enfermo. - Arrugo el ceño. — ¿Por qué no me lo dijiste?
— Ingrid es una chismosa. Tengo una enfermedad degenerativa que me hace perder la movilidad. Perdí los movimientos del cuello hacia abajo. Es cuestión de tiempo antes de que los órganos fallen.
— Mamá... - me pongo las manos en la cabeza. Me levanto rápidamente. — Vamos al hospital. Tenemos que hacer algo. Todavía tengo algunos ahorros, puedo ayudártele.
— No. Los médicos fueron sinceros. Ya me han dicho que pronto voy a morir. Si es así, prefiero que sea en mi casa. Con mis viejos recuerdos. - Mira el retrato encima de la mesa. — Los recuerdos de tu padre.
— Esto no está sucediendo. No puedo permitir que muera. La necesito. - Pongo las manos a los ojos, no consigo contener la emoción. — Nadie más me ama en el mundo.
— No llores, mi princesa. - Vuelvo a la posición inicial. Me acuesto con mi cabeza en tu vientre. — Mamá se va, pero tiene a los gemelos para tomar mi lugar. Tienes que conocerlos, eso será mi felicidad.
— Ellos no me perdonarán por lo que hice. - Miro en sus ojos. -— Yo cambié madre. Me arrepiento de mis actos y me avergüenzo por ellos. Solo que nadie cree que he cambiado. Ni siquiera quieren oírme.
— Tal vez no se haya modificado genuinamente. - Inclino la cabeza. — Bien, se ve que aún le gustan las joyas caras, ropa de moda. ¿Realmente cambió?
— Sí mamá. Eso es todo lo que ya tenía. Mis hijos tienen que conocerme como soy.
— ¿Inútil? Soraya te conozco. Aún eres ambiciosa. Me arrepiento de haber menospreciado a Sebastián. Pensé que no era lo suficientemente hombre para ti, me equivoqué. Cuidó a sus hijos con tanto celo que llegó a avergonzarme. Diana también es una buena persona.
Ella tose por unos instantes. Mi corazón se vuelve pequeño. Miro los latidos, están estancados. Me agacho, pesco su mano derecha y la sostengo firmemente.
— ¿Qué debo hacer para que me perdonen?
— Cambiar sinceramente. Yo no te di la educación que debía, el comportamiento correcto. También fui bastante ambiciosa. Casi hui con un hombre millonario que estaba de paso por Agar, pero en el último segundo me arrepentí y quedé con su padre. - Sonreí nostálgica. — Te elegiría de nuevo, ¿y sabes por qué?
La oigo atentamente.
— Porque el amor verdadero solo ocurre una vez en la vida. Puede haber otros amores, claro que pueden, pero la suerte de encontrar un hombre que te ame por encima de sus defectos es rareza. ¿De verdad te arrepientes?
— Sí.
— Entonces demuéstralo. Solo así te perdonarán. - Ella vuelve a toser. Esta vez violentamente, como si buscara aire y no consiguiera. Levanto y grito por ayuda. Nadie viene a mi socorro. ¡Qué maldita idea permanecer aquí en vez del hospital! Mi sangre comienza a calentarse. Miro al monitor y sus latidos son cada vez menores.
— ¡Mamá, mamá, escúchame! ¡No mueras, por favor! - Deja de toser y mírame a los ojos. Están tan mareados como los tuyos. Mueve la boca con algunas palabras inaudibles. Puedo descifrar un "Te quiero".
— También te quiero, mamá. No me dejas.
Percibo que sus ojos se cierran y el pitido deja de sonar. El pavor invade mi pecho. Sobre los ojos inundados pongo a balancear su cuerpo sin vida con el remanente de esperanza que vuelva a despertar. Apenas puedo ver porque mi vista se empaña completamente. Las lágrimas caen en su piel, espero que la cure.
— ¡Despierta mamá, por favor!
Me siento en la cama y pongo tu cabeza en mi regazo. Rompo tu blusa e intento hacer masaje cardíaco.
— ¡Vamos, mamá, despierta! - Sigo haciéndolo. No sé cuántos minutos fueron, o quizás una hora. Mi cuerpo cansado cayó sobre el suyo. El llanto desgarrador, sofocante, decidió salir como una avalancha. Tal vez me lo merezco. Estoy pagando en la tierra por todo el mal cometido. Solo que mi madre no se lo merecía. Siempre fue una buena persona. No es justo que mis padres paguen por mis errores, no lo es. Indignada, pongo su cuerpo al lado, y salgo corriendo de aquel lugar. La lluvia fuerte es el reflejo de mi interior. Tiro los talones y con los pies en barro sigo corriendo, hasta que tropiezo y caigo al suelo. Miro hacia lo alto.
— ¿Por qué mi Dios? ¿Por qué? - Golpeo el suelo para volcar toda mi furia, continúo por algunos segundos, incluso con los dedos heridos. No siento dolor. Lo que duele es mi alma que en luto llora desconsolada.
Me siento derrotada, como si todo lo que hice se derrumbara frente a mí y no pudiera hacer nada para detenerlo. Siento que manos firmes sostienen mi cuerpo. No sé reaccionar, solo dejo inconscientemente brazos envolviéndome. No sé cuánto tiempo estuve en la misma posición, quizás durante horas.
Me siento derrotada, como si todo lo que hice se derrumbara frente a mí y no pudiera hacer nada para detenerlo. Siento que manos firmes sostienen mi cuerpo. No sé reaccionar, solo dejo inconscientemente brazos envolviéndome. No sé cuánto tiempo estuve en la misma posición, quizás durante horas.
Mi conciencia despertó por quién sería esa persona que me amparaba al momento de angustia. Alguien de buen corazón, alguien que no conoce mi carácter. Poco a poco me fui deshaciendo de aquel lazo. Quería agradecer a la persona que me ayudó sin siquiera saber lo que sucedió.
Recompuse mi cuerpo y poco a poco fui levantando mi mirada. Mientras la lluvia caía, mojando nuestros cuerpos, me costaba creer lo que estaba viendo. Subí suavemente mi mano derecha para tocar su piel, con el fin de constatar que realmente era real.
— Sebastián.