Luna estaba con su hija, pensó en lo que pasó. La idea de volver a la ciudad no era lo que anhelaba, pero cuando recordaba en el peligro en que ella y Aly estuvieron, su corazón se encogía. «Si no fuera por la señora Marianela, ¿Qué hubiera sido de mí?», pensó con tristeza. Escuchó que llamaron a la puerta, al abrir encontró a Marianela. —Hola —dijo con una sonrisa. De algún modo, ver a esa mujer ahí le daba algo de felicidad. —Hija, vengo por ti, es hora de que tú y mi nieta vengan a vivir conmigo. Los ojos de Luna se abrieron enormes, no supo qué decir. —¿Iremos con mi papito, abuelita? —exclamó Aly y corrió a los brazos de Marianela. La mujer la cargó en sus brazos, besó su frente. —Sí, cariño, es hora de ir con tu papito. Luna sintió escalofríos solo al escuchar esas palabr