Abel los miró confuso, sin entender por qué su hija decía esas cosas y estaba ante él.
Sin embargo, el hombre les dejó pasar.
Entraron y escucharon al fondo voces, cuando Luna entró a ese salón, donde en el pasado tantas veces estuvo, Mabel se levantó del sofá como resorte al verla.
—¡¿Qué carajos haces aquí?! ¡No tienes derecho a estar aquí! —exclamó severa.
Luna sintió ganas de trapear el suelo con sus cabellos, pero se calmó, de todas maneras, supo que limpiaría el suelo, pero lo haría con su dignidad y lo disfrutaría más.
Rodrigo se levantó extasiado, mirándola con un anhelo que se borró de su sonrisa al mirar a Elio Francelli, cuyo porte parecía agresivo y receloso.
—¿A qué has venido, Luna? —exclamó Rodrigo.
—No he venido a verte a ti, así que, ¿Qué te importa?
—¿Has venido
